Mario Vargas Llosa: Discurso de ingreso a la Academia Francesa Milenio

Mario Vargas Llosa: Discurso de ingreso a la Academia Francesa. Noticias en tiempo real 09 de Febrero, 2023 21:40

Seora Secretaria Perpetua: Queridos colegas:Cuando yo era nio, la cultura francesa reinaba en toda Amrica Latina y tambin en el Per.
Reinaba quiere decir que los artistas e intelectuales la tenan como la ms original y consistente, y que la gente frvola la adoraba tambin, porque vea en ella la culminacin de sus sueos y en Pars, la ciudad que era, desde el punto de vista artstico, literario y sensual, la capital del mundo.
Y no haba ninguna otra que le disputara ese cetro.
Con estas ideas crec y me form, leyendo a autores franceses entre los que destacaban dos potenciales y futuros adversarios: Jean-Paul Sartre y Albert Camus.
Eran los tiempos del existencialismo y ste reinaba tambin en Lima, o, por lo menos, en el patio de Letras de San Marcos, la universidad que yo haba elegido, contra el parecer de mi familia, que aspiraba a que yo fuera un disciplinado alumno de los curas en la Universidad Catlica, que era privada, y adonde iban entonces los muchachos de las buenas familias del Per.
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Mario Vargas Llosa est reu l?Acadmie franaise en sance solennelle sous la Coupole.
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com/yZpnc87rBk? Institut de France (@InstitutFrance) February 9, 2023Nunca me he arrepentido de haber preferido a la Catlica la Universidad de San Marcos, una de las ms antiguas de Amrica Latina, fundada por los espaoles algunos aos despus de la Conquista, y que, por la conducta de sus estudiantes, muy humildes y a veces de origen campesino, se haba ganado, durante la Repblica, fama de dscola y radical, y de oponerse con energa a todas las dictaduras militares.
El general Manuel Apolinario Odra, que reinaba entonces en el Per, haba depuesto a un lder civil, un prestigioso jurista, el doctor Bustamante y Rivero, que haba ganado la Presidencia en elecciones legtimas.
Mi familia materna, los Llosa, ni qu decirlo, odiaba a Odra, ese usurpador, y con todos ellos rendamos culto al to Jos Luis.
Alejandro Esparza Zaartu, traficante en vinos, el segundo hombre de la dictadura, haba perpetrado el ao anterior a mi ingreso a San Marcos, en 1953, una gran redada a resultas de la cual muchos estudiantes y profesores estaban deportados en Bolivia, presos o muertos, enterrados a escondidas y de prisa.
A los detenidos sobrevivientes los tenan durmiendo sobre las piedras de los calabozos del Panptico, sin cubrirlos ni darles de comer.
En la Federacin Universitaria de San Marcos, a la que yo perteneca, se decidi solicitar a Esparza Zaartu una audiencia y pedirle que nos permitiera llevar frazadas y comida a nuestros compaeros detenidos.
Fue la nica vez que vi a Esparza Zaartu, por pocos minutos, pese a que l sera el personaje central de mi tercera novela, Conversacin en La Catedral, y pese a que l dira a la prensa, aos ms tarde, cuando disputaba a tiros con un japons los lmites de su casa en Chosica, que, si yo le hubiera consultado cuando escriba aquella historia, l me habra revelado cosas ms importantes que las que contaba mi libro.
Seguro que era cierto.
Estuve un ao militando en el Partido Comunista Peruano y creo que los existencialistas franceses ?sobre todo el equipo de Les Temps Modernes, Maurice Merleau-Ponty, Jean-Paul Sartre, Albert Camus y Simone de Beauvoir? me salvaron del estalinismo que, entonces, bajo la direccin de Mosc, dominaba los partidos comunistas latinoamericanos.
Recuerdo aquella reunin clandestina, durante una huelga de tranviarios, en que mi camarada y amigo Flix Arias- Schreiber, despus de escucharme despotricar contra esa mala novela rusa, As se templ el acero, y elogiar a Andr Gide y Les Nourritures terrestres, me sepult en la nada, dicindome: Camarada: t eres un subhombre.
Era un subhombre al menos, porque, aprendiendo francs y leyendo a los franceses sin descanso, aspiraba secretamente a ser un escritor francs.
Estaba convencido de que era imposible ser un escritor en el Per, un pas donde no haba editoriales y apenas libreras, y donde los escritores conocidos por m eran casi todos abogados, que trabajaban en sus estudios toda la semana y escriban poemas slo los domingos.
Yo quera escribir todos los das, como hacan los verdaderos escritores, y por eso soaba con Francia y con Pars.
Aqu llegu en 1959, y descubr que los franceses, fascinados con la Revolucin cubana, que haba convertido en colegios las haciendas de Batista y sus compinches, haban descubierto la literatura latinoamericana antes que yo, y lean a Borges, a Cortzar, a Uslar Pietri, a Onetti, a Octavio Paz y, ms tarde, a Gabriel Garca Mrquez.
Gracias a Francia descubr Amrica Latina, los problemas que compartamos los pases latinoamericanos, la horrible herencia de los cuartelazos y el subdesarrollo.
Y empec entonces, en Francia, a escribir en espaol y sentirme un escritor del Per y de Amrica Latina.
Pero, por supuesto, iba siempre los sbados a los debates de la Mutualit, a empaparme de las cosas francesas.
Y all escuch la ms admirable discusin entre un primer ministro de De Gaulle, Michel Debr, y el lder de la oposicin, Pierre Mends France, que llevo como uno de los momentos de mayor gloria en mi memoria.
Eso y los discursos de Andr Malraux en el Barrio Latino conmemorando a Jean Moulin y en la Cour du Louvre, con ocasin del traslado de las cenizas de Le Corbusier, han quedado en mi mente como recuerdos inolvidables.
Viv varios aos en Pars, al principio haciendo el ramassage de journaux y hasta cargando costales en Les Halles durante algunos das, para, finalmente, trabajar en la cole Berlitz, en la Agencia France-Presse, en la Place de la Bourse, y luego en la Radio Televisin Francesa, como periodista.
En Pars me hice escritor, una vocacin que no me haba atrevido antes a asumir, pese a mis artculos en la prensa diaria, en el peridico La Crnica y en Cultura Peruana; aqu, en Pars, escrib mis dos primeras novelas, un largo relato y varias crnicas.
Y, sobre todo, le mucho, la literatura francesa particularmente, como nunca haba ledo ni, creo, tampoco lo hara despus.
Pero, acaso, ms importante fue que en Francia descubr a Gustave Flaubert, quien ha sido y ser siempre mi maestro, desde que compr un ejemplar de Madame Bovary la noche misma de mi llegada, en una librera ya desaparecida del Barrio Latino, que se llamaba La Joie de Lire.
Sin Flaubert no hubiera sido nunca el escritor que soy, ni hubiera escrito lo que he escrito, ni como lo he hecho.
