El 14 de junio de 2025, Día de la Bandera en Estados Unidos, fue una jornada marcada por dos actos paralelos que, sin compartir espacio, hablaron del mismo país: un desfile militar encabezado por el presidente Trump en Washington D.C., y una serie de protestas ciudadanas bajo la consigna “No Kings” en más de mil ciudades del país. Uno celebró la fuerza institucional; el otro, cuestionó sus límites. Juntos, dejaron una imagen clara de la división que atraviesa a la nación.
El sábado 14 de junio de 2025, Washington D.C. fue escenario de un inusual desfile militar encabezado por el presidente Donald Trump. En coincidencia con el 250º aniversario del Ejército de EE.UU. y con el 79º cumpleaños del mandatario, tanques, vehículos blindados y unidades de soldados marcharon por la Avenida Constitución, acompañados por salvas de 21 cañonazos. Trump, quien llevaba años expresando su deseo de ver un espectáculo castrense en la capital tras inspirarse en el desfile del Día de la Bastilla en París en 2017, presenció el evento desde una tribuna especial al sur de la Casa Blanca bajo una ligera lluvia y cielos encapotados. En varios momentos se puso de pie para saludar a las tropas que pasaban frente a él, mostrando solemnidad pese al clima adverso.
La parada militar contó con la participación de más de 6.000 efectivos de las Fuerzas Armadas y decenas de tanques M1 Abrams desplegados sobre las calles de la capital. La procesión avanzó rápidamente por la avenida, flanqueada por vallas de seguridad y placas metálicas colocadas para proteger el pavimento del peso de los blindados. Sobre el cielo de Washington, helicópteros y aviones militares realizaron sobrevuelos coordinados, aportando un componente aéreo al despliegue. El recorrido culminó con una exhibición de los paracaidistas Golden Knights del Ejército –quienes realizaron un salto sobre el National Mall–, seguida por un concierto patriótico (que incluyó la interpretación de “God Bless the U.S.A.” a cargo del cantante Lee Greenwood) y un espectáculo de fuegos artificiales. Como cierre, el presidente tomó juramento a 250 nuevos reclutas y militares reenlistados, un gesto simbólico vinculado al aniversario del Ejército.
En sus breves declaraciones finales, Trump elogió a las fuerzas armadas y justificó la exhibición de poderío. “Otros países celebran sus victorias. Ya era hora de que Estados Unidos también lo hiciera”, proclamó el presidente al término del desfile. El mandatario reiteró que las fuerzas estadounidenses “luchan, luchan, luchan y ganan, ganan, ganan”, una frase que había empleado con frecuencia durante su campaña de 2024. La fecha elegida –14 de junio– coincidió con el Día de la Bandera en EE.UU., lo que dio al evento un tono oficialmente conmemorativo más allá del cumpleaños presidencial. Sin embargo, a pesar de la enorme capacidad desplegada, la asistencia de público fue menor a lo previsto: en las vísperas se habían estimado hasta 200.000 asistentes entre locales y turistas, pero en la práctica se observaron amplios claros entre la multitud en las inmediaciones del Monumento a Washington. Las altas temperaturas húmedas y la amenaza de tormentas eléctricas durante el día pudieron haber disuadido a algunos asistentes.
El costo del desfile –calculado entre 25 y 45 millones de dólares– y su carácter excepcional despertaron polémica desde su anuncio. Críticos señalaron que Estados Unidos no organizaba un desfile militar de esta magnitud en tiempos de paz desde hacía décadas, ya que tradicionalmente este tipo de celebraciones se reservaban para victorias militares o eventos históricos (por ejemplo, los desfiles de retorno de tropas tras la Segunda Guerra Mundial o la Guerra del Golfo). De hecho, Trump había intentado sin éxito realizar un desfile similar durante su primer mandato, pero el proyecto fue postergado entonces por preocupaciones logísticas y presupuestarias. En esta ocasión, al incorporarse el desfile a las festividades por el aniversario del Ejército, el Pentágono tomó medidas especiales: además de las planchas de acero para proteger el asfalto, se reforzó la seguridad en la capital con un operativo acorde a la previsión inicial de cientos de miles de espectadore. El despliegue de tanques de 60 toneladas por las calles –algo prácticamente inédito en Washington D.C. desde los años 1990– fue considerado por los organizadores como una “declaración audaz” de fortaleza nacional. No obstante, ese mismo elemento llevó a algunos observadores, incluidos veteranos militares, a calificar el acto de “exagerado” para una nación que históricamente ha evitado exhibiciones militares masivas en periodos sin guerra.
