Editorial Excelsior

 Por Guillermo Fajardo * Para julio de 1933, el canciller Adolfo Hitler y el Partido Nazi ya eran los únicos dueños de la política alemana.
Los últimos obstáculos vienen de adentro del sistema: tanto el vicecanciller Franz Von Papen como el presidente Paul Von Hindenburg ofrecen una tímida resistencia al nazismo.
El primero, con el famoso discurso en la Universidad de Marburgo en 1934, en donde pide que se restablezcan ciertas libertades —que los nazis habían suprimido poniendo como pretexto el incendio en la Cámara de Legisladores en enero de 1933— el segundo, porque era el único que podía quitar a Hitler de la cancillería.
Cuando Von Hindenburg muere, el 2 de agosto de 1934, en la persona de Hitler se reúnen las figuras de jefe de Estado y jefe de Gobierno.
Es en este contexto que la escritora judía Charlotte Beradt (Forst, Alemania, 1901, Nueva York, Estados Unidos, 1986) comienza la urgente tarea de recolectar pesadillas.
Los reunió en un libro fascinante, El Tercer Reich de los sueños (Aquarian Press, 1985).
Beradt se dio cuenta de que sus conciudadanos comenzaron a tener pesadillas políticas, relacionadas con los nazis y su ascenso al poder, en una especie de profecía colectiva en donde los subconscientes parecieron darse cuenta del infierno que vendría.
Un hombre sueña, por ejemplo, con que Joseph Goebbels —ministro de Propaganda Nazi— visita la fábrica de la que es dueño.
Goebbels obliga a sus trabajadores a formar dos líneas en donde se ven los unos a los otros.
El hombre, entonces, intenta el saludo nazi, pero tarda una media hora en alzar el brazo.
Cuando por fin lo logra, Goebbels responde: “No quiero tu saludo”.
Estos son sueños tan transparentes cuyos símbolos, dice Beradt, “no necesitan interpretación y cuyas alegorías no necesitan explicación”.
Un hombre, abogado de cuarenta y tres años, comenzó a soñar, en 1934, “fábulas burocráticas”, en donde se inventaba nombres de instituciones, como la “Oficina de Monitoreo” o leyes, como el “Bando que Prohíbe Fraternizar con Extranjeros”.
El sueño es esclarecedor: se limita, por medio del aparato estatal, lo que el individuo puede hacer y con quién puede reunirse.
Una profesora de matemáticas sueña, en otoño de 1933, con una ley que prohíbe —bajo pena de muerte— escribir cosas relacionadas con las matemáticas: incluso la esterilidad de los números necesita pasar por la mirada del régimen.
De 1933 a 1939, Beradt reúne 300 sueños que parten de una misma filiación: el terror al poder nazi.
A los sistemas políticos del miedo, vengan del espectro político de donde vengan, les preocupa el acto personal de la imaginación y la expresión individual, los cuales necesitan ser reemplazados por propaganda política.
Los panfletos del líder se convierten en pensamiento sagrado y los tabúes infectan la racionalidad de la ley.
La política ya no es espacio de deliberación, sino terreno fértil para la pleitesía.
El único salvoconducto es llevar la foto del Führer en la cartera.
Todas las resistencias del individuo deben quedar bajo asedio.
Bajo el totalitarismo, nada debe quedar escondido, todos deben ser espiados, pues en cada ciudadano hay un traidor en potencia.
Incluso los objetos inanimados, en algunos sueños recolectados por Beradt, juegan un papel significativo: “Recibí algunos reportes sobre sueños similares con objetos hogareños —sobre un espejo, una mesa, un reloj, un huevo de Pascua—.
En cada uno de estos casos, todo lo que la gente recordaba era el hecho de que el objeto denunciaba a su dueño”.
En el ensayo que cierra el libro, el psicólogo Bruno Bettelheim afirma que el régimen nazi fue exitoso en convencer a sus opositores, en lo más profundo de su psique, que “la resistencia era imposible, que la única salvación yacía en la complicidad”.
Según Bettelheim, los sueños recolectados por Beradt son proféticos, pero no por acto de magia, como si percibieran el futuro, sino a la inversa: porque están empapados de pasado.
El régimen nazi, dice Bettelheim, devuelve a sus ciudadanos a la infancia.
Ya que en esos primeros años dependemos enteramente de nuestros padres, de niños también sentimos que nuestra vida está observada continuamente, que no hay secretos ni intimidad posible.
Lo que logra el régimen nazi es acercar a sus ciudadanos a ese estado infantil de vigilancia constante, en donde un poder omnipotente, el Estado “que se arroga la calidad de padre”, los vulnera completamente.
Nuestros miedos, pues, están al servicio de nuestros sueños.
Cuando una democracia es atacada continuamente, cuando la ley se convierte en formalidad, y las instituciones son utilizadas para esparcir mentiras, las arterias del sistema comienzan a bloquearse.
Algunos gobernantes, si son dejados a sus anchas, harán lo que quieran con nuestros votos.
Leerán sus deseos como si fueran los nuestros.
Charlotte Beradt lo entendió en su momento.
Dejó un testimonio vivo de pesadillas ciudadanas.
Ningún líder —especialmente aquellos que se creen bendecidos por la historia— merece nuestros insomnios.
 * EscritorColumnista: Editorial ExcélsiorImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0