Tuvimos un matrimonio largo y en general bueno. No pasa nada por que haya terminado El Diario de Chihuahua

Cuando me casé, hace más de tres décadas, no quería prometerle a mi esposo que lo amaría hasta que la muerte nos separe. Sí quería intentarlo; Dan era mi alma gemela y mi amor, y me sentía afortunada y emocionada de formar una vida y una familia con él. Pero la muerte —¡esperábamos!— estaba a años luz (teníamos 29 años), y una parte de mí se rebelaba contra la idea de jurarle mi vida entera a una pareja monógama y de convivencia. Había vivido sola a los veinte y me encantaba; siempre había necesitado espacio privado para desenvolverme plenamente. También disfrutaba de las citas y dormir a horas intempestivas; soy una pensadora y escritora obsesiva. Con amor o sin él, me preocupaba que el matrimonio me asfixiara.

Así que le dije a Dan que no podía jurar por algo que no podía predecir. Él replicó: «La gente no vendrá a nuestra boda para oír: «Lo haré lo mejor que pueda, pero…». Tenía razón. Dije los votos.

Ambos teníamos razón: él en su confianza, yo en pensarlo dos veces. Ahora, 33 años después, estoy orgullosa de nuestro largo y amoroso matrimonio: criando hijos, hogares, amistades, mascotas; escribiendo y editando libros y artículos en colaboración. Reímos, aprendimos y vivimos, primero con dificultades económicas (¡pero juntos! ¡como artistas!), y luego encontrando nuestro equilibrio. Fuimos un equipo conectado y compatible durante una parte encantadora, emocionante y, en general, feliz de nuestras vidas.

Pero todo matrimonio tiene sus problemas, y el nido vacío los saca a la superficie. Teníamos diferentes maneras de sentir y expresar la intimidad. Dan trabajaba más duro que nunca, pero ahora con un nuevo equipo que no me incluía, y cuanto más se dedicaba él (comprensiblemente) a ese mundo, más me refugiaba en mis propios proyectos y volvía a disfrutar de la dulce paz de la autonomía. Cuando salíamos juntos, no queríamos hacer ni hablar de lo mismo. Una terapeuta de pareja sugirió que quizá no lo lográramos. "¡No!", dijimos, atónitos.

Aun así, nos alejamos aún más, cada uno sintiéndose menos querido y menos cariñoso. Siempre nos habíamos reído, y ahora no lo hacíamos. Al menos, no lo suficiente.

Nadie nos engañaba, decía malas palabras ni se tiraba platos. Podríamos haber intentado poner curitas en nuestros problemas hasta que sanaran, o no sanaran, pero lo que fuera. En cambio, tomamos una decisión cada vez más común: nos abrazamos, nos disculpamos por nuestras faltas y nos liberamos mutuamente. Para mí, fue —y sigue siendo— menos un fracaso que el final de un matrimonio largo, productivo y bueno.

Pero la decisión que tomamos inspiraba lástima, juicio y confusión en quienes nos rodeaban. Nuestros padres, casados para siempre, se unieron desconcertados; cuando compartí mi vida amorosa (normal) con una amiga que llevaba mucho tiempo casada, ella calificó mi entusiasmo de "malsano". Las tasas de "divorcio gris" —parejas de 50 años o más— están aumentando (la cifra de mayores de 65 se ha triplicado desde los años 90) y más de dos tercios de todos los divorcios son iniciados por mujeres. Aun así, la gente solía decir "lo siento" cuando se enteraban de nosotras. Lo entiendo; el cambio puede ser aterrador y triste. A menudo respondía: "Gracias, pero está bien. Estamos bien".

La separación en sí ocurrió hace cuatro años, justo cuando el mundo se aventuraba de nuevo después de la pandemia. Desde entonces, nuestras vidas se han ampliado. Dan tiene novia y una gran casa en el norte del estado, donde ahora cocina y entretiene (y donde a veces soy bienvenida) . He aprendido a cambiar una rueda pinchada, a restablecer la contraseña de mi wifi y a construir una cajonera metálica : ¡está al revés, pero funciona bien! Y a través de las tan difamadas aplicaciones de citas, he conocido hombres en Maine, Virginia, Michigan, Francia: un teniente de policía retirado (que me enseñó a esquivar una multa por exceso de velocidad), un constructor/ingeniero (que instaló mi lámpara de araña), un médico de urgencias y un exproductor de televisión que ahora es un querido amigo. Salí con un hombre dulce que recientemente había perdido a un hijo, lo que me recordó de nuevo que debo apreciar a mis hijos. He hablado de política con personas muy fuera de mi burbuja. Los altibajos y la amplitud de las citas me mantienen visceral y en evolución. Pero no soy joven y sé que en el gran juego de las sillas musicales de los solteros tal vez no vuelva a ocupar un puesto, sobre todo porque no me casaré ni viviré en pareja.

