“LA TRAMA FENICIA” (“THE PHOENICIAN SCHEME”) Heraldo de Aguascalientes

La estética del tedio

Hubo una época en que el nombre de Wes Anderson era sinónimo de ingenio, originalidad, personajes peculiares y un encanto ídem, pero el lustre de su idiolecto se ha ido empañando con cada paso que da en su avance filmográfico, pudiendo aseverar que la fase culminante fue en la era de Moonrise Kingdom, El Gran Hotel Budapest e Isla de Perros. Desde entonces, Anderson no ha desarrollado ni perfeccionado sus habilidades cinematográficas, pues yace en un punto de ciclado creativo con los mismos caracteres con propiedades satíricas cada vez más diluidas e interpretados por el mismo reparto, por lo que, cuando surge un rostro nuevo en el ensamble, refresca la pantalla.
En esta ocasión, la nueva cara es Mia Threapleton como la Hermana Liesl, la única hija (su relación aún está por verse en esta intriga policiaca con salpicones de comedia) del plutócrata húngaro Zsa-Zsa Korda (un estupendo Benicio Del Toro, lo mejor de la cinta), quien se ha enriquecido gracias a sus inversiones en los sectores de defensa y aviación, y que ahora se embarca en una ambiciosa nueva empresa con distintos niveles de acción que denomina “La Trama Fenicia”. Las intrigas internacionales y las conspiraciones criminales de Korda lo convierten regularmente en blanco de asesinatos, pero hasta ahora sólo han sido fatales para sus empleados. Por si acaso lo atrapan, Korda nombra a Liesl su única heredera y albacea de su testamento, pero la monja tiene planes propios.
El diálogo entre los dos personajes principales, expresado con su característica determinación seca, proporciona el impulso interpersonal e impulsa la sencilla historia, una relativamente unidireccional para los estándares de Anderson, aunque el director y su coguionista Roman Coppola no escatiman en florituras narrativas, como una serie de escenas de ensueño celestial que presencia Korda en cada atentado, las cuales subrayan su despertar moral, enfatizado por la inquebrantable influencia de Liesl, quien gradualmente lo convierte en una persona, si bien no mejor, sí menos malvada.
Por el contrario, las experiencias de Liesl fuera del monasterio le brindan una mayor apreciación por las cosas mundanas. Esto incluye el romance de rigor, siendo el principal pretendiente Bjorn (Michael Cera), tutor privado de Korda y entomólogo de afición, quien los acompaña a ella y a su padre en la rebuscada travesía en busca de apoyo financiero que cierre lo que el millonario denomina “La Brecha”, para cubrir el déficit financiero contra sus acreedores.
La trama, dividida en estaciones, conduce a lugares típicamente pintorescos -bueno, típicos acorde a la visión de Anderson-. En la última de éstas, Korda finalmente luchará con su inescrupuloso alter ego (Benedict Cumberbatch), erogando en un desenlace tan predecible como todo lo demás.
Colores pastel, escenografías rígidas que parecen maquetas o postales descoloridas, tomas a larga distancia, locaciones exóticas y fantásticas, vestuario vintage; un elenco estelar gigantesco con nombres como Tom Hanks, Scarlett Johansson, Bryan Cranston, Willem Dafoe y Bill Murray; nombres peculiares o simplemente bizarros, efectos especiales anticuados, sets de juguetes meticulosamente detallados, humor seco, payasadas a la Blake Edwards y sus filmes con Peter Sellers y diálogos sobrios y entrecortados que nos recuerdan al David Mamet teatral o de sus primeros filmes setenteros. A partir de sus elementos estilísticos habituales, Wes Anderson crea una pasable road movie retro muy deudora al cine de Jacques Demy o Jean Renoir, pero sin comprometerse a alguna añadidura significativa en cuanto a narrativa o plástica, sólo la explosión de sus obsesiones ornamentales acostumbradas.
A pesar del deslumbrante reparto, hay carencia de ritmo y brío. La trama, con sus elementos intercambiables, se resiente de los valores rígidos de la piedad moderada, la moral burguesa, los valores familiares tradicionales e incluso el romanticismo puro y duro. Con La Trama Fenicia, queda claro que el mayor admirador de Anderson es él mismo, abandonando el acto de narrar por adoptar un tedioso e inconsecuente estilo sin sustancia conceptual o simbólica, sin emociones genuinas y un conservadurismo formal ya tristón que nos habla más del automatismo narcisista de un cineasta indudablemente talentoso, pero en estado de petrificación. Esperemos que rectifique, de lo contrario pasará al de putrefacción…

Correo: corte-yqueda@hotmail.com