La obsesión es la fuente del genio y la locura.
Michel de Montaigne El actual Presidente de la República tiene una obsesiva predilección por manifestarse en el Zócalo: en 1991 vino desde Tabasco para protestar por el “fraude” del municipio de Cárdenas; en 1994 regresó para protestar por la elección de Roberto Madrazo como gobernador de aquella entidad, en 2004, como jefe de Gobierno hizo otro plantón por su desafuero, presidió uno más en 2008 en su cierre de campaña por la Presidencia, otro en 2012 en contra del triunfo del presidente Peña Nieto, uno más por su victoria en las elecciones de 2018 y finalmente la concentración del 27 de noviembre pasado como contramarcha por la manifestación ciudadana a favor del INE; ciertamente, a Andrés Manuel López Obrador le gusta el Zócalo.
Todos los hombres públicos aman las multitudes y sus palabras pueden lograr grandes cambios en las sociedades y las naciones; la historia recoge las palabras de grandes líderes como Martin Luther King, Tengo un sueño; Barack Obama, “sí, sí podemos”; Salvador Allende, “la historia es nuestra”; Steve Jobs, “Encuentra lo que amas”, y tantos más, pero hay otros individuos que usan la palabra para expresar su ambición de poder, su rencor y odio; atacan a sus enemigos, arengan a las multitudes, ofrecen el oro y el moro, prometen el cambio eterno y, literalmente “se bañan de pueblo”; así fueron las arengas de Hitler, registradas por la cineasta Leni Riefenstahl, las multitudinarias reuniones de Mussolini, o las interminables arengas de Fidel Castro, de Hugo Chávez y demás individuos obsesivos por el poder.
La concentración en el Zócalo para celebrar una vez más la Expropiación Petrolera de Lázaro Cárdenas en 1938 no surge espontáneamente, sino es consecuencia de los reveses que ha tenido el señor Presidente, que ve con gran inquietud que su sueño de transformación será solamente eso, porque todas las cosas que prometió se quedaron en veremos y estos cuatro años han sido nefastos, como quiera que se les vea.
Obsesivo como es, vuelve al Zócalo gracias a un eficiente acarreo y enorme dispendio de dinero, no a recordar a Cárdenas, sino a darse un baño de pueblo que le permita volver a dormir tranquilo, aunque sea por una noche.
Porque el sólo hecho de que nuestro Palacio Nacional, joya hermosísima que alguna vez visitamos para admirar sus murales, se haya convertido en un búnker impenetrable, rodeado de dos o tras hileras de vallas metálicas de más de tres metros de altura, confirma el temor el Presidente y su rechazo a ver y escuchar las multitudinarias manifestaciones de inconformidad por la inseguridad, los homicidios, los feminicidios, la carencia de atención médica, medicamentos, alimentos, y muchas problemas más; aislado en sus aposentos, cada día vive más deprimido, se siente derrotado por la realidad.
Y entonces contemplamos la paradoja inexplicable: el señor que se esconde tras múltiples vallas, no ve ni oye a sus ciudadanos, desprecia a los deudos, a las mujeres violadas, a los mexicanos sin empleo, a las víctimas de fraudes y extorsiones, pero sin vergüenza alguna los convoca con el pretexto del petróleo para que lo elogien, lo ensalcen y le rindan tributo.
Y otra paradoja más: se celebra la expropiación del petróleo y la creación de más refinerías, cuando en el país se construye ya la planta más grande del mundo de automóviles eléctricos y en todo el planeta hay proyectos libres de carbón y petróleo para revertir el cambio climático.
Por encima de esa obsesiva Zocalomanía, los mexicanos estamos cada vez más convencidos de la urgencia de un cambio, y nos damos cuenta que como ciudadanos, unidos y con programas coherentes, podremos superar estos oscuros momentos; es el momento de crear, promover la armonía, compartir programas y rescatar al país que amamos.
Columnista: Rafael Álvarez CorderoImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0