Flaubert, al que he ledo y reledo una y otra vez, con infinita gratitud, es el responsable de que ustedes me reciban hoy aqu, por lo que les estoy, claro est, muy reconocido.
????J?ai achet un exemplaire de Madame Bovary, le soir mme de monarrive, dans une librairie aujourd?hui disparue, du Quartier latin.
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Mario Vargas Llosa est reu l?Acadmie franaise sous la Coupole.
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com/BmOzK864aC? Institut de France (@InstitutFrance) February 9, 2023Debo hacer ahora el elogio de Michel Serres, a quien he reemplazado en la silla nmero 18 de la Acadmie Franaise.
Nunca lo conoc, pero despus de haber ledo casi todos sus libros, le tengo solidaridad y simpata.
Haba nacido en Agen, donde tuvo una educacin catlica que dej rastros y traumas en su historia personal; y de marino, a la que fue leal toda su vida.
Entre sus abundantes tesis y teoras, prefiero la dedicada a La Fontaine, uno de sus ltimos libros y probablemente el ms atrevido, catico y delirante de todos los que escribi.
Porque Michel Serres era un profesor riguroso, que ense Filosofa en la Sorbona y en los Estados Unidos, en la Universidad de Stanford, reverenciado por los elogios de sus alumnos.
Su prestigio consista sobre todo en que era un humanista que conoca las ciencias llamadas fras y un cientfico que se mova con desenvoltura en las humanidades.
Pero, cuando escriba ensayos, al margen de la universidad ?y son muchos los que escribi?, se disparaba en la aventura, en la invencin y hasta en la sinrazn, al extremo de que pareca liberado de los arreos acadmicos y libre como un adolescente rompedor.
En Les cinq sens, por ejemplo, hay toda una seccin dedicada a referir con lujo de detalles las existencias del Museo de Cluny, que, como es sabido, tiene una excelente coleccin de piezas y objetos medievales.
La descripcin, en movimiento, del acervo de esta institucin, que Michel Serres emprende, no se aparta casi del original, como si una cmara ciega y sorda ?los ojos del autor? se empeara en narrar con precisin, sin aadidos ni resmenes y todava menos interpretaciones, la gigantesca coleccin que compone aquel museo.
Cul es el objetivo de esta singular descripcin con la que arranca este ensayo? Animar las piezas, dotarlas de una razn de ser que seguramente tuvieron en la poca en que fueron fabricadas; es decir, relacionarlas con la vida de la que alguna vez, en el pasado, formaron parte.
Esta complicidad no impide la violencia y las ceremonias de las cuales tambin participan.
Pero, adems y sobre todo, esa descripcin se empea en acercarlas a la vida presente y dotarlas de una nueva verdad.
Michel Serres descubri que hay una eternidad en ciertas conquistas humanas y que ellas pueden volver una y otra vez a iluminarnos el camino de la certidumbre, por ms fatigados que estemos.
Todos los ensayos de Serres tienen esa connotacin sorprendente y desconcertante: reactualizar el sentido que en el pasado, decenas, cientos o miles de aos atrs, tuvieron todas esas piezas, como si el tiempo no hubiera transcurrido y estuvieran all, contagiando siempre de existencia y de formas a todo su entorno.
Operacin mgica que tiene por objeto resucitar el tiempo pasado e insertarlo de nuevo en la vida presente, de la que, acaso, nunca debieron apartarse.
Es por eso que Michel Serres describe con lujo de detalles la pintura de Bonnard, una verdadera fotografa que traduce en palabras todo lo que aquella imagen representa o evoca.
Y cuando hace el elogio de la filosofa en lengua francesa, en 1993, habla muy poco de filosofa y s, mucho, de ciencias, de modo que hasta cierto punto convierte a los filsofos ?Descartes, Montaigne y Leibniz son los ms citados? en ayudantes de los investigadores cientficos y a la filosofa en una ciencia derivada.
Adems de reprochar a Sartre, por ejemplo, su ignorancia de las ciencias fras y su exclusiva concentracin en la filosofa, como si sta, por s sola, es decir, separada de la ciencia, fuera incompleta, una disciplina insuficiente.
sa es la razn de ser de que, en otro ensayo, reconstruya la transformacin en cerdos de los compaeros de Ulises en los dominios de las bacantes de la diosa o reina Eurdice, relacionndola a la condena a muerte de Scrates por los jueces de Grecia, que ocurri siglos atrs, y evoque la bajada a los infiernos ?al reino de la sombra? del unicornio, contemplada por l mismo desde una cmoda playa contempornea de Epidauro.
De esas transiciones violentas estn hechos su literatura y sus ensayos.
Veamos con ms detalle, por ejemplo, su teora de le Grand Rcit (el Gran Relato), al que se refiere varias veces en sus escritos.
Se trata de la adaptacin de la tierra y el universo y los astros para hacer posible la vida de los humanos, los animales y las plantas.
Esta indemostrable teora, explicada con bro, elocuencia y certeza por Michel Serres, describe la adecuacin de los astros y, en suma, del universo a la vida de los seres humanos.
Todo tiene una historia, dice Serres, incluido el clima y las piedras.
Lo explica muy bien en el ensayo Darwin, Bonaparte y el samaritano, de 2016.
La historia, hasta ahora constituida por hechos heroicos de la vida humana, tambin incluye, segn la visin de Serres, la transformacin de elementos naturales, como el clima y la geografa, para hacer la vida vivible.
Y aade: Unos emiten, otros recortan, algunos almacenan, otros dejan su traza junto a un balancn.
Quin escribe? Los seres vivos, sin excepcin.
La historia comienza con la escritura.
Una filosofa de la historia ?aade Serres? no puede no tener en cuenta los nuevos tiempos, alocadamente largos, ni esas grandes poblaciones, donde todo lo que existe tiene una historia, poca condicional y formadora de la nuestra, sin la cual no existiramos ni como individuos ni como grupos humanos, poca en la que aparecieron las cosas y los vivos que son, ellos mismos, pilares de la informacin, es decir, mentiras con fecha puesto que estn escritas.
Este escepticismo viene de lejos: En efecto, la estructura misma del tiempo, en el curso de aquello que he nombrado el Gran Relato, se revela de forma catica y no, como en la era de las Luces, de manera lineal.
Es curiosa esta relatividad temerosa que despierta en Michel Serres siempre la palabra escrita; a m, en cambio, ella me da confianza y un asomo de algo cierto y verdadero.
El Gran Relato prosigue con la enumeracin de las batallas que marcan nuestra historia y sus miles, acaso millones de muertos a lo largo del tiempo.
Qu vale la vida frente a estos cadveres sembrados en los bosques y convertidos en pasto de los animales? Comer: no ser comido.
sta parece ser la mxima que preside la existencia en aquellos tiempos difciles.
A continuacin, viene un prrafo un tanto excesivo, pues Serres predica la prescripcin de todas las deudas, como compensacin de aquellas obligaciones del pasado que empobrecieron a la gente.
