“Yo soy el tipo al que llamaban ‘Garganta Profunda’”: a 20 años de la confesión del número dos del FBI, la fuente secreta de Watergate Infobae

“Yo soy el tipo al que llamaban ‘Garganta Profunda’”: a 20 años de la confesión del número dos del FBI, la fuente secreta de Watergate. Noticias en tiempo real 31 de Mayo, 2025 22:30

Mark Felt, el exsubdirector del FBI, reveló en 2005 que había sido la fuente anónima de los periodistas que investigaron el caso Watergate. Murió en 2008, a los 95 años

Con los años, y pasaron veinte desde que se decidió a hablar, dieciséis y medio desde su muerte el 18 de diciembre de 2008, y cincuenta y tres desde que empezó todo, el aura de Mark Felt permanece intacta en medio de una historia política y periodística sensacional: el Caso Watergate. El 31 de mayo de 2005, a sus noventa y un años, Felt concedió un reportaje a la revista “Vanity Fair” en el que admitió haber sido la legendaria fuente de información del periodista Bob Woodward, que, junto a su colega Carl Bernstein, investigó Watergate para el Washington Post. Él era, por fin, después de más de treinta años de secreto, “Garganta Profunda”, como había sido bautizado por los periodistas. Se reveló con una frase pícara y caprichosa: “Yo no soy “Garganta Profunda”. Yo soy el tipo al que ellos llamaban “Garganta Profunda”.

Felt fue el dueño de todos los secretos de Watergate. Su decisión de filtrarlos a Woodward fue vital para que el Washington Post desmadejara el intento del gobierno de Nixon de colocar micrófonos en la sede central del Partido Demócrata en Washington y, además, intervenir sus líneas telefónicas y, luego, revelara sus consecuencias: el encubrimiento que ordenó el entonces presidente Richard Nixon, las constancias de esas órdenes que dejó grabadas, su negativa a entregar a la Justicia las cintas de esas grabaciones cuando le ordenaron cederlas, la investigación iniciada por el Senado y la decisión de Nixon de renunciar, fue el primer presidente de Estados Unidos en hacerlo, el único hasta ahora, en agosto de 1974: su vida política quedó sepultada bajo los escombros de Watergate.

A su modo, Felt también contribuyó a dar un empuje sensacional al periodismo de investigación que cobró nuevos bríos después de Watergate y estableció nuevas obligaciones y derechos entre los gobiernos y la prensa, y sostuvo el uso de fuentes anónimas y el derecho de los periodistas a mantenerlas en el anonimato. Desde Watergate, los gobiernos cerraron más los huecos por donde se filtra la información, y la prensa buscó nuevas formas de romper ese blindaje. En el fondo, subyace un pequeño drama bíblico: alguien quiere ocultar lo que otros tienen derecho a saber.

La renuncia presentada por Richard Nixon

¿Por qué Felt sabía todo sobre Watergate? Porque era el número dos del FBI, casi a cargo de la más poderosa oficina de investigación criminal de Estados Unidos, un organismo de inteligencia que rivaliza a menudo, cuando no coopera, con la CIA. Un hombre de confianza del gobierno de Richard Nixon, se convirtió en los inicios de la década del 70 en la más poderosa fuente de información, anónima y secreta, de dos periodistas que terminarían por contribuir a la caída del presidente, elegido en 1969 y reelegido en 1972, el mismo año de Watergate.

Sobre Felt, y sobre su aura sugestiva y fascinante, pesa aún hoy la duda que lo pone en el papel de traidor o en el de héroe. Felt quiso dirigir el FBI a la muerte de J. Edgar Hoover, su legendario jefe. Pero Nixon lo dejó de lado y nombró en su lugar a un viejo colaborador de sus campañas electorales, Patrick “Pat” Gray. ¿Actuó Felt por despecho contra Nixon? ¿Violó su juramento al FBI convencido de que al revelar los secretos de Watergate fortalecía el sistema institucional al que el escándalo amenazaba? ¿Fue un traidor o un héroe nacional que salvó los valores de la democracia, cercados como siempre por la corrupción?

