El Barrio: El caso de “La Purísima” parte 27 Heraldo de Aguascalientes

El domingo pasado se celebró el Día del Padre y considero importante desarrollar el rol de la figura paterna en un barrio como La Purísima. La figura paterna es compleja, a diferencia de la madre que es el eje afectivo de la familia, de sociabilidad de la cuadra y de participación espiritual en la parroquia. El padre, en cambio, se reduce prácticamente al proveedor, no sólo económico, sino de estabilidad, seguridad y límites. Además, tiene el peso histórico de no mostrar emociones. Raquel Martín afirma: «La masculinidad tiene costos muy elevados no sólo para las mujeres, niños y niñas, sino para los propios hombres, que deben reprimir una parte de su personalidad cariñosa, sensible y colaboradora por imperativos sociales y culturales, lo que representa una enorme pérdida para ellos» (p. 43). En muchas ocasiones, esto no se visualiza ni por el propio padre.

El padre ha sido educado para trabajar, para ser el sustento económico. Ya sea emprendiendo y liderando un negocio familiar o como empleado y trabajador, ambos roles resultan agotadores, jornadas completas que desgastan no sólo física, sino mentalmente. Al llegar a casa, esto repercute en la relación familiar. Como menciona Martín (2002, p. 44): «Un carácter drástico y severo en el interior del hogar y en el negocio, ya que estos son los espacios en los que el patriarca se siente seguro con poder sobre ‘los suyos'», aunque esa autoridad se diluye a medida que se aleja de su «zona de influencia». Es sabido que la esposa da por sentado que el marido debe tener dinero para gastar (Hoggart, 1957, p. 80), y ese poder adquisitivo se convierte en un símbolo de estabilidad en el hogar y un motivo de respeto entre amigos en el barrio.

En cuanto a la relación con sus hijos, también es compleja. La responsabilidad que la sociedad ha impuesto al padre es la de enseñar e imponer límites. Por eso, en décadas anteriores, los padres de barrio rara vez mostraban cariño o emociones de vulnerabilidad, llorar era un acto excepcional que sólo se justificaba en momentos de gran tristeza y ebriedad. Tampoco se les veía dando abrazos, besos o halagos a los hijos, ya que consideraban que debilitaría su figura de autoridad. Además, a diferencia de lo que se piensa sobre el favoritismo del padre hacia su primogénito o hijos varones, es más duro con ellos, ya que creen que mimar a un varón puede contribuir a generarle un carácter débil. El acercamiento con el hijo se da cuando este se involucra más en el negocio familiar o consigue un trabajo. Como menciona Hoggart (p. 81), «él se siente por primera vez cerca de su padre y sabe que su padre está dispuesto a acercarse a él porque ahora los dos comparten el mundo real del trabajo y los placeres masculinos». En ese momento, el padre considera que tienen más en común y se permite aconsejar, orientar e incluso regañar como guía.

En cambio, con las hijas, suelen mimarlas más. Les compran vestidos, juguetes y ceden cuando corren a sus brazos o se enternecen cuando lloran, aunque lo hagan de forma tosca. Sin embargo, es más común que a un varón se le suelte un hiriente «no chille» si llora. Estos mimos con las hijas suelen disminuir en la adolescencia, y el padre continúa asumiendo su papel de autoridad estoica. En la vejez, es probable que quiera compensar todos esos sentimientos y amor contenido, desbordándose de afecto con sus nietos.

Todo esto no significa que el padre sea el amo o que siempre se haga lo que él quiere. Sabemos que la madre tiene la capacidad de influir y gobernar tras bambalinas en el hogar. Algunos padres están dispuestos a ayudar y ser considerados y buenos esposos, mientras que los que se muestran holgazanes o insensibles suelen ser egoístas y hasta brutos (Hoggart, p. 79). Estas facetas del padre también se ven en la cuadra y el barrio, aunque no se les diga directamente. Mostrarse como un hombre hacendoso, especialmente en las reparaciones del hogar, genera respeto social.

Por otro lado, el padre no suele involucrarse en las cuestiones escolares de sus hijos. Por eso, rara vez se hacen festivales del Día del Padre en las escuelas. En sus cumpleaños, más que alegría para los demás miembros de la familia, son actos solemnes de respeto. Se le prepara su platillo preferido y se le permite descansar durante el día. La alegría está reservada para los familiares y amigos que fueron invitados en la tarde o noche. En esos momentos, reunidos en la sala, los amigos, hermanos, compadres y cuñados ríen, fuman y beben. Los hijos están en los patios jugando con sus primos, pero con límites. Las esposas están en la cocina platicando, pero sin hacer mucho ruido, ultimando detalles para la cena.

Los padres rara vez se enferman o, al menos, eso aparentan (a excepción de cuando se exceden con el alcohol y sufren las consecuencias). Es probable que siempre se quejen del cansancio (pero más como excusa para evadir responsabilidades), pero nunca acepten su deterioro de salud ni se permitan faltar al trabajo o a sus negocios, a menos que sea insoportable. En esos casos, acuden primero a sus esposas y luego a sus madres, esperando escuchar lo que quieren, pero al final, ambas lo convencen, aunque a regañadientes, de ir al médico para hacerse un chequeo.

En general, algunos padres tienen todas o algunas de las características mencionadas, aunque hay excepciones. Sin embargo, en un barrio de los años 80, como La Purísima, el padre era una especie de arquetipo: trabajador, autoritario, insensible y constantemente fastidiado por atender «nimiedades» familiares. Investidos con poder, proveían el sustento económico a sus familias y ejercían autoridad sobre los hijos, esposas y otros miembros de la familia (Martín, 2022). Esta figura contrastaba con la figura materna, pero juntos cumplían una simbiosis familiar característica de aquellos años.

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