Ninguna nacin, ni las ms ricas, sobreviviran a esta medida; todas pereceran arruinadas.
As, pues, semejante solucin a las injusticias del pasado carece de valor o lo tiene apenas de manera simblica.
En este ensayo hay tambin un ataque al darwinismo social que hace el elogio del ms fuerte, es decir, de aquel que sobrevive a la matanza.
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Y cuenta que ello nos conduce a millares de muertos y supliciados: En Hiroshima, aquel da de clera puso en peligro nuestra propia existencia.
En las pginas siguientes Michel Serres completa su teora afirmando que la abominacin de Hiroshima comprende a quienes realizaron las explosiones en el desierto de Nevada y a los cientficos en sus laboratorios que se prestaron a ese crimen.
Para, luego, concluir que slo las mujeres son la paz y los hombres la guerra.
Teseo y Ariadna, Cren y Antgona, Luis XV y la Lechera, Stalin y Pol Pot ilustran esta conviccin.
Y Mara Teresa la confirma.
La eleccin es arbitraria, pero la historia nos dice que la sinrazn est bien repartida en torno nuestro.
En La Fontaine, un grueso libro que es lo ms parecido a un trabajo de crtica literaria, Michel Serres traza hasta una biografa aproximada del esclavo frigio Esopo, maestro remoto de La Fontaine y padre de las fbulas, que, en versos sencillos y apretados, renen animales y seres humanos en perfecta armona y sientan las bases, cara al presente, es decir, a nuestros das, en que hombres y bestias rompan su infranqueable distancia y se acerquen, dialogantes y fraternales, a compartir la historia y a coexistir, sin que falte entre ellos la violencia y la muerte, esencia misma de la vida.
Este ensayo, que es largo, revela una vieja familiaridad de Serres con el texto y los poemas de La Fontaine, unos poemas donde fieras y personas comparten experiencias y, naturalmente, se hostigan y se comen a veces los unos a los otros, en una atmsfera risuea que se dira hasta cordial y familiar.
Sin embargo, la muerte preside ese acercamiento ?la muerte es siempre la compaera de la vida? y ella tiende emboscadas y sorpresas, de las que nunca estn lejos la sonrisa y la risa, a la vez que en la Francia de aquel momento La Fontaine elevaba la poesa y sus exploraciones verbales de modo curiosamente favorable a lo que las normas y las buenas costumbres exigen hoy da, en nuestra poca.
Todo est all; los poemas y sus remotos ancestros, la poesa de los griegos, la forma de educar a los nios en la reconciliacin entre seres humanos y brutos, tendiendo entre ellos una fraternidad de la que no estn excluidos ni el mordisco ni la trampa.
Hay en los ensayos de Michel Serres una necesidad de hablar que no conoce lmites ni fronteras, una eclosin de palabras que desborda fcilmente lo prudente y lo lgico, una voluntad que se despliega de manera desmedida, con su coleccin de verbos y adjetivos personales.
A veces esta vocacin rompe los lmites y nos revela a un pensador que es tambin un poeta, como, por ejemplo, en Les cinq sens (Philosophie des corps mls), pginas y pginas de lo que Alfonso Reyes llamaba las jitanjforas, es decir, palabras que no son lazo de unin ni una explicacin de la realidad, sino un juego delirante, casi una brujera de los poetas.
Aquellas expresiones se sostenan a s mismas, por su solo encanto y gracia verbal, aunque no dijeran ni pretendieran decir nada.
De este amoro con los vocablos pasa en ocasiones Michel Serres a un pensamiento abstruso que pone en juego la perspectiva y conciencia de sus lectores, e incluso su propia imaginacin.
Las contradicciones no estn reidas en sus ensayos con la exposicin de verdades muy estrictas y a veces unas y otras se mezclan, atribuyendo al lector el cuidado de jerarquizarlas.
All estn ms cerca las palabras de ser adivinadas que comprendidas.
Y luego, sin embargo, hay en esas mismas pginas, que son muchas, una sntesis del espritu francs y de sus individuos, donde Serres hace una atrevida interpretacin de la cultura que lleva este nombre y de quienes tienen derecho a compartirla.
Son un centenar de pginas, si yo calculo bien, que no tienen nada que ver con La Fontaine ni con sus relatos, y s, mucho, con el espritu francs y la proyeccin mundial de su cultura.
Porque, a diferencia de otras culturas, la de Francia fue a la vez la nica que fue tambin la del mundo entero.
Ah, en ese centenar de pginas, Serres nos deslumbra con su exploracin de ese espritu francs que se agazapa y esconde en lo que tiene de ms universal ?una excelsitud que conquist al mundo muchas veces y en distintas pocas? y, por ejemplo, en Les cinq sens trata, nada menos, de meter en una caja ?as se titula uno de sus captulos, Cajas? esta sntesis del amor: Filtre d?amour.
Le prisonnier de la tour aime la fille du gelier.
La tour s?lve dans le chteau, le donjon s?enchsse dans la tour et la cellule dans le donjon, btis gigognes; pour arriver celle-l, il faut traverser des murs, des portes, sans fin, monter des tages ou franchir des abmes par des escaliers ariennes et fragiles, passer cent guichets, une chapelle mme.
La cellule vraie, taille en bois, ajoute une bote en poutres et charpente l?intrieur des murailles et plafonds de pierre, plancher surlev.
Non, nous ne parvenons pas encore la dernire pice gigogne: le gouverneur a fait placer un abat-jour devant la fentre du rduit o seuls les rats couraient, il a obtur tout pertuis au moyen de papier huil.
Monseigneur le prisonnier gt derrire une multiplicit de parois tanches, paisses, aveugles, opaques, quinze couches de cloisons.
*En el libro dedicado a La Fontaine, uno de los ltimos que escribi Michel Serres, hay tambin esbozos de una cierta historia, en la que ste deplora que la vida dividiera tan frontalmente las ciencias y las letras, y un como ruego secreto de que en el futuro no sean as las cosas, y se tiendan puentes entre ambas disciplinas, de modo que sean ellas una sola bsqueda de una misma escondida verdad.
sta es una insistencia que no conoce lmites en Michel Serres: la divisin entre literatos e investigadores de la ciencia, que ha creado una divisin radical en la cultura de nuestro tiempo, le parece una tragedia constante.
Y la esperanza de que se vuelvan a unir, como si, unidas, se reforzaran la una a la otra y alcanzaran cimas desconocidas.
Por lo dems, Michel Serres escribi sobre todo lo imaginable: en tono risueo, sobre la abundancia de ngeles y arcngeles en el mundo de los vivos en La Lgende des anges, de 1993, y la furtiva presencia de muchachas entre los compaeros de Ulises, como la elusiva Sorrita, que, entre sus encantos, est el de decir palabrotas.