La historia encierra otro hecho curioso, encierra muchos más, que hace al anonimato de “Garganta Profunda”: Felt y Woodward acordaron no revelar nunca su identidad y ese secreto se mantuvo por treinta y tres años, hasta que Felt decidió romperlo y obligó a Woodward a escribir en tiempo récord un libro revelador: “The Secret Man – The story of Watergate’s Deep Throat – El hombre secreto – La historia del “Garganta Profunda” de Watergate”. Otro hecho curioso, hay tantos más: el secreto tan bien guardado no era tan secreto: medio gobierno de Nixon sabía que el informante secreto de Woodward y del Post era Felt. Nadie dijo nada, todos por diferentes razones.

La decisión de Felt de salir del anonimato obligó a Woodward a escribir en tiempo récord un libro

Sintetizar Watergate, además en pocas líneas, es un desafío. El sábado 17 de junio de 1972, cinco supuestos ladrones asaltaron las oficinas del Comité Central del Partido Demócrata, en el edificio Watergate de Washington. No eran ladrones. Eran agentes al servicio de la Casa Blanca. Fueron detenidos con un arsenal técnico destinado al espionaje, en especial a ocultar micrófonos y a “pinchar” las líneas del partido opositor a Nixon.

Al día siguiente, domingo 18, el juez James Belsen los interrogó en un juzgado de la calle Quinta de la capital americana. Todos dijeron ser plomeros. Era un chiste interno. Los había contratado la Casa Blanca para evitar las fugas de información de la administración, y uno de los jefes del grupo, Frank Sturgis, un ex agente de la CIA, inventó lo de los plomeros, dado que debían evitar filtraciones. Los detenidos eran, además de Sturgis, Bernard Baker, también de la CIA, Virgilio González, contratado por la agencia de inteligencia, Eugenio Martínez, un mercenario anticastrista que había llegado desde Miami y un pez muy gordo: James McCord, oficial de la CIA y, en esos días, jefe de seguridad de la campaña de reelección de Nixon.

El juez no creyó lo de los plomeros en especial porque cada uno tenía en sus bolsillos quinientos dólares en billetes nuevos de cien y con numeración correlativa. Eso llamó la atención de un joven periodista del Washington Post que había ido a cubrir un caso rutinario de robo. Era Woodward. El tiempo y la Justicia dirían luego que esos dólares nuevos que atesoraban los “plomeros”, provenían de la recaudación diario del CREP, Comité para la reelección del Presidente.

Carl Bernstein y Bob Woodward cubrieron el caso Watergate desde junio de 1972. La identidad de su fuente, “Garganta Profunda”, fue un secreto durante más de tres décadas (UPI Photograph)

Cuando el juez quiso saber de verdad con quiénes hablaba y les preguntó sobre sus profesiones, uno de los interrogados contestó: “Somos anticomunistas”. Pero McCord, serio, avanzó un poco hacia el estrado del juez y le dijo: “Soy consultor de seguridad”. Dijo también que trabajaba para el gobierno y cuando el juez preguntó: “¿Dónde es “en el gobierno”? Woodward dio un paso adelante para escuchar mejor porque el tipo dijo algo inteligible. “Hable más fuerte y más claro”, exigió el juez. Y McCord dijo: “En la CIA”. Woodward recuerda haber pensado: “Mierda, la CIA”. Y así empezó todo. Al día siguiente, el Post publicó: “Cinco hombres, uno de los cuales dijo ser un ex agente de la CIA, fueron arrestados a las 2.30 de ayer en lo que las autoridades describieron como un elaborado plan para instalar micrófonos ocultos en las oficinas del Comité Central Demócrata”. Un ejemplo de síntesis periodística.

Woodward conocía a Felt desde años antes. En 1969, cuando era un teniente de la Marina adscripto al Pentágono, oficiaba como correo entre el ministerio de Defensa y la Casa Blanca. “Yo tenía veintiséis años o estaba a punto de cumplir veintisiete, -evocó en “The secret man”- con mi pelo muy corto y mi uniforme con las dos barras doradas y una estrella en cada manga. (…) Aquella tarde vi a un hombre alto, con el pelo gris perfectamente peinado, sentado como yo y a la espera de entregar sus papeles. También portaba como yo un maletín, vestía un traje oscuro, la camisa muy blanca y la corbata anudada con precisión. Probablemente era veinticinco o treinta años mayor que yo. Tenía un aspecto distinguido y la calma de los que están acostumbrados a dar órdenes que se cumplen de inmediato y sin dudar. Pensé que era un gran observador porque movía sus ojos con rapidez, como si vigilara cada rincón. (…) Después de unos minutos, me presenté: ‘Teniente Bob Woodward’, dije con cuidado y agregué el respetuoso ‘sir’. ‘Mark Felt’ dijo. Tenía una voz estupenda y confiada”.

