¡¡¡Las fantasías de los lamesuelas del régimen!!! Elarsenal.net
Raúl Flores Martínez.
¿Y entonces? La pregunta se repite como eco incómodo después de escuchar, una vez más, la retahíla de disparates que los youtuberos devotos del régimen repiten todas las mañanas, como si les fuera la vida —o la chamba— en ello.
Son los mismos que, con el fervor de acólitos mal entrenados, juran haber estado en la marcha de la Generación Z, casi, casi encabezándola, recibiendo golpes “como Cristo” a manos de unos derechistas imaginarios que sólo existen en las caricaturas que ellos mismos inventan. Su fantasía es tan burda que uno se pregunta si de verdad creen lo que dicen o si solo están actuando para justificar la paga de sus amos.
Los que sí estuvimos ahí, los que cubrimos cada minuto bajo el sol, respirando gas, esquivando piedras y empujones, sabemos perfectamente que nada de lo que ellos pregonan ocurrió. No vimos héroes improvisados ni mártires autoerigidos.
Vimos violencia real, cruda, sostenida durante más de dos horas y media. Violencia que escaló minuto a minuto, de ambos lados, mientras los vendedores de humo transmitían desde la comodidad de su sala, rodeados de luces LED, repitiendo la narrativa oficial como si fuera evangelio.
Ahí, en el campo de batalla —porque eso fue al final—, los golpes, los adoquines y los tubos volaban sin discriminar colores ni ideologías. Uno de esos proyectiles terminó estampado en mi frente, y quizá me lleve al quirófano. Eso lo decidirán los médicos cuando revisen la tomografía en unas horas. Pero claro, de eso no hablarán los youtuberos cortesanos; no cabe en el guión que les dictan.
Lo que sí es innegable es el hartazgo social. Un sector creciente está cansado de la violencia, de la inseguridad, del abandono en comunidades enteras que sobreviven sin Estado, sin servicios, sin esperanza.
Pero los voceros digitales del poder prefieren ignorar esa realidad porque les rompe la comodidad de su ficción bien pagada. Si tuvieran un gramo de honestidad —o de valor— saldrían a reportear a esas zonas de conflicto, a los pueblos devastados por el crimen o por los desastres naturales. Pero no: ellos solo aparecen donde sus patrones garantizan seguridad, un discurso prearmado y la posibilidad de inflar el ego frente a su celular.
¿Y entonces? ¿Quién le habla al país con la verdad? Desde luego no quienes viven de servir de alfombra. Porque informar no es repetir. Informar es estar ahí, con sangre en la frente si es necesario, mientras otros juegan a ser periodistas con su celular, lamiendo las suelas del poder para que puedan comer y repitiendo -al no tener creatividad, ni improvisación-, lo que les dictan, leer de una manera que un niño de segundo grado lo haría mejor.
¿Y entonces? ¿Quién le habla al país con la verdad?
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