En el libro dedicado a La Fontaine hay un intento de trazar la biografa quimrica de Esopo, el esclavo, su lejano maestro, en la isla griega de Circe, donde, pese a su terrible fealdad, su inteligencia se impone a dos propietarios de esclavos, los reduce a comparsas y l mismo elige a su patrn.
Pero la tarea de Esopo es ms sutil y trascendente, pues busca y encuentra la forma de acercar lo animal y lo humano, en pequeos poemas donde ambos coexisten y, aunque a veces se comen cuando tienen hambre y prevalecen los malos instintos, tambin conviven de una manera que Michel Serres quisiera universal.
La biografa heroica de Esopo, en Frigia, segn el testimonio de Planudes, escritor medieval, sienta las bases de la gran poesa, junto a Homero.
Esopo era frigio, del pueblo de Amorium.
Y era, adems, un personaje horrible, que se coma las palabras y tartamudeaba, y luca un rostro que espantaba a las gentes, por lo que, se piensa, para no verlo su primer dueo lo envi al campo a trabajar.
Y all pas Esopo la temible prueba.
Un campesino dio al amo un puado de higos, que el amo encarg a su sommelier, Agatopo, de cuidar con esmero.
Pero Agatopo y otros sirvientes aprovecharon la ausencia del amo para excederse, dndose un banquete de higos.
Entonces, Esopo se lav bien la boca con agua caliente y vomit, de manera que no sali del interior de su cuerpo sino agua limpia.
Cuando los otros sirvientes lo imitaron, del interior de su organismo expulsaron asqueados las pruebas evidentes de su robo.
El tartamudo Esopo se libr de esta manera de recibir el castigo por la transgresin correspondiente.
De este modo, Esopo se impuso a su dueo y figur entre los esclavos ms destacados e inteligentes de aquella isla griega.
Su mrito mayor fue inaugurar una lengua futura, en la que los animales se mezclan con los seres humanos en una condensada poesa, algo que La Fontaine hered para sentar las bases de lo que pretenda ser el fundamento de la poesa francesa, un mundo en el que los animales y los seres humanos coexisten, aunque a veces se entrematen y se coman recprocamente.
Pero toda una relacin de coexistencia naci all, que, al cabo de los siglos, empatara con la modernidad en nuestros das, en que el animal es sagrado y, a veces, prevalece como ms perfecto que el hombre en la mana y la obstinacin contemporneas.
Serres ve en La Fontaine la fuente de esta slida alianza en la que est construida, dice, la poesa francesa de nuestro tiempo.
De veras lo estn Rimbaud, Saint-John Perse, Paul Valry, Andr Breton, para citar slo a unos cuantos dentro de la gran diversidad que es la selvtica poesa francesa? Muchos franceses y el propio La Fontaine coincidiran con l, aunque, sin duda, otros discreparan y elegiran una lnea potica menos oficial, ms rebelde y menos convencional, digamos, como la insolente poesa de los surrealistas y el anrquico Rimbaud.
Quisiera decir algo ahora de Gustave Flaubert y de la literatura francesa, la manera como el solitario de Croisset me ayud a ser el escritor que soy.
Como ya he dicho, la misma noche que llegu a Pars, en 1959, compr un ejemplar de Madame Bovary en La Joie de Lire, una librera a la que tena simpata porque nunca denunciaba a los ladrones de sus libros y que, por supuesto, con semejante poltica terminara quebrando.
Recuerdo aquella noche, en el Hotel Wetter del Barrio Latino, de la familia de esposos que se convirtieron en buenos amigos nuestros, los La Croix, como un sueo del que nunca he despertado.
Deslumbrado por la elegancia y la precisin con la que escriba Flaubert, lo le y rele todo, de principio a fin, quiero decir, estudi sus novelas y sus cuentos y su correspondencia, e hice el viaje a Croisset a llevar flores a su tumba, para agradecerle todo lo que haba hecho por m y por la novela moderna.
Flaubert es un grandsimo escritor, acaso el ms importante del siglo XIX europeo, o por lo menos francs, que equivale a decir mundial.
Pero su importancia no est slo en sus admirables novelas ?Madame Bovary y La educacin sentimental, principalmente?, sino en sus aportes a la estructura de la novela moderna, la que l funda en cierto modo, ayudando en el camino a descubrir su verdadera personalidad a escritores adolescentes como yo lo era cuando lo le por primera vez.
No es muy seguro que Flaubert fuera totalmente consciente de la revolucin que nos leg con lo que haca, pero, ms importante todava que las lecturas en voz alta de cada frase ?cada palabra? que escriba en aquel pedazo de tierra que existe todava y que l bautiz como Gueuloir, fue la invencin del narrador annimo, ese Dios ?como l dijo? presente en todas partes y visible en ninguna, estableciendo de este modo uno de los pilares en que se basa la novela de nuestros das.
Aquel narrador invisible, que permiti suprimir a sinnmero de personajes que estorbaban la novela clsica y que estaban all simplemente para simular que eran los autores de una historia, hizo posible que la novela moderna los sacrificara sin tristeza ni compasin, pues su reemplazo cubre todas las etapas de la novela desde entonces, y diera un salto adelante que ha beneficiado a todo el mundo, lo sepan los escritores que escriben novelas o lo ignoren.
Todos le debemos algo, y acaso mucho.
Fue un descubrimiento quiz ms importante que los rebuscamientos y travesuras formales de Joyce en el Ulises, que abri las puertas de la modernidad a la literatura, aunque el propio Flaubert no fuera totalmente consciente de aquella revolucin que provoc en los cinco aos que trabaj en Madame Bovary, inventndose una enfermedad prolongada, para aplacar al atinado cirujano que era su padre y que aspiraba, cmo no, a dotar a su hijo de una profesin liberal.
Ese narrador invisible ?que es Dios Padre, como l mismo lo llam? no tiene por qu ser el nico narrador; tambin pueden serlo alguno o varios de los personajes de la historia, a condicin de no saber ms de los otros que lo saben todo desde su posicin particular y alternarse, como lo hacen en Madame Bovary, en L?ducation sentimentale y en las novelas posteriores que escribi.
Toda la novela moderna est ntimamente alterada desde aquel hallazgo de Flaubert y es sin duda la ms importante incorporacin de esa voz annima ?la de ese Dios que nunca se deja ver? en las historias que cuentan sus contemporneos.
Sin saberlo, Flaubert, gracias a su descubrimiento del silencioso e invisible narrador, produjo esa separacin entre la novela moderna y la clsica, en la que reuni, sin preverlo ni quererlo, a multitud de obras narrativas que, hasta entonces, no haban advertido que el narrador invisible reduca extraordinariamente la presencia de narradores en el espacio narrativo.
sa fue la gran leccin de Flaubert, y, por supuesto, la de trabajar con empeo fantico, como si la vida se le fuera en ello, en busca de aquella perfeccin que converta al escritor en una suerte de apuntador de Dios, o en Dios mismo.
Nadie ha concebido la literatura con semejante rigor y entrega, y nadie ha escrito las obras que Flaubert escribi con semejante paciencia y obsesin, en busca del estilo perfecto.