He disfrutado viendo quién soy más allá de mi experiencia como esposa y madre durante décadas: cuántos ingresos necesito (y cómo me esfuerzo por conseguirlos), adónde viajo, qué vida social y horario prefiero. Mi grupo de amigos ha cambiado: hay más solteros, hombres y mujeres. Y disfruto del romance y el sexo que he encontrado —sí, incluso a los 60—, algo que, por supuesto, mucha gente rechaza en el matrimonio: lo que el escritor DH Lawrence llamó «la gran jaula de nuestra domesticidad».

Me encanta volver a vivir sola , ahora en un modesto apartamento en la ciudad: elijo mi entorno, sé qué hay en la nevera, duermo sin interrupciones. Me siento sencilla pero eficiente. Vuelvo a casa, a la soledad y, sí, a desdoblarme.

Ciertamente no estoy a favor del divorcio, ni creo que todos deban seguir nuestro camino. (Nota: No nos hemos divorciado legalmente, por razones de seguro médico e impuestos, pero por lo demás estamos completamente separados). Un buen matrimonio para toda la vida es hermoso, admirable y beneficioso en muchos sentidos. Y separarse en la mediana edad puede ser devastador para quienes no tienen buena salud o para quienes les rehúsan estar solos. No soy ninguna de las dos cosas, pero vagando sola por París o Maine, a veces he deseado tener a alguien con quien cenar o hacer senderismo. He pasado agostos calurosos y fines de semana festivos sola en Manhattan, he visto a amigos divorciados pasar la Navidad aislados y extrañando a sus hijos. Necesitaba que mi hija me recogiera después de una colonoscopia, y me preocupan las lesiones o envejecer sola, aunque, en última instancia, la mayoría de las mujeres envejecen solas de todos modos, ya que vivimos un promedio de cinco años más que los hombres.

Y me preocupo mucho más por el dinero que durante nuestro matrimonio. (Después del divorcio, las mujeres suelen sufrir económicamente, los hombres socialmente). Dicho esto, Dan y yo llegamos a un acuerdo, sin pelearnos con abogados, que nos parece justo a ambos. Sigo escribiendo; él sigue pagando mi seguro médico, además de una mensualidad. Al fin y al cabo, escribir juntos también impulsó su carrera.

Me siento culpable por los niños, quienes, por supuesto, al principio odiaron nuestra separación. Pero los niños son más felices cuando sus padres son felices, y han visto que aún nos ayudamos mutuamente y seguimos siendo una familia en muchos sentidos. Compartimos un perro y pasamos las fiestas importantes y algunos fines de semana juntos, a menudo con la madre de Dan, a quien adoro. (La novia de Dan lo entiende; después de todo, también tiene hijos y una ex). Mis padres y hermanas todavía lo consideran familia. Nos escribimos a menudo en varios chats familiares.

En general, mi experiencia ha consolidado mi opinión de que cuando el matrimonio ya no se siente bien o saludable más adelante en la vida (y si, como nosotros, tienes la suerte de tener una carrera, hijos adultos y la voluntad de hacer el trabajo de una buena separación (¡no muy diferente a estar en un buen matrimonio!)), entonces desbloquearse, separarse nuevamente, puede ser una buena opción.

Quizás parte de nuestra suerte se debió a que enfrentamos la verdad antes de que nos destrozara. Nuestro matrimonio ya no parecía estar bien y nos faltaba el optimismo para arreglarlo. Así que, en lugar de aguantar o ignorarlo, nos separamos de forma mutua y amistosa, y trabajamos para seguir así. Si acaso, ahora nos apreciamos más; ya no nos privamos y podemos volver a reír juntos. Además, Dan es un hombre excelente. ¡Por eso me casé con él!

Así que creo que hice bien en no aceptar esos votos matrimoniales "para toda la vida", reliquias de la época en que las mujeres solían procrear a los 15 y morir a los 40. Sea como sea, me encantó casi todo el Capítulo Dos y estoy disfrutando sobre todo del Capítulo Tres. ¿Qué te parece ese final feliz?