Fotografía tomada por Oliver F. Atkins de Richard Nixon dejando la Casa Blanca en el Marine One, poco antes de que su renuncia se hiciera efectiva. 9 de agosto de 1974.

Woddward consultó al número dos del FBI cuando era un aprendiz de reportero en el semanario de Maryland “The Montgomery County Sentinel”. Entre el periodista y el alto funcionario del FBI se creó una relación de mutua confianza, lindante con la amistad. A Woodward lo había enviado al semanario de Maryland el Washington Post, para que ganara experiencia y antes de contratarlo para cubrir el desk de noticias locales. Fue así que el domingo 18 de junio Woodward llegó al juzgado donde eran interrogados los asaltantes de Watergate, porque todo el mundo pensó que el asalto a la sede demócrata era un simple intento de robo.

Woodward y Bernstein tiraron del hilo de los “plomeros” y descubrieron que en el asalto a Watergate estaba metido, y hasta las cejas, el Comité de Reelección de Nixon. Esa fue una de los primicias sobre las que giró la investigación del Post, que apenas recibía información de fuentes oficiales. El 23 de junio, seis días después del asalto, Nixon ordenó un plan para que la CIA impidiera la investigación que encaraba el FBI con Felt como número dos. El de Nixon era un delito calificado como obstrucción de la Justicia y abuso de los poderes presidenciales.

La orden de Nixon, que quedó grabada en el sistema de escucha que el presidente había hecho instalar en la Casa Blanca, intentaba frenar un eventual juicio político si el caso salía a la luz. Fue entonces cuando Felt llamó a Woodward para darle algunas pistas sobre el caso, nada específico, no nombres y apellidos, no datos concretos, ninguna evidencia: sólo pistas, sugerencias, ideas, consejos. Es de Felt la frase que construyó el caso periodístico: “Sigan la pista del dinero”.

Felt había nacido en agosto de 1913 en Idaho. Era un egresado de la secundaria local, casado con su novia de estudiante, Audrey Robinson y llegó a Washington como un joven ayudante del senador demócrata de Idaho, James Pope. Se graduó como abogado en la Escuela de Derecho de la Universidad George Washington y en 1941 se postuló para entrar al FBI. Hizo una carrera veloz: investigó a la Mafia de Nevada y de Las Vegas, fue supervisor de la Academia del FBI y llegó a número dos, a espaldas de Hoover. En realidad, era un número tres. Hoover había colocado como su mano derecha a Clyde Tolson, que era también su protegido y tal vez algo más. El vínculo entre ambos fue descrito como el de “una relación conyugal entre los dos hombres”. A la muerte de Hoover, el 2 de mayo de 1972, un mes y medio antes de Watergate y el inmediato retiro de Tolson el mismo día del funeral de Hoover, Felt quedó a cargo del FBI e imaginó ser su director. Nixon lo desairó por Patrick Gray, un consejero de la campaña de 1960 que consagró presidente a John Kennedy.

Retrato del periodista Bob Woodward de 2018

Los consejos de Felt dieron fruto en la investigación de Woodward y Bernstein. El asalto a Watergate y la intención de espiar los teléfonos de los demócratas estaba ligada directamente al Comité de Reelección de Nixon. Woodward supo que Howard Hunt, un agente de inteligencia adscripto a la CIA, que había estado metido en el derrocamiento del presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz, figuraba en la agenda telefónica de los asaltantes como dependiente de la Casa Blanca. Woodward llamó a la Casa Blanca y no le dijeron que no lo conocían, sino que no estaba en ese momento en su oficina, que podía llamarlo a la oficina de relaciones públicas donde trabajaba a veces como escritor. Woodward llamó, lo atendió Hunt, el periodista le preguntó cómo era que su número de teléfono en la Casa Blanca figuraba en las agendas de los asaltantes de Watergate, el tipo dijo “¡Dios mío!”, gritó que no iba a contestar ninguna pregunta, colgó y al día siguiente dejó su oficina en la sede del gobierno de Nixon y desapareció por un par de años.