Hasta que, al final, a travs de esos dos copistas que lo representan, Bouvard y Pcuchet, se dedic a escribir todo aquello que poda ser escrito, empresa imposible y delirante, condenada al fracaso por supuesto, pero un fracaso que es del mismo tamao de los dioses, o, por lo menos, del quehacer de los dioses.
Eso se llama morir apuntando a lo ms alto y hacer de la literatura algo parecido a lo divino, pisando el suelo terrestre, un libro que es el resumen de todos los libros y, sin duda, la empresa ms atrevida y sublime que haya conocido la literatura desde que comenz a balbucear hasta nuestros das.
Pero no slo Flaubert representa la literatura que amamos, y que nos ha enseado a tantos novelistas a escribir, sino esa multitud de escritores que dieron esa irradiacin de goce, sentimiento, aventura, deseo y gracia a la lengua francesa y forjaron sus laberintos de belleza.
Inmediatamente despus de Flaubert, yo pondra a Victor Hugo, pero no su poesa, que ahora nos parece algo retrica, sino Les Misrables, una novela que le de adolescente, que he reledo varias veces, y que ha hecho de Jean Valjean un compaero inolvidable, y que est siempre ah, para animarme a soportar el peso del infatigable y obseso polica Javert al que l perdona la vida y salva, al salir de los tneles de Pars, entre el barro y la putrefaccin, una de las hazaas ms audaces de la novela, que ha ayudado a convertir a muchos jvenes (de entonces) como el que les habla a la formidable vocacin de novelista.
Javert muere, por supuesto, y la muerte que se inflige a s mismo es su clamoroso fracaso, cuando descubre, en quien crea su enemigo mortal y un verdadero caos para la sociedad, una secuela de comprensin y armona para las que no estaba preparado.
El romanticismo que rodea esta escena no la abruma ni falsifica: ella sigue all, en pie, como un ideal de justicia que nos convence y estimula.
Y ahora djenme exponer mi teora, que vale como algo ms, y acaso un poco menos, que tantas que circulan en esta poca, la de las teoras literarias.
La novela salvar a la democracia o ser sepultada con ella y desaparecer.
Quedar siempre, cmo no, esa caricatura que los pases totalitarios hacen pasar por novelas, pero que estn all, slo despus de atravesar la censura que las mutila, para apuntalar las instituciones fantasmagricas de semejantes remedos de democracia, de los que es ejemplar la Rusia de Vladimir Putin atacando a la infeliz Ucrania, y llevndose la sorpresa del siglo cuando esta ltima nacin resiste contra ella, pese a su superioridad militar, a sus bombas atmicas y a sus ejrcitos multitudinarios.
Como en las novelas, aqu los dbiles derrotan a los fuertes pues la justicia de su causa es infinitamente ms grande que la de estos ltimos, los supuestamente poderosos.
Como en la literatura, las cosas se hacen bien y confirman una justicia inmanente que slo existe, est de ms decirlo, en nuestros sueos.
Cmo puede una novela conmover esa historia que se hace cada da? Simplemente existiendo, llenando de aspiraciones y deseos a los lectores, inoculando en ellos el virus de la ambicin y la osada fantstica de una vida mejor, o en todo caso distinta, como las que descubrimos en los libros de Flaubert, de Victor Hugo, de Gide o de Cline ?ese gran autor y ruin persona que tena dos manos, una para escribir con genio ese viaje al final de la noche y otra para denunciar a los resistentes y mandarlos a los campos de aniquilamiento?.
Y Balzac y su fantstica intuicin de lo posible y lo imposible en la literatura? Y Stendhal? Y Zola y la novela implicada en el problema social? Y los grandes folletinistas, como Alexandre Dumas, que repiensan ?pero mejor? lo que otros han pensado, como los novelistas rusos, maestros del espanto?La literatura francesa ha hecho soar a la humanidad entera con otro mundo mejor, en todo caso distinto, y de esta manera ha renovado la democracia, manteniendo el sueo de una realidad diferente, sobre todo para las colectividades hambrientas y marginales y, muchas veces, las latinoamericanas entre otras.
Y ha hecho posible que ese sueo se fuera convirtiendo en realidad en las democracias del planeta, donde hay progresos suficientes cada da que pasa: el nico progreso posible para las sociedades siempre en peligro de perder la razn y soar con una revolucin, despus de tantos fracasos y muertes que esta sola nos depar y, si persistimos en ella, nos deparar.
???? Acadmie franaise????M.
Mario Vargas Llosa a t reu en sance solennelle sous la Coupole, ce jeudi 9 fvrier 15 heures, par M.
Daniel Rondeau, au fauteuil de M.
Michel Serres (fauteuil n 18).
pic.
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com/N4kwESMKTz? Institut de France (@InstitutFrance) February 9, 2023Nada se ha inventado hasta ahora como la novela para mantener vivo el sueo de una sociedad mejor que esta en que vivimos, en la que todos hallaran suficientes materiales para su felicidad, palabra que parece locura irreal en estos tiempos, y que, sin embargo, aliment por siglos el anhelo de millones de seres humanos.
Algunos dirn que el cine y la televisin cumplen, en este siglo, la funcin de las antiguas novelas.
Quienes sostienen semejante tesis no han descubierto todava la distancia que separa las ideas, que vienen siempre unidas a las palabras, de las representaciones fugaces o instantneas de una cmara, o la inmovilidad eterna de una fotografa.
Sin desprecio alguno, y reconociendo la gran aficin que hay por el cine en nuestro tiempo, es preciso reconocer la superioridad intelectual de la literatura, de las palabras y las ideas sobre las imgenes que dejan una huella bastante pasajera en nuestra mente.
La palabra escrita, las ideas que ella expresa, no son jams patrimonio de las imgenes, ya que la batalla parece haberse iniciado entre estas dos opciones.
Estn conmigo quienes creen que no hay comparacin, ante el recuerdo de la palabra escrita, con las efmeras imgenes que nos sobresaltan y desaparecen pronto de nuestra vida y de nuestra memoria.
La palabra escrita est determinada a durar, como la imagen de ese Jean Valjean y el joven Marius, en sus brazos, que atraviesan la noche de Pars en el subsuelo de las catacumbas, como un desafo del espritu que se alza sobre la perecedera carne humana.
Su recuerdo, como el de los cuatro mosqueteros inmortales ?D?Artagnan, Athos, Porthos y Aramis?, est all para levantarnos la moral y los bros; y siempre nos sacarn del abismo, como a la reina de Francia, cuando estemos a punto de caer en l.
La novela naci algo ms tarde que la poesa, en los mismos albores de la historia humana, y slo alcanzara una cierta plenitud cuando, mezclada a los libros de caballeras, rehzo el mundo y confirm que ste giraba en torno del honor y la matanza, y el caballero solitario recorra los bosques, desguarnecido, ganando batallas en nombre de su dama, proezas que entretenan a las gentes en las tabernas o las reunan en las esquinas de las calles para or las voces de los memorialistas y lectores que repetan (o lean) aquellas historias truculentas y desatinadas, que, sin embargo, echaban los cimientos de la novela moderna.
