La Nochebuena, la “flor nacional” de la Navidad y el motor económico que no vemos MPV

Símbolo de identidad mexicana y protagonista de cada diciembre, la flor de Nochebuena no sólo adorna casas y plazas: sostiene a miles de familias floricultoras, dinamiza mercados locales y mueve millones de pesos cada temporada navideña.

En México, la Navidad huele a canela, a pino… y se ve roja. Las macetas de Nochebuena, alineadas en banquetas, tianguis y mercados, se han vuelto parte del paisaje emocional de diciembre. Aunque por decreto oficial la dalia es la flor nacional y símbolo de la floricultura mexicana, en la práctica la Nochebuena se ha ganado el título de flor nacional de la Navidad: es el emblema que todos reconocen y esperan ver cada fin de año. 
Su historia lo explica. Originaria de México y Mesoamérica, conocida en náhuatl como cuetlaxóchitl, la Nochebuena fue apreciada por los pueblos prehispánicos por sus colores intensos y sus usos rituales. Con la evangelización, los frailes franciscanos la incorporaron a las celebraciones navideñas y su forma de estrella se asoció con la Estrella de Belén. Hoy, en prácticamente todo el país, basta ver un mar de Nochebuenas en las calles para sentir que “ya es Navidad”, incluso antes de que llegue el 24 de diciembre. 

Un gigante silencioso de la floricultura

Detrás de cada maceta que llega a una sala o un negocio hay años de especialización floricultora. La Nochebuena es uno de los cultivos ornamentales más importantes del país. De acuerdo con cifras del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP), en 2021 se produjeron alrededor de 17.3 millones de plantas, con un valor de 668.5 millones de pesos y una superficie sembrada de 257 hectáreas. 
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Un año después, en 2022, la producción subió a 21.5 millones de plantas y el valor se elevó a unos 902 millones de pesos, con 319 hectáreas sembradas: un crecimiento de más del 24 % en volumen en apenas un año. 
 Para 2023 y 2024, los reportes de Agricultura y de medios especializados han mantenido la cifra en poco más de veinte millones de Nochebuenas anuales, con expectativas de aumento por la demanda nacional e internacional. 
Los estados protagonistas de esta cadena son Morelos, Ciudad de México, Puebla, Jalisco, Michoacán, Oaxaca y Estado de México, donde invernaderos y viveros se preparan prácticamente todo el año para una temporada que se juega en pocas semanas. 
Es un cultivo intensivo: exige control de luz, temperatura y riego para sincronizar el enrojecimiento de las brácteas con el inicio de la temporada navideña. Si el cálculo falla, el productor pierde el año.

Mercados navideños: cuando la flor se vuelve economía local

La Nochebuena no se entiende sólo como dato agrícola; su verdadero impacto aparece en los mercados navideños. En Xochimilco, por ejemplo, el Festival de Flores de Nochebuena y la Expo Nochebuena despliegan puntos de venta en el Jardín del Arte, el Mercado de Plantas y Flores, Cuemanco y otros espacios públicos, donde productores del suelo de conservación ofrecen millones de plantas con el distintivo “Hecho en Xochimilco”. 
En Atlixco, Puebla, la Feria de la Nochebuena se ha consolidado como referencia nacional: decenas de viveristas ofrecen más de 30 variedades, con precios que van desde los 20 hasta más de 100 pesos por planta, además de artesanías, gastronomía y espectáculos que atraen turismo regional y nacional. 
 Y escenas similares se repiten en plazas y parques de municipios de Veracruz, Yucatán, Estado de México y muchas otras entidades, donde las calles literalmente se tiñen de rojo y verde y el espacio público se transforma en un gran mercado navideño. 
Cada maceta vendida significa ingreso directo para floricultores, comerciantes, transportistas, empacadores y revendedores. La Secretaría de Agricultura ha llamado de manera reiterada a comprar Nochebuenas en mercados locales, tianguis y centros de abasto, subrayando que esta decisión ciudadana ayuda a sostener a pequeños productores y a las economías de barrio. 
En un contexto donde las fiestas decembrinas pueden generar derramas económicas de decenas de miles de millones de pesos tan sólo en ciudades como la capital del país, la Nochebuena es una pieza clave —aunque a menudo poco visible— de ese engranaje. 

Más que adorno: identidad, empleo y futuro

La verdad es que, cuando una familia coloca una Nochebuena en la sala, rara vez piensa en el número de hectáreas sembradas o en las curvas de demanda del mercado ornamental. Piensa en “dar ambiente”, en recibir a las visitas, en mantener viva una costumbre que se ha vuelto parte del tejido emocional de las fiestas. Y, sin embargo, esa decisión cotidiana está sosteniendo una cadena económica compleja, que va desde campesinos que cuidan esquejes en el suelo de conservación hasta jóvenes que venden plantas en carpas improvisadas frente a mercados o iglesias. 
En un país que lucha por preservar su biodiversidad y sus tradiciones frente a la presión de importaciones masivas y adornos desechables, la Nochebuena también abre una conversación sobre consumo responsable. Apostar por la flor local —bien producida, con trazabilidad y programas públicos como Altépetl que buscan vincular conservación y desarrollo— es una forma concreta de defender el territorio y la identidad. 
Es por ello que vale la pena mirarla de nuevo. No sólo como la flor que aparece cada diciembre en las fotos familiares, sino como un verdadero símbolo nacional de la Navidad mexicana: un puente entre la memoria indígena y la liturgia cristiana, entre el paisaje rural y la ciudad iluminada, entre la emoción íntima de adornar la casa y la realidad económica de miles de familias que dependen de que esa maceta, justo esa, encuentre un hogar antes de que termine el año.