En los primeros días de agosto, en plena investigación del Caso Watergate en el que estaba metido ya no solo el Comité de Reelección de Nixon sino la propia Casa Blanca, y ante la falta de noticias de Felt que no atendía en el FBI sus llamados, Woodward, decidió ir hasta la casa de Felt, en Virginia.

Felt tenía motivos para estar callado. La Casa Blanca estaba furiosa con las filtraciones. Los hombres más ligados a Nixon, John Ehrlichman, consejero de asuntos internos del presidente, y Richard Haldeman, su jefe de gabinete, habían emplazado a Pat Gray, director del FBI, a que esas filtraciones terminaran. John Dean, también consejero de Nixon, envuelto en el encubrimiento, pero que terminó por dar un valioso testimonio ante la comisión investigadora del Senado en mayo de 1973, llamó a Felt para quejarse de esas fugas de información. Felt rechazó cualquier cargo que se pudiera hacer al FBI. “Estaba jugando -recuerda Woodward- un juego peligroso que sólo podía girar hacia un peligro mucho mayor”.

Aquella tarde de verano, Felt recibió a Woodward de mal humor. “Su actitud -recordó el periodista en “The Man Secret”- me puso nervioso y pensé que estaba a punto de estallar. Estaba eufórico porque la historia conectaba a los asaltantes de Watergate con el comité de campaña de Nixon. Pero al mismo tiempo, Felt parecía un hombre temeroso de estar frente a mí. Me dijo entonces que no podía haber más llamados telefónicos, no más visitas a su casa, no más nada al descubierto”.

El número dos del FBI tenía miedo. Había sido encarado por su jefe, Pat Gray, porque ya todo el mundo en la Casa Blanca sospechaba que él era el informante del Washington Post. Todavía no era “Garganta Profunda”, el apodo iba a ser revelado luego, en el libro de Woodward y Bernstein “All the president’s men – Todos los hombres del presidente”. Gray le había hecho saber de su inquietud ¿sería él, Felt, el que informaba a la prensa? La conversación fue descrita por el propio Felt en su autobiografía, escrita en 2006 junto al periodista John O’Connor “Felt – The man brought down the White House – Felt – El hombre que derribó a la Casa Blanca”. Allí evoca que le dijo a Gray que había estado pensando en retirarse del FBI, “pero no quiero aparecer como que me retiro bajo presión. Acepto ser transferido a la Costa Oeste como agente especial a cargo”. Gray le dijo que no: “No puedo hacerte eso. ¿Cuánto hace que estás en el FBI” “Treinta y un años”. “No puedo hacerle algo así a alguien que sirvió a su país y al FBI con lealtad”.

Mark Felt se retiró del FBI el 22 de junio de 1973 y murió mientras dormía, el 18 de diciembre de 2008, a los noventa y cinco años

Para que no hubiese “nada más al descubierto”, Felt y Woodward acordaron un sistema de citas. Felt eligió como punto de encuentro para pasar información el estacionamiento D32 del garaje Rossly, en Arlington, Virginia, separada de Washington por el río Potomac. Si Woodward quería ver a Felt, debía cambiar de lugar en el balcón de su departamento del 1718 de la calle P North West de Webster House, una maceta que lucía un banderín rojo. Si era Felt quien quería hablar con Woodward, el periodista debía chequear a diario la página veinte del New York Times que recibía a diario en su casa, donde hallaría el dibujo de un reloj con la hora de la cita.

Fue en uno de esos encuentros, por la noche, en el que Felt dejó una advertencia a Woodward: “La vida de todos está en peligro -recordó Woodward en su libro- Estaba nervioso, la mandíbula estremecida, dijo que todos estábamos sometidos a vigilancia electrónica por la CIA, que la cobertura del caso podía afectar a toda la comunidad de inteligencia americana, que pronto se iría del FBI, planeaba dejarlo el mes siguiente. Dijo: ‘Esta es la situación. Ahora me tengo que ir. Te diría, sé cauteloso’. Fui a mi departamento, llamé a Carl. Cuando llegó elevé el volumen de la música que estaba escuchando, para tapar cualquier escucha electrónica, me senté a la máquina de escribir y tipié lo que Felt me había dicho. Decidimos llevarle la información a Bradlee (Benjamin Bradlee, editor general del Post) y lo despertamos alrededor de las dos de la mañana. Insistimos en que saliera al jardín de su casa, donde no podíamos ser escuchados por algún dispositivo electrónico. Entonces le di a Bradlee una copia de mi escrito para que la leyera. Y Ben dijo: ‘Y ahora, ¿qué diablos hacemos?”

