“El Brutalista” (“The Brutalist”) Heraldo de Aguascalientes

“Es la representación más precisa de un filme como resultado final”. Así definió el director Brady Corbet a su filme El Brutalista durante la rueda de prensa en el Festival de Cannes, en cuanto al formato con el que eligió generar su muy cinematográfico relato mediante el empleo de celuloide en 70 mm. Su respuesta hace eco en la confección misma de su personaje principal, un arquitecto húngaro de nombre Laszló Toth, quien explica su trabajo como elucubrador de estructuras y edificios a través de sí mismo, manifestando la idea de que el diseño es la representación absoluta de algo material que, a su vez, acarrea nociones y conceptos más profundos que sobrevivirán a su destrucción. Esto representa al protagonista durante toda su trayectoria en la película, y ello también es esta cinta: una manifestación clarísima de las posibilidades narrativas y creativas de un director que adapta la sensibilidad quirúrgica de un Kubrick o un Paul Thomas Anderson a un relato maduro y autoconsciente.

Corbet logra apreciar la traumatizada naturaleza interna de Laszló, que encuentra materialización en la figura externa de la escuela arquitectónica a la que se adscribe: el brutalismo, corriente de vanguardia cultivada por los modernistas en aquel punto intermedio del siglo XX, propulsada por el arquitecto francosuizo Le Corbusier, donde las formas lisas moldeadas en hormigón, con tonos grises, blancos y azules, coloreaban estructuras rígidas y anguladas que combinaban funcionalidad y belleza acorde a sus influencias provenientes de la Bauhaus alemana. Estos detalles conceptualizan análogamente tanto al filme mismo como al protagonista: constructos de gran sofisticación ocultos por fachadas de engañosa sencillez.

La trama se ubica en 1947, siguiendo a Laszló (un maravilloso Adrien Brody, recuperando forma e histrionismo del bueno) desde su natal Hungría hasta el puerto de Nueva York. Habiendo sobrevivido al Holocausto y sin un centavo, encuentra cobijo en casa de su primo Attila (Alessandro Nivola), otro inmigrante dedicado a la confección y venta de muebles junto a su esposa Audrey (Emma Laird), además de trabajos de remodelación de interiores. En uno de estos encargos, Laszló conocerá a Harrison Lee van Buren (Guy Pearce), multimillonario producto del enriquecimiento nacional de la posguerra, quien los despide a él y a Attila al mostrarse muy inconforme con su trabajo. La situación se agrava cuando nuestro protagonista es echado a la calle debido a una falsa acusación de acoso sexual por parte de la esposa de su primo, por lo que llevará una vida en calidad de indigente hasta que es recontratado por el mismo Van Buren, una vez que el oligarca descubre que Laszló era un arquitecto de renombre en Europa. Así, le comisiona la faraónica tarea de construir un centro comunitario que albergue gimnasio, biblioteca, teatro y una capilla que, a la vez, servirá de mausoleo para su madre recién difunta.

En una breve obertura y dos partes que abarcan de 1947 a 1960, más un epílogo ubicado en 1980, El Brutalista narrará, entre otras cosas, la construcción de este edificio, la relación conflictiva —y en un punto tormentosa— con su mecenas, no sólo por defender su libertad creativa, sino también por las intrusiones del heredero Harry Lee (Joe Alwyn); la lucha por rescatar a su esposa Érszebet (Felicity Jones), sorpresivamente en estado de parálisis, y a su sobrina Zsófia (Raffey Cassidy), ahora con mutismo selectivo, de la ruina en Europa para trasladarlas a Estados Unidos; así como el choque cultural entre la mentalidad diletante gringa y el proyecto modernista de los inmigrantes.

El Brutalista es una amplia reflexión sobre la vulnerable condición humana, que mide fuerzas con la realidad sobre el arte, el capitalismo y lo que muchos creen que pasa por amor (una escena en particular, donde Érszebet y Laszló demuestran tal simulacro emocional en la cama, donde ella lo masturba interesadamente, es un símbolo de ello), utilizando metáforas inteligentes como la frase de Goethe: “Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo”, y empleando argucias plásticas evocativas y atmosféricas gracias al uso de la VistaVisión de la década de los 50.

Esta es una película que no se amedrenta ante las consideraciones y patéticas exigencias del público moderno, pues se atreve a hacer cine como se debe y con la duración justa. Una de las mejores películas del año, sin duda.

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