Horas antes de que iniciara el desfile en Washington, en numerosas ciudades de Estados Unidos empezaron a congregarse multitudes en protesta contra Trump y contra la exhibición militar. Bajo el lema “No Kings” (“No a los reyes”), miles de personas salieron a calles, parques y plazas de costa a costa para expresar su descontento. Los organizadores de estas manifestaciones –que tuvieron lugar en cientos de ciudades de los 50 estados– explicaron la consigna “No Kings” como un llamado en defensa de la democracia y una crítica a lo que perciben como tendencias autoritarias en el gobierno de Trump. La frase evoca el principio fundacional estadounidense de rechazo a la monarquía, y muchos participantes portaron símbolos de la Revolución de 1776: pancartas con referencias a los Padres Fundadores, imágenes de coronas tachadas con una cruz y lemas como “Protestar es patriótico”, subrayando que oponerse a un liderazgo percibido como despótico es, para ellos, un acto de lealtad a los valores republicanos del país.
Según los promotores, se habían programado más de 2.000 marchas y concentraciones en todo el país para el 14 de junio. Las manifestaciones más multitudinarias se registraron en grandes urbes. En Los Ángeles, decenas de miles de personas se volcaron a las calles del centro, en la mayor protesta antigubernamental que esa ciudad ha visto en años. Portaban banderas estadounidenses junto a banderas mexicanas, guatemaltecas y salvadoreñas, reflejo de la participación de comunidades inmigrantes en la protesta. En Filadelfia, miles de manifestantes marcharon por la Benjamin Franklin Parkway hasta las escalinatas del Museo de Arte (escenario icónico de concentraciones cívicas) en una de las protestas centrales del movimiento No Kings. También se reportaron grandes movilizaciones en Nueva York, Chicago, Atlanta, Houston y otras metrópolis, así como concentraciones más pequeñas en innumerables localidades, incluidos bastiones tradicionalmente conservadores, lo que evidenció el amplio alcance geográfico de la inconformidad. En la propia Washington D.C., mientras el desfile avanzaba, grupos de opositores se manifestaron a cierta distancia del recorrido oficial. Cientos de personas marcharon hacia la Casa Blanca coreando consignas y portando letreros como “¿Dónde está el debido proceso?” –en referencia a las detenciones de inmigrantes– y “No al desfile militar fascista de Trump”.
No obstante, incidentes de tensión y violencia aislada opacaron parcialmente la jornada de protesta en ciertos puntos del país. En Los Ángeles, una manifestación que transcurría de forma pacífica degeneró en enfrentamientos cuando la policía montada cargó contra un sector de la multitud frente a un edificio federal. Agentes golpearon a algunos manifestantes con bastones y emplearon gas lacrimógeno y proyectiles de goma para dispersar a la multitud, luego de que un grupo de manifestantes se negara a despejar una calle céntrica. Al anochecer, el aire en esa zona de la ciudad quedó impregnado del olor acre del gas, en escenas de caos que recordaron las protestas del verano de 2020. Disturbios menores también se reportaron en Charlotte (Carolina del Norte), donde tras una marcha pacífica inicial un grupo de inconformes intentó continuar con un recorrido no autorizado y fue contenido por la policía local, llegándose a utilizar tácticas de dispersión similares, según medios locales. En San Francisco, un automóvil embistió a alta velocidad a participantes de una concentración No Kings, hiriendo al menos a cuatro personas antes de detenerse; las autoridades investigan el hecho como un posible ataque intencional contra los manifestantes. Un incidente similar ocurrió en una protesta de Culpepper, Virginia, donde un hombre fue arrestado tras arremeter con su vehículo contra la muchedumbre, dejando una persona lesionada. En Austin, Texas, las fuerzas de seguridad llegaron a evacuar el capitolio estatal luego de detectar “una amenaza creíble” contra legisladores locales que planeaban unirse a las marchas, muestra de la tensión que rodeó la jornada en algunos estados.
El episodio más grave se vivió en Minnesota, fuera del contexto directo de las manifestaciones pero íntimamente ligado al clima político enrarecido. En la madrugada del 14 de junio, la representante estatal Melissa Hortman (líder de la bancada demócrata en la Cámara local) y su esposo Mark fueron asesinados a tiros en su domicilio, en lo que las autoridades describieron como un ataque de motivación política. En el mismo incidente resultaron heridos de bala un senador estatal y su esposa. La conmoción por este atentado –que ocurrió horas antes de las previstas protestas No Kings en Minnesota– llevó al gobernador Tim Walz a pedir públicamente a la población que se abstuviera de participar en las concentraciones ese día, por temor a eventuales actos violentos o imitadores. Aunque el sospechoso de los asesinatos huyó y seguía prófugo, las autoridades divulgaron que sus escritos contenían amenazas contra varios políticos progresistas, lo que encendió las alarmas sobre posibles extremistas armados aprovechando el ambiente polarizado.