Los esfuerzos por mantener el anonimato de “Garganta Profunda” fueron intensos y permanentes. El apodo que Woodward le había puesto a Felt provenía de una película pornográfica, de las bautizadas como “soft”, suave, si eso es posible, que se había estrenado cinco días antes del asalto a Watergate y que protagonizaba la actriz Linda Lovelace. El título, que intenta ser sugerente y peca por explícito, inhabilita cualquier explicación, obvia y tediosa, sobre su argumento que arriesgaba un disparatado realismo social.

El apodo que Woodward le había puesto a Felt provenía de una película pornográfica protagonizada por la actriz Linda Lovelace

Pero fuera de lo informal, cuando en el Post le preguntaron a Woodward por su fuente de información, se negó a revelarla y la citó, como en sus artículos como “una fuente de la rama ejecutiva con acceso al Comité de Reelección del Presidente y a la Casa Blanca”. No mentía ni un gramo, e identificaba a su fuente sin revelar su identidad.

Sólo cinco personas supieron siempre quién era la fuente de Woodward: él y Bernstein, sus esposas, por las dudas, y Ben Bradlee. No quisieron saberlo ni la dueña del Post, Katharine Graham, ni su hijo, Don, que sería el CEO de la empresa. Hubo una sexta persona que lo supo, no con absoluta certeza pero sí con íntima convicción, que fue John Stanley Pottinger, un novelista y abogado, asistente del Procurador General para Derechos Humanos que en 1976 dedujo por instinto y por lógica pura que Felt y Garganta Profunda eran una misma persona. Y se lo confió a Woodward: “Salté en mi silla, pero traté de mantener una cara de póker –confesaría Woodward– Estuve profundamente preocupado porque saliera a la luz su identidad. Pottinger había dicho que él no diría nada”. Y nunca dijo nada. Su historia es extraordinaria. Hubo una séptima persona en saberlo pero años después, en 1991: fue Leonard Downie Jr., que había sido editor de Watergate y sucedió a Bradlee tras su retiro.

Con los años, quienes mantuvieron el secreto de la valiosa fuente de Watergate, se vieron burlados. Podían exhibir su ética profesional bien alta, pero tanto esfuerzo había sido casi en vano. El gobierno de Nixon sabía que Felt era el informante de Woodward. Por empezar, lo sabía el propio presidente. Se lo había dicho el implacable y sinuoso Haldeman, que pasaría dieciocho meses en prisión por su implicación en el caso.

La revelación surge de las cintas grabadas por el propio Nixon, las cintas que lo llevaron a renunciar porque en ellas estaban las pruebas de su intento de frenar la investigación de Watergate. El 10 de octubre de 1972, a apenas cuatro meses del asalto a las oficinas del Partido Demócrata y cuando la investigación estaba en pleno desarrollo, Haldeman le dijo a Nixon que las mayores fugas de información de Watergate salían del FBI: “Vienen del más alto nivel… De Mark Felt”. Nixon quiso saber: “¿Por qué demonios haría una cosa así?” Haldeman le dijo que era porque había querido y quería ser director del FBI. También le dijo que no se podía hacer nada en contra de Felt: “Si hacemos algo, renunciará e irá a la televisión a contar lo que sabe. Y lo sabe todo”. Si Nixon pensó en nombrar a Felt al frente del FBI para que cesaran las filtraciones a Woodward y al Washington Post, su inquietud fue breve: “Esa sería una manera de llegar a la cima… ¿Es católico?”, preguntó. “No, señor -dijo Haldeman- Es judío”. “Cristo -contestó Nixon- poner a un judío allí…”

Todos tuvieron sus razones, todas diferentes, para callar la identidad de Felt, a quien no pudieron frenar. Si algo triunfó en esta historia es la importancia del secreto profesional en el periodismo de investigación, con el que los populismos de cualquier signo quieren terminar. No importa cuando, los hechos salen a la luz.

Mark Felt, que se retiró del FBI el 22 de junio de 1973, murió mientras dormía, el 18 de diciembre de 2008, a los noventa y cinco años. Sin pretenderlo, había hecho suya la frase de William Faulkner: “El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado”.


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