Y veramos nacer, de entre estas obras maestras, lo que Michel Serres calific como el libro ms grande del mundo, nuestro Don Quijote, la primera obra que, por encima de los diferentes idiomas, hara las delicias de la vieja Europa.
En Espaa Cervantes, en Inglaterra Shakespeare, en Francia toda la literatura, y mucho ms tarde el Goethe de Alemania, esos gigantes sembraron las semillas de nuestra historia futura.
Y ella naci gracias a la literatura.
Naci? O sera ms justo decir que resucit los sueos y las fantasas que yacan escondidas en el fondo del corazn humano, entre las proezas de una poca que tena la matanza por la ms noble de las virtudes, aunque siempre empaada por el olor de la sangre que manaba de las heridas que aquellas espadas y lanzas infligan, mientras la literatura iba refinando los paladares y los anhelos de las gentes, hasta seducirlas y conquistarlas, en un periodo que todava llamamos clsico y que sienta las bases de la literatura del presente: esa otra vida de la que es espejo la nuestra, mientras no se demuestre lo contrario?La literatura no es la vida y, sin embargo, lo es de manera figurada, gracias a esos prodigios que arroparon nuestras noches y nos hicieron soar con brujas y fantasmas, y luego, ms tarde, con figuras ms prximas y vecinas, cuya humanidad llena los siglos de todas las lenguas y los espritus de aventuras, palabras y poesas.
Pero la literatura francesa fue la mejor y sigue sindolo.
Qu significa la mejor? La ms osada, la ms libre, la que construye mundos a partir de los desechos humanos, la que da orden y claridad a la vida de las palabras, la que osa romper con los valores existentes, la que se insubordina a la actualidad, la que regula y administra los sueos de los seres vivos.
Dentro de las horribles guerras y matanzas de aquellos tiempos brbaros, la literatura ?llamada Molire? fue distendiendo la vida y adormecindola de sueos que se confundan con las hazaas.
Ya los seres humanos no saban a qu atenerse: dnde estaban? Soando todava? Aquel intermedio vio renacer la literatura y sentar las bases de todas las fuentes en que se inspiraron nuestros mejores poetas y los creadores de religiones, esa otra literatura que dio sentido a la vida y a la muerte, poblando el espacio de fantasas y sueos, de los que sobreviven todava algunos enigmas, no todos, por cierto.
Y el sueo de Dios y de la otra vida est siempre all, atesorando la esperanza, sin saber exactamente a qu aferrarse, a qu troncos arrimarse en medio de las aguas bravas y amenazantes del ro de la existencia.
All estar siempre la novela, esperndonos, para darnos un ltimo aliento, en el ltimo instante.
La funcin de la crtica es insustituible y los primeros en saberlo fueron los escritores franceses, empezando por Sainte-Beuve y su prodigiosa reconstruccin del convento de Port-Royal, esa manifestacin del paraso en la vida de las gentes que es la austeridad y la rutina que contiene la existencia y la reduce a su ms mnima expresin.
La crtica sin la literatura, o la literatura sin la crtica, es tiempo perdido, desperdiciado y malgastado.
Hace falta una crtica como la de los siglos XVIII, XIX y XX en Francia, que devuelva a la senda a aquellos que se hallan extraviados, y marque el camino a los dems, una crtica que restablezca las filiaciones y encauce a la literatura a su costumbre pionera, a su orden y desorden de los comienzos, cuando todo estaba por escribirse y leerse, entre ellos aquellos libros augurales, que abren el camino, o lo encuentran en medio de ese enorme desorden que empieza siendo siempre la buena literatura.
Y una crtica que nos ensee a leer, puesto que nadie lo saba desde el principio y la lectura era distinta a medida que la literatura quemaba etapas y se adentraba en el tiempo.
Puede la literatura salvar el mundo, proteger este pequeo planeta que la imbecilidad humana ha cargado de bombas atmicas y de hidrgeno que bastaran para desaparecerlo si los delirios de un dirigente trastornado reaparecieran de nuevo en alguno de los pases que iniciaron esa locura suicida? Es muy posible, pese al desprecio que merecen a los poderosos esas multitudes encrespadas y asustadas que protestan, y se levantan en contra del suicidio premeditado que espera a la humanidad si sigue el camino que, en mala hora, ha emprendido.
Qu quieren esos seres humanos que coleccionan armas de fuego que, a la hora de la destruccin, nos desapareceran del todo? Que el mundo que nos alberga estalle en pedazos? Que nadie sobreviva?Se cuenta que Rimbaud, el poeta insolente y genial, recit por primera vez, entre aplausos, en una plaza del Barrio Latino, desde un balcn, ese poema misterioso y terrible que es Le Bateau ivre, con sus tumultos ocenicos, sus pasiones, sus querencias, y esa lnea suave y dcil que recorre esas estrofas desenfrenadas, como para apaciguarlas y no permitirles excederse demasiado en la bsqueda del estallido y la tormenta.
se es el camino: recitar la buena poesa entre aplausos, acercarla de nuevo a la muchedumbre de la que se ha ido alejando.
Y eso debe ser la crtica: sealar el camino, no para evitar los obstculos, sino para mostrarlos, de manera que a nadie sorprendan y que inciten las proezas, en las que la poesa y la novela han ido ms lejos que nadie, entre los que pugnan por llegar antes que los otros al final de la carrera.
Nadie ha ido ms lejos que los escritores franceses en la bsqueda de esa entidad secreta que alimenta la vida y es la literatura, la vida ficticia que es, para muchos, la vida verdadera, como en aquel instante supremo para el malogrado Rimbaud, mrtir de la poesa que call cuando no tuvo ms cosas que decir y para no decirlas de manera insuficiente y venial.
La crtica ha sido la filigrana de la literatura francesa y por ella, gracias a ella, ha ascendido a sus ms altas cumbres.
Hay algunos nombres que deban mencionarse? Por supuesto: los de Paul Valry, Sainte-Beuve y los de Bataille y Baudelaire y Camus y Malraux y Flaubert y Gide y Mallarm y Montaigne y Michelet, esa infinita coleccin de crticos que encauzaron y pulieron la lengua francesa y la volvieron universal, el refugio de todos los seres humanos.
La crtica ha sido el espign de su literatura, su punta de lanza, sin ella su poesa, sus cuentos y novelas no hubieran sobrevivido, y toda su obra se hubiera desgastado en la contemplacin de s misma.
Pero la crtica siempre estuvo all, recordndonos que hay lmites para todo, incluso para la felicidad de un buen verso cimbreante o los alardes de una prosa severa, o candente y majestuosa.
Porque sin la crtica que la ha acompaado siempre, la literatura no habra logrado jams en Francia las alturas que alcanz.