Pese a estos focos de violencia y a las advertencias puntuales en lugares como Minnesota, la mayoría de las marchas No Kings transcurrieron de forma ordenada. No se reportaron saqueos ni daños mayores; las imágenes predominantes fueron las de ciudadanos comunes portando pancartas, cantando y marchando pacíficamente en defensa de principios democráticos. Organizaciones de la sociedad civil y colectivos progresistas que convocaron las protestas declararon éxito en visibilizar su mensaje: “No queremos reyes ni autócratas en Estados Unidos”, resumió en un comunicado una de las plataformas organizadoras, enfatizando que la movilización nacional buscó contrarrestar lo que describen como un intento de Trump de “alimentar su ego” mediante el desfile en la capital. Varios activistas subrayaron el carácter espontáneo y ciudadano de las protestas, desligándolas de partidos políticos y enmarcándolas en la larga tradición estadounidense de manifestaciones populares para exigir cambios, tradición que abarca desde las marchas por los derechos civiles en los años 60 hasta concentraciones más recientes como la “Women’s March” de 2017 o las protestas masivas contra la guerra de Irak en 2003.
La simultaneidad del majestuoso desfile en Washington y las masivas protestas No Kings en el resto del país puso de relieve la profunda polarización política y social que vive Estados Unidos. Lejos de ser un día de unidad nacional, el 14 de junio de 2025 terminó ilustrando dos visiones antagónicas de patriotismo y liderazgo. Para los simpatizantes de Trump, la exhibición militar representó un justo homenaje a las tropas y un mensaje de fortaleza ante el mundo; para sus detractores, en cambio, fue la encarnación misma de un derrape autoritario, un intento de idolatría personal impropio de una república.
Lo ocurrido durante la jornada evidenció que cada bando interpretó los hechos a su manera. En los medios conservadores y foros afines a Trump, las imágenes destacadas fueron las de filas de soldados impecablemente uniformados, banderas ondeantes y un presidente saludando marcialmente: un cuadro presentado como prueba de “orgullo nacional” y respeto a las Fuerzas Armadas. Se hizo hincapié en que varias familias y veteranos viajaron grandes distancias para asistir al festival militar en Washington, mostrando apoyo sincero al comandante en jefe. Voces pro-Trump argumentaron que las críticas al desfile eran exageradas y motivadas por el partidismo, señalando que otros países democráticos –como Francia en su día nacional– realizan paradas militares sin controversia. En este relato, las protestas No Kings fueron minimizadas o deslegitimadas: algunos funcionarios las atribuyeron a “agitadores profesionales” y resaltaron los episodios de vandalismo aislados para pintar un panorama de izquierda radical buscando caos. Gobernadores republicanos alineados con Trump defendieron incluso la posibilidad de usar la fuerza contra manifestantes violentos, presentando ese enfoque como defensa del orden frente a intentos de “anarquía”.
Mientras tanto, desde la perspectiva de los manifestantes y de amplios sectores críticos a Trump, el propio desfile fue visto como un símbolo alarmante. Editoriales en periódicos de tendencia liberal compararon las escenas en Washington con las de regímenes autoritarios en Rusia, China o Corea del Norte, donde es común exhibir tanques y misiles en honor al líder de turno. Aunque Estados Unidos celebraba la trayectoria de su Ejército, muchos ciudadanos no pudieron evitar la sensación de que Trump estaba intentando proyectar una imagen de poder personal más que de unidad nacional. El eslogan “No Kings” condensó ese recelo: insinuaba que el presidente busca atributos de monarca o “hombre fuerte”, rompiendo con la tradición republicana estadounidense de limitación del poder ejecutivo. Cada coronita dibujada en carteles de protesta o cada grito de “Trump no es rey” fue un recordatorio de esa inquietud subyacente en casi la mitad del país, que teme por la salud de las instituciones democráticas y el equilibrio de poderes.
