Manos Manchadas de Sangre Sol Yucatán

Por Rafael Loret de Mola

No es casualidad: los orígenes de los grandes dirigentes de Morena son tan turbios como los tremendos nexos del gobierno cuatrotero -no es siquiera socialista-, con el crimen organizado. Quizá los inicios de AMLO y Claudia expliquen las desviaciones mentales y morales de estos personajes que han resbalado por el abismo de la amoralidad sin poder asir de alguna saliente por la soberbia que les hace creer en la posibilidad de levantar el vuelo sobre un país sin mexicanos -Claudia no nació en México-, y con los grandes capos dominando los escenarios en el ochenta por cierto del territorio nacional.

Vayamos a los recuerdos para cerciorarlo. Cuando visitamos, en 2004, Tepetitán, la aldea de pescadores perteneciente al municipio de Macuspana, lo hice con la intención de cerciorarme, como lo hice, acerca del homicidio imprudencial de José Ramón López Obrador, el hermano de Andrés Manuel quien accionó el arma en el momento en que el primero se atravesaba delante del cañón de la misma. El adolescente cayó como fulminado por un rayo en el almacén de su familia en el pueblo en donde eran la de mayores recursos entre pobladores empobrecidos por las escasas remuneraciones de sus actividades. Los López Obrador tenían una ventaja sobre los demás: el padrinazgo de un mecenas con grandes posibilidades, mismas que lo llevarían años después a ser gobernador de Tabasco, Leandro Rovirosa Wade quien, por cierto, operó lo necesario para que Andresito saliera del tribunal de menores apenas unas horas después de ser detenido por el tremendo incidente.

Eso no fue todo. Antes del asesinato de su hermano menor -cuyo nombre de pila le fue impuesto al primogénito de Andrés y Rocío Beltrán, acaso para paliar los retorcijos de la culpabilidad-, al terminar un juego de béisbol, la pasión infantil del expresidente al grado de que invirtió en estadios y equipos más allá del apoyo dedicado a sus banderas sociales, el jovencito Andrés, sin poder controlar sus impulsos luego de perder un encuentro, arremetió contra uno de los más destacados jugadores del conjunto adversario, José Ángel León Hernández, y le arrojó una pelota, con fuerza, que impactó en la nuca del infortunado rival. El muchacho agredido, como consecuencia del golpe, quedó cuadrapléjico -parálisis total de sus cuatro extremidades-, y murió, por fin, en 1996, cuando ya AMLO alzaba el vuelo de la política sirviendo, primero al PRI ocupando la presidencia de este partido en Tabasco y después al PRD desde donde despegó como líder nacional hasta proyectarse a la jefatura de gobierno en el entonces Distrito Federal en 1999, diez años después de haberse desprendido del primero siguiendo los pasos del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y del ideólogo Porfirio Muñoz Ledo.

Ya saben ustedes que en 2013, unos meses después de la asunción presidencial del priista Enrique Peña Nieto, se escindió del PRD para fundar MORENA, un traje a la medida de él mismo, desde lanzó una formidable ofensiva manipuladora, con dinero de los cárteles de Sinaloa y Jalisco, para alcanzar una pírrica victoria que le situó en la Presidencia sin mayores obstáculos. Peña, desde luego, le dio la bienvenida con los brazos abiertas a cambio de que desviara su promesa de enjuiciar a los ex presidentes “mafiosos” comenzando con Carlos Salinas de Gortari, a quien consideraba el “padrino” de los criminales hasta llegar al mencionado Peña a quien hizo pasar un mal rato en su toma de posesión casi incordiándolo por la corrupción generada por su predecesor quien no ocultó su malestar, sudando a mares sin discreción alguna. Una salida desairada y punto: no hubo persecución alguna ni se iniciaron pesquisas para atrapar a los tan mencionados “corruptos del pasado neoliberal”. Puros cantos de gallo viejo.

Bien sabía Andrés a quien legaría su asiento de Palacio Nacional: a una mujer, de quien ocultó sus orígenes genéticos, manejable lo suficiente para que no dejara de seguir la agenda política por él dictada sin detenerse a escudriñar un poco en su pasado tenebroso y no solo por los graves escándalos bajo su férula como delegada de Tlalpan -el derrumbe escalofriante del Colegio Enrique Rébsamen, el martes 19 de septiembre de 2017 tras el terremoto de este año, con el saldo ominoso de diecinueve niños y siete adultos muertos entre los escombros.

Luego vendría el siniestro de la línea 12 del metro capitalino, el 13 de mayo de 2021, con Claudia ya en funciones de jefa de gobierno de la Ciudad de México con saldo de veintisiete personas muertas y más de ochenta heridos, uno de los más graves de la historia. Ella, por supuesto, pretendió deslindarse del drama pero allí quedaron los referentes del dolor como señalada prueba de las corruptelas de los constructores y de quienes avalaron y autorizaron las obras sin el menos cuidado, lo mismo Marcelo Ebrard Casaubón, quien sería premiado con la Cancillería primero y la Secretaría de Economía después, que la señora Sheinbaum de Tarriba.

Pero eso no es todo. En sus afanes universitarios, con pretensiones de “científica”, se convirtió en “porra” al lado del célebre Alejandro Chavarría, “El Mosh”, hasta paralizar la máxima casa de estudios. Era la más radical del grupo y fue además vocera y animadora del vandalismo.

Finalmente, pende sobre su cabeza el señalamiento del actual presidente de Colombia, Gustavo Petro Urrego, ex guerrillero del M19 en su país en donde participó en la infame y violenta ocupación del Palacio de Justicia en Bogotá, el 6 de noviembre de 1985, que terminó en una masacre con once de los magistrados asesinados y otros CIEN muertos. Una hoja de ruta bastante evidente. Pues bien, Petro, cuyo apodo como jefe combatiente fue “Atanasio” y luego “Andrés” -acaso como una extraña jugarreta del destino-, ha insistido, en cuando menos tres ocasiones, que conoció en el campo de las batallas a una jovencita “mexicana” llamada Claudia Sheinbaum quien se destacó en la línea de fuego. Ella, desde su atril mañanero, lo ha negado con una sonrisa sarcástica pero el colombiano insiste en lo que afirmó.

Tanto Andrés, el predecesor que exige ser llamado “el mejor presidente de la historia” por encima de Juárez, Madero o Lázaro Cárdenas, como Claudia, su marioneta, tienen las manos manchadas de sangre y, por ello, se decantan por la violencia -puros abrazos- y han hecho trizas a la justicia y la democracia.

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