Y, ni qu decirlo, Flaubert estuvo siempre all para recordarnos que la prosa es un sueo que se manifiesta de verdad o sigue siendo inalcanzable.
El talento es una cuestin de disciplina y constancia, segn l, y est a la mano de cualquiera que tenga una vocacin irresistible.
sa es la primera leccin de Flaubert.
Y es una leccin que pone a todo el mundo ?pero hay que tener una constancia parecida a la suya para lograrlo? en el rumbo de la obra maestra, aun cuando sean pocos los escritores que la alcancen.
La crtica siempre acompa a la creacin en Francia y, gracias a ella, esta ltima estuvo con la rienda corta, sin malgastarse ni abandonarse a la pura fantasa verbal.
De otro modo, no hubiera sabido nunca contenerse y manar entre confines opuestos.
Su funcin fue en todo momento impedir la dispersin y la locura, poner barreras a la pura creacin y establecer los lmites en que sta se extena y agota, y asociarla a menudo a la cuestin social.
En la inteligencia de que supo rodear la severidad de las condenas, tanto que pareca absolver de entrada a quienes enviaba a los infiernos.
Sus vctimas moran contentas o, mejor dicho, sobrevivan con la sospecha de que aquellas condenas no lo eran, sino ms bien elogios y premios.
Por eso, los escritores franceses han sido los ms dotados a lo largo de la historia y del tiempo para tener los das difciles, y los que sobrevivieron a la condena de vivir bajo sospecha, sometidos a aquella supervisin de la crtica que slo exoneraba al ms capaz, fijaba los topes, los fracasos y haca ondear sobre la literatura una vigilancia pertinaz.
La vspera de su muerte, Michel Serres envolvi el manuscrito que estaba escribiendo y lo envi a su editora, Sophie Bancquart, de la editorial Le Pommier.
Le peda que lo publicara.
Ella lo hizo y puso una nota, indicando que tal vez este manuscrito era el libro en que Michel Serres haba trabajado toda su vida.
No es imposible.
Es una investigacin religiosa, que nos traslada a Jerusaln en los tiempos de Cristo y los apstoles.
ste es un libro que se llama Relire le reli (Releer lo ya ledo sera una traduccin simple al espaol) y, si trata de algo, trata de la religin cristiana.
Es el ltimo libro que public y hay en l como un espritu que lo ronda: el del autor que lo escribe para terminarlo antes de que pueda entregarse a descansar o a la mera extincin.
Qu es lo que se propone con l? Descubrir a Dios o las maniobras de que Dios se vale para intervenir en los asuntos humanos? Dentro de las escuetas investigaciones de Michel Serres nunca est claro qu persigue en este ltimo ensayo que escribi: descubrir a Dios o sepultarlo entre la msica, las pesquisas cientficas y los sobresaltos de la vida? Algo de eso y tambin algo ms que eso.
Se trata de un libro que busca ms que encuentra, y que nos seduce y amenaza acercando y velando la imagen de ese hacedor que est, segn l, detrs de todas esas bsquedas que componen la investigacin y, en ltimo caso, el secreto de la vida.
Al final, el autor se escapa de una conclusin que es un tumulto de palabras, y nunca llegamos a saber si cree en Dios en serio o slo se esfuerza en imaginarlo e inventarlo, y partir.
Hay sangre en esas lneas dramticas que persiguen a Jess y hablan del dolor que es parte de la vida y de la fe que es tan fcil de entender, pero difcil de asumir como una disciplina cotidiana.
En ese crepitar de palabras la fe se pierde y desaparece, absorbida por un fuego letal, que es un canto a la vida y a la muerte, sin la presencia divina.
Hubo un tiempo, en la historia, en que los seres humanos vivan ms en el trasmundo que en el aqu y el ahora.
Ocurra en la Edad Media, en que la violencia de la vida diaria estaba compensada por el tiempo que los hombres y mujeres dedicaban a arrepentirse y liberarse de sus pecados, o, las brujas, a codearse y casarse con los demonios.
Luego, ms tarde, la religiosidad fue apartndose del mundo de los vivos y se fue quedando en el de los muertos, el territorio de los pecados, del arrepentimiento y la sospecha de que, luego de la muerte, algo poda sobrevivir y alcanzarnos: un castigo o una recompensa por los trajines de esta vida difcil.
De esa esperanza ha nacido la literatura, es decir, la creencia de que el mundo que hemos sido capaces de construir, de inventar, pueda evolucionar hasta alcanzar una grandeza que salve a todos y nos salve de alguna manera de la muerte o de ese estado letal que es su sinnimo: las alegras que vivimos y convertimos en alegras propias, los dramas que inventamos porque nos gusta padecer y no nos bastan las desgracias que la vida nos inflige.
Queremos otras, literarias a ms no poder.
Una vida sin literatura sera horrible, siniestra, despojada de las experiencias ms ricas y diversas, una rutina intolerable, hecha de obligaciones que se iran repitiendo diariamente como un conjunto de compromisos sin promesa de remisin.
Ese cuadro de palabras que proyectamos sobre nosotros mismos, y que ha ido cambiando y enriquecindose con el tiempo, es nuestra defensa, el escudo tras el que nos recluimos cuando tenemos miedo de perecer sin dejar huella.
Puede un libro salvarnos? Una historia redimirnos y convertirnos en materia novelable, semejante a aquellas que inventamos y escribimos? No es imposible, pues en este campo ?lo que ocurra luego de nuestra muerte? todo es materia de contradiccin, de especulacin y de esperanza.
Pero es factible que, en la fantasa al menos, los libros que hemos ledo e inventado, en los que hemos credo, nos defiendan de la desaparicin definitiva y final, por no haber sido capaces de salvarnos a nosotros mismos en aquellas pruebas de supervivencia.
Nada de esto hubiera sido posible sin la libertad, de la que Francia ha sido una constante compaera.
Ningn pas ha vivido con la fidelidad de Francia aquella libertad que nos permite todos los excesos, los literarios y los otros, los que forman parte de la vida corriente y los que se apartan de ella.
Francia los incorpor antes que nadie a la literatura, luego a la vida misma, la que se enriqueci de este modo tanto como la propia poesa o como la misma novela, o el ensayo que escruta la fantasa y la convierte en accin y transforma la existencia en aventura.
No hay pas que tenga una literatura ms osada y que haya explorado con ms audacia y atrevimiento los sueos de la razn y sus abismos secretos; por eso nacieron en Francia, o buscaron aqu su certificado de nacimiento, todas las corrientes de la vida que exploraban las sombras y los reductos rebeldes de la personalidad, como el dadasmo, el freudismo o el surrealismo y las diferentes escuelas, o tendencias, y esos temerarios sobresaltos que revolucionaran la lengua, las formas, el arte y la vida misma, en sus ms osadas realizaciones.
Y por eso tambin ninguna literatura ha estado sometida al fuego del escrutinio de la razn ni de la sinrazn que nace de los instintos y los sueos como la de Francia.