La brecha emocional entre ambos campos también se manifestó en la calle. Mientras en Washington algunos espectadores aplaudían entusiastas el paso de los tanques –tomándose fotos frente a vehículos militares expuestos como si fuese una feria patriótica– en ciudades como Los Ángeles o Nueva York los manifestantes coreaban consignas de resistencia, algunos con lágrimas de rabia o temor ante la dirección que perciben en el país. Para muchos de estos ciudadanos movilizados, ver tropas federales desplegadas contra civiles, aunque fuera en labores de contención, resultó inquietante. Recordaron sucesos recientes como la represión de protestas en Washington en junio de 2020 o la separación de familias migrantes, situaciones que han erosionado la confianza en el gobierno central. De igual modo, entre los partidarios de Trump existe la convicción de que las protestas –y en general la oposición demócrata– no le han dado tregua ni legitimidad desde su regreso al poder, creando un clima de confrontación permanente. En sus filas se percibe el movimiento No Kings simplemente como la continuación de una actitud “antipatriótica” que ya se vio, según ellos, en las protestas postelectorales de 2016 o en el juicio político de 2021. Este choque de narrativas dificulta la posibilidad de un terreno común: cada hecho (sea un desfile o una manifestación) es filtrado por lentes partidistas que refuerzan los prejuicios existentes.
El panorama de seguridad y violencia política agrava aún más la polarización. Los atentados y ataques ocurridos durante la jornada –particularmente el asesinato de la legisladora Hortman y las embestidas vehiculares contra manifestantes– han encendido las alarmas sobre el incremento de la extremización. Analistas señalan que tanto grupos de ultraderecha como elementos de ultraizquierda se están volviendo más activos y propensos al enfrentamiento físico, alimentados por retóricas incendiarias desde tribunas políticas y redes sociales. La petición del gobernador de Minnesota de no congregarse a protestar por miedo a más violencia fue un hecho extraordinario y preocupante: su mensaje implicó que, llegado este punto, incluso el ejercicio del derecho a la protesta pacífica conlleva riesgos de ser atacado por fanáticos. Este clima recuerda épocas turbulentas de la historia estadounidense –como finales de los años 1960– cuando las divisiones sobre la guerra de Vietnam y los derechos civiles derivaron en episodios de violencia doméstica. Sin embargo, muchos comentaristas advierten que la crispación actual abarca más frentes (ideología, raza, inmigración, rol del gobierno) y se ve amplificada en tiempo real por la tecnología, lo que la hace especialmente difícil de apaciguar.
La polarización nacional que quedó expuesta el 14 de junio de 2025 no es nueva, pero alcanzó una de sus expresiones más visibles y simbólicas. Por un lado, un presidente celebrando su liderazgo con tanques y soldados, afianzado por el respaldo fervoroso de una base que equipara su figura con patriotismo. Por el otro, multitudes en las calles clamando “No a los reyes”, en defensa de un ideal democrático que sienten amenazado, con el apoyo de la otra mitad del país. Los hechos de esa jornada –el desfile, las protestas, las confrontaciones y hasta el luto por un crimen político– serán recordados como un reflejo de la América dividida de estos tiempos. Ni siquiera las Fuerzas Armadas, tradicionalmente la institución de mayor consenso nacional, escaparon a la disputa: su utilización como escenario de discordia dejó en claro que la grieta atraviesa todos los ámbitos.
A corto plazo, es probable que tanto Trump como sus opositores redoblen sus esfuerzos tras lo ocurrido. El Presidente podría usar la exitosa realización del desfile (sin suspensión por clima ni mayores contratiempos en Washington) para proyectar una imagen de control y autoridad, y para cohesionar a sus seguidores en torno a la idea de que él defiende los símbolos patrios frente a quienes los denigran. De hecho, en un mensaje publicado la noche del sábado, Trump calificó el día como “histórico e inspirador”, agradeciendo a los “verdaderos patriotas” que participaron en la capital. Por su parte, los movimientos ciudadanos contrarios a Trump seguramente verán en la amplia respuesta a las protestas No Kings un impulso para continuar con nuevas acciones de resistencia cívica. Organizaciones de derechos humanos y grupos de la sociedad civil ya anunciaron para las próximas semanas vigilias, campañas informativas e incluso demandas legales adicionales para frenar lo que llaman la “deriva autoritaria” del gobierno.
Estados Unidos arriba así a la mitad de la década con una estampa elocuente: celebración y protesta ocurriendo en paralelo, sin un punto de encuentro. El desfile militar y las marchas No Kings mostraron dos caras opuestas del patriotismo estadounidense. Entre ambas se extiende una brecha que, lejos de cerrarse, parece haberse ensanchado. La incógnita que persiste es si las instituciones democráticas del país lograrán canalizar estas tensiones de manera constructiva o si, por el contrario, hechos como los del 14 de junio de 2025 serán antevista de conflictos aún mayores en el horizonte nacional. Lo que nadie discute es que aquella jornada dejó una lección incontrovertible: la unión nacional, por ahora, sigue siendo la gran ausente en el escenario político de Estados Unidos. N
El cargo Una nación dividida: Trump encabeza un desfile militar, miles marchan en contra de su gobierno apareció primero en Newsweek en Español.
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