Dialéctica de hostilidades Excelsior

Por Marco Adame CastilloLos acontecimientos que precedieron a la toma de posesión del presidente Biden son una muestra clara, sin duda la más visible, de la creciente polarización que predomina en diversos regímenes políticos y que caracteriza a los promotores de la confrontación como instrumento de lucha social y política; así como la descalificación sistemática propia del maniqueísmo político.
 La concepción de la política como dialéctica de hostilidades hunde sus raíces en viejas formulaciones extremistas que han estado presentes en los momentos más obscuros de la historia, como el nazismo y los conflictos bélicos mundiales.
Dentro de estas concepciones se encuentra la identificación de “lo político” con la lucha entre contrarios, propuesta por el filósofo y político alemán Carl Schmitt, que deriva en la polarización, el autoritarismo y los radicalismos más cruentos, al margen de cualquier concepción ética o moral considerada “apolítica”.
Desde esa perspectiva, no hay razón ni argumento, ni otro parámetro, para identificar al “enemigo político” que el hecho de estar en contra de mi posición.
 En la historia reciente se han levantado voces valientes para hacer valer la alternativa humanista en el ejercicio del poder.
Así lo hizo Adolfo Suárez en España, al convocar a la unidad nacional para lograr la transición democrática; Patricio Aylwin en Chile, al proponer un ejercicio de reconciliación nacional para dejar atrás el régimen militar y, recientemente, el papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, llamando a la amistad social y al diálogo como signos de la buena política.
En ese contexto, el discurso inaugural del presidente Biden hace eco y responde al desafío de la intolerancia, con un llamado apremiante a la unidad como el único camino para reconstruir la nación frente al caos y para solucionar los grandes retos agravados por la pandemia y la fragilidad del sistema democrático en Estados Unidos.
Aún más, afirmó que “la política no tiene que ser como un fuego ardiente que destruye todo a su paso” y pidió acabar con “la guerra incivil de la confrontación”.
Nuestro país no ha sido impermeable al discurso del odio y la confrontación, así se puede constatar durante los últimos años, en particular en el mensaje presidencial y en las intervenciones de los legisladores de Morena, descalificando a la oposición y llamando al exterminio de los conservadores.
La dialéctica de hostilidad que caracteriza al discurso oficial —mutatis mutandis— sigue la lógica del “enemigo común” que describió Victor Klemperer, filólogo judío que sobrevivió al régimen nazi: “Si hablaras de varios adversarios, alguien podría pensar que tú, el aislado, tal vez no tuvieras razón, así pues, redúcelos a un común denominador… establece un rasgo común entre ellos”.
En otras palabras, colócales una etiqueta y cámbiala a conveniencia.
No podemos seguir así, México, al igual que Estados Unidos, enfrenta grandes problemas: somos el tercer país con mayor número de muertes a causa de covid-19 teniendo en cuenta el subregistro existente, millones de empleos se han perdido, la pobreza se ha exacerbado y la violencia está peor que nunca.
 Es urgente que se entienda la necesidad de la unidad, del diálogo, del respeto, de los consensos y de la reconciliación, para poder superar los problemas que afrontamos.
En términos prácticos, la vigencia del régimen está en riesgo y nadie gobierna sobre ruinas, así lo entendió el presidente Biden, es la unidad o el caos.
Columnista: Opinión del experto nacionalImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0