Y por eso en Francia naci siempre la levadura de la sinrazn que alimenta la literatura moderna, oponiendo a la vida esa sobrevida que es la del subconsciente y los instintos.
Balzac no sospech, cuando naci en su mente la idea de la comedia humana, la de circunscribir el mundo a lo que tena delante de los ojos, la realidad ms inmediata.
Y cuando Victor Hugo, en su isla semidesierta, convocaba a los espritus ?todos lo conocan y le rendan reverencia?, los discriminaba acaso por su nacionalidad o la lengua en que hablaban y escriban? No, la universalidad ha sido siempre la caracterstica de las grandes empresas literarias francesas, y el mundo ha correspondido acatndolas, creyendo en ella o simplemente leyndola.
De ese pacto entre la literatura francesa y el mundo de los vivos ha nacido esa libertad que los escritores franceses han llevado ms lejos que nadie, en ese asombroso recorrido que, en algunos casos, como el de Flaubert, o el de Molire, o el de Victor Hugo, o Rimbaud y Baudelaire, nos maravilla porque parece tocar el infinito, que tiene el rostro de lo humano y se asemeja al divino.
La literatura necesita de la libertad para existir, y cuando sta no existe recurre a la clandestinidad para hacerla posible, porque no podemos vivir sin ella, como el aire que es indispensable para nuestros pulmones.
De aquella libertad nacen las otras, la de cambiar a los gobiernos o la de simplemente criticarlos, y la de opinar con independencia y discutir entre nosotros, aunque las propuestas sean muy diferentes y a la hora de votar ?porque el voto siempre es la manera civilizada de zanjar nuestras diferencias? prevalezcan siempre los que sacan el mayor nmero.
sa es la frmula gracias a la cual se ha reemplazado la matanza, sometindola, como en el espacio estricto de los libros, aunque a veces, como ahora mismo, alguien se exceda y ponga en peligro nuestra existencia social.
No slo se trata de sobrevivir, viviendo en el horror de la opresin o la ignominia de las dictaduras.
Se trata de respirar y vivir la libertad ?no el libertinaje, por supuesto? en una democracia digna de ese nombre, es decir, en una ciudad, o en un pas, donde se hayan resuelto las necesidades bsicas y los seres humanos alcancen a aspirar al progreso, en su bsqueda de la felicidad.
Que eso no es posible? S lo es y, afortunadamente, algunos pases pioneros lo han alcanzado ya.
Est de ms decir que no debemos darnos por extenuados mientras existan an dictaduras o satrapas o en nombre de una doctrina o una fe religiosa se sigan cometiendo brutalidades contra la mujer o sus compaeros de viaje: nadie est a salvo si todos no somos libres.
sa es la gran enseanza de la literatura francesa.
La libertad para todos y ahora mismo.
La vida debe ser como la de los libros: libertad plena y por igual, aunque los libros permitan algunos excesos que en la vida resultaran inadmisibles, particularmente en la violacin de los derechos humanos, reconocidos por los gobiernos democrticos, aun si en muchos casos es slo de la boca para afuera.
Lo que significa que hay que continuar luchando hasta que el mundo se parezca al mundo de la literatura, aunque sea slo en el dominio de la libertad.
se es un ideal realista y alcanzable, a condicin de que lo tengamos presente y trabajemos por l.
Una libertad semejante a la que existe en los libros, para todos los seres vivientes, dentro de los lmites que fija la ley, y que debe ser necesariamente alcanzable dentro de las circunstancias actuales.
Una de las buenas cosas de la injusta y agresiva invasin de Ucrania por las fuerzas rusas ha sido saber que aquello era todava posible.
La inmensa mayora de los pases ha respondido como deba ser: soliviantados por el agresor y por el riesgo que corramos hacia una tercera guerra mundial, en la que desaparecera buena parte o toda la humanidad.
Y tomar las precauciones necesarias al respecto, como hacen los buenos escritores, que no cuentan nunca las historias que desoyen la vida y la violentan narrando historias que parecen ir ms all de lo posible, aunque lo imposible parezca naturalmente el dominio de la literatura y algunos escasos escritores, a lo largo de la historia, hayan parecido entenderlo.
A esos gigantes debemos agradecerles habernos fijado unos lmites dentro de los cuales todas las aventuras son posibles, incluyendo las de la propia palabra.
Pero la novela siempre estar dentro de un orden del que se excluye la poesa.
La razn la preside y la rige, aunque en su seno todos los excesos sean viables y autorizados.
Muchos de los adelantos de que gozamos fueron, primero, inventados por la novela, a la que se ha ido pareciendo la realidad, como si no pudiramos vivir sin los sueos que forjamos y luego tratamos de transmitir a lo vivido.
Qu ocurrir con la literatura en el futuro? Lo que nosotros queramos, por supuesto.
Podra ella desaparecer? Sera posible, sin duda alguna.
Pero un mundo sin soadores sera pobre y tristsimo, un mundo sin aventuras, aburrido y siniestro, un mundo orquestado por los poderosos y sometido a su constante vigilancia.
No es lo que quisiramos.
Por el contrario, la literatura debera seguir explorando la vida y la muerte, fijando nuevas fronteras para la fantasa de los seres humanos, sin olvidar la rica montaa de sueos e irrealidades que ha dejado atrs.
Es sa la verdadera vida? Lo es en cierto modo indirecto y sobrenatural, y, en todo caso, est tan asociado a la vida que resulta imposible a menudo separarlas, establecer lo que cada uno debe a cada una, como lo estuvo en la vida de muchsimas personas, entre ellas la de Michel Serres, aunque l hable de las ciencias y de la poesa y la religin y en sus libros casi no aparezcan las novelas.
Pero la novela siempre estar cerca cuando se hable de Homero y de la antigua Grecia o se fantasee sobre el ms all, lo que sobrevive a la muerte.
Hay muchos que pensamos en la otra vida como una resurreccin de la literatura, de ese sueo de los sueos que est hecho de palabras, un refugio como las voces de los pjaros o el perfume de las flores que reemplaza a la vida y la sustituye en las ocurrencias de un mal folletinista.
Por qu no sera posible? En toda vida humana se han acumulado los hechos sorprendentes y desconcertantes que parecen sacados de los libros, de esas historias extravagantes o imposibles que han ido tomando posesin de nosotros mismos, hasta convertir nuestras vidas en cosas que se parecen mucho a las de la literatura.
Por qu no la reemplazaran a la postre como en una novela del montn? Sera el mejor de los finales, desde luego.
Despus de haber sobrevivido a tantos sacrificios y tormentos, como los que nos ofrece la vida real, tener una vida semejante a la de los hroes, a los hombres y las mujeres que viven slo en nuestro recuerdo, sustentados slo en las palabras y las letras, como en una buena ficcin.
Mario Vargas LlosaMadrid, 28 de mayo de 2022SS?


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