El secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken estuvo de visita esta semana en Israel y la Autonomía Palestina.
Cuando se anunció su viaje se suponía que la intención era explorar cómo se estaban desarrollando las cosas en esa zona a partir del inicio del nuevo gobierno israelí encabezado por Netanyahu, gobierno al cual se le ha calificado como el de más extrema derecha nacionalista y religiosa de toda la historia del país; y para analizar también las implicaciones del evidente desmoronamiento de la Autoridad Nacional Palestina a partir de su descomposición interna, del desgaste de su presidente, Mahmoud Abbas, de 87 años de edad, y del peso que las recientes sanciones económicas israelíes están teniendo para la posibilidad de cubrir sus necesidades.
Sobre el ámbito israelí, preocupaba a la administración de Biden el terremoto político interno provocado por las intenciones del gobierno de Netanyahu de realizar una reforma judicial que destruirá la capacidad de la Suprema Corte de Justicia de funcionar como un efectivo y necesario contrapeso para el Ejecutivo y el Legislativo actual.
El riesgo de una reforma como ésa es descomunal, ya que la coalición hoy gobernante funcionaría como una aplanadora capaz de imponer leyes e iniciativas que atentan contra la estructura democrática del país, al tener las manos libres para violar varias de las leyes básicas que la han garantizada hasta la fecha.
Las decenas de miles de manifestantes israelíes que cada sábado protestan en las distintas ciudades del país dan fe del alto nivel de alarma que circula entre la población liberal, que bien entiende la magnitud del peligro que enfrenta su democracia, peligro que el propio Blinken le expuso a Netanyahu, dándole el mensaje claro de que Washington no aprueba la pretendida reforma que convertiría a Israel en una versión mesoriental del régimen húngaro presidido por Viktor Orbán.
Como si no bastara con esa inmensa problemática, el escenario con el que se topó Blinken a su arribo fue todavía más complicado de lo que se preveía, ya que un par de días antes de su llegada la violencia palestino-israelí se desató con una intensidad no registrada en la última década.
En una atmósfera ya caldeada por el incremento de retóricas inflamatorias, una redada del ejército israelí en la ciudad de Jenin, que dejó nueve palestinos muertos, fue seguida por dos atentados terroristas en Jerusalén, el más grave de ellos a las afueras de una sinagoga.
El lamentable saldo fue de siete civiles israelíes asesinados, además de varios lesionados.
De ahí en adelante las tensiones escalaron.
La clausura y posterior demolición de las casas de las familias de los terroristas, ubicadas en Jerusalén Oriental, fue ordenada por el nuevo y extremista ministro de seguridad y policía israelí, Itamar Ben- Gvir, al tiempo que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) anunció el cese de su cooperación con el gobierno de Jerusalén en asuntos de seguridad.
Todo ello acabó por enturbiar el ambiente a tal grado que la posibilidad de una nueva intifada se instaló en la conversación pública en calidad de presagio ominoso.
Ante tal contexto, Blinken llamó al diálogo entre las partes a fin de desactivar la violencia.
Insistió en que la posición de su gobierno es la de seguir apoyando la solución de “dos Estados para dos pueblos” como fórmula para resolver este añejo conflicto.
Refrendó el apoyo de EU a la seguridad de Israel y, al mismo tiempo, anunció una nueva ayuda económica a la ANP a fin de que pueda sortear sus dificultades más inmediatas, manifestando de paso su intención de trabajar para reabrir el consulado que servía como embajada estadunidense para los palestinos y que fue clausurada por Trump.
¿Tendrá algún efecto la presión de Blinken sobre el actual gobierno israelí para que detenga su embestida contra el poder judicial? Difícil predecirlo ya que Netanyahu parece estar dispuesto a llevar a sus últimas consecuencias ese golpe a la democracia a fin de salvarse de ir a la cárcel y seguir concentrando el poder cada vez más.
Y en cuanto a la reiteración de Blinken de la necesidad de trabajar para concretar el proyecto de “dos Estados para dos pueblos”, la frase sonó esta vez como una prédica en el desierto, ya que, lamentablemente, tal fórmula se vislumbra, desde la perspectiva de este presente, como una misión imposible.
Columnista: Esther ShabotImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0