Madero Esquina Querétaro Plaza de Ármas

Capítulo III

7de junio de 1911, 4:26 am.

“¡El piso comenzó a moverse de un lado al otro! Solo retumbávanos entre los jalones, los catres se voltiaron, mi vieja se cayó y los chilpayates lloraron del susto, cuando nos hicimos pa´la calle mesmamente que vimos todo roto, el portal caido, la tierra rompida, solo chillidos y refunfuñones de la gente, la muina se creció cuando vinos apachurrados a la Lola y el Jacinto, llenos de sangre, con la cabeza partida por una piedra que cayó de arriba.

Corrimos como alma que lleva el mesmo diablo, el juglar se hacía a la calle pero ya estábanos todos rotos, las gallinas y los marranos corrían por todos lados, los caballos se hacían al relincho y naiden se hacía por la calma ¡Gritos y sombrerazos! Luego de todo el jaloneo ¡La tierra se apaciguó! Pensanos que había sido el mesmo castigo de dios, llorábanos y alzávanos las manos al meritito salvador – ¡Ten compasión mi siñor! Ten compasión- ansina luego agárranos pal templo y les dimos un marranito al cura pa´que nos haiga el milagro de calmar la tierra, el río y el aigre.

Un zorcho en andrajos nos hace una señal de que no pásenos, se mira bien jodido, hambreao, tiene una pata de palo, se mira que anda en la lemosna, pero trae su rifle, y pos uno no es güey, si lo hácenos enojar, seguritito nos mete un madrazo y pos ándanos bien espantaos, luego remilgosos del golpe ¡Pos no! Ansina luego luego, que se movió la tierra vinos en el cielo cómo apenas la luz de la mañana se aparece, re ti hartos pajarrillos revolotean igual de espantaos, yo ni cuento, pero se miran ansina de ritihartos, mi Lupe se hizo del huacal y le corrimos pa´agarrar la guelta de la calle, un gentío ya está pal camino, que mesmamente se llenó. Cómo si juéramos un molino de indios ¡Todos hicieron los pies en polvorosa! Solo míranos cómo algunos se caen y otros los pisaban, de a cientos de tejuinos que de un lado al otro gritan y se azotan.

Después de tanto jaloneo nos juimos a mirar la estación del tren, allá mesmo íbanos a esperar al siñor Madero, ansina que sí, Jilemón y Pancracio nos dijo que era el mesmo salvador, el mesmo mesías que nos vendría a dar la tierra que tanta querencia de muina nos da, así que agarranos pa´la central del tren, hay ri te harta gente, no púdinos ni pasar, entre tanto jaloneo nos colamos y quédanos en mero en frentetitito del riel, ansina solo a un simple brinco para llegar.

¡Éranos retihartos del pueblo! Ansina cómo que, a miles, varios zorchos están todos enmuinados porque naiden les respeta, ni el pagrecito del espíritu santo hace lograr el orden -¡Cállense pinches indios! – ansina nos dice- Ordénense cabrones – nos repite.

Pa´ la mañana la mesma la gente ya empieza a hartarse, de un lado y dil otro ¡Puras mentadas de madre se oyen! Que aquí horas llega, quesque ya no llegará, unas mujeres todas de la hacienda tratan de acercarse di más, no pos la gente a luego luego que le ponen sus chingadazos y sombrerazos -¡Órales señoritas juera! – les gritan. En el puro jaloneo se tiran unos y otros ¡Cuando unos disparos nos calmaron a toda la indiada!”

5:00 am

El coronel del Ejército Julián M. Escandón y Robles, quien comanda a cien hombres de caballería, entre ellos el 4º y 6º regimiento de la región de Toluca, hace la espera de la llegada del tren a la estación. Los hombres tratan de seguir la orden del coronel de brigada:

“…¡Atiendan la llegada del señor Madero! Por orden de nuestro presidente Francisco León de la Barra, quien tiene todos los fueros para tomar decisiones, ha decidido que su regimiento proteja y haga llegar de manera segura al Licenciado Francisco Ignacio Madero González, quién de ahora en adelante se le denominará “Huésped Distinguido” recibiendo todas las atenciones al fuero que le corresponde…” Se leía en la orden.

El coronel Bernardo Reyes solo mira de reojo el gran alboroto que se está gestando. Por un lado, se ha avisado a los ejércitos del presidente León de la Barra que el reciente temblor hizo estragos en varios edificios. Existen reportes de muchos fallecidos en el Tercer Regimiento de Artillería, allá por la Ribera de San Cosme; edificios con partes rotas y algunas casonas que tiraron grandes piedras lastimando a las personas cercanas. Pero el alboroto mayor se dio cuando, cerca de la calle de James Sullivan –quien fuera constructor del tren–, frente a la gran estación de la compañía Constructora Mexicana, miles de indios hacen de las suyas en un gran tumulto para lograr ver la entrada de quien seguramente será parte importante del nuevo periodo que viene.

Llevan todos ellos desde la noche anterior con gritos y vivas a Madero. Solo se les advirtió que no dispararan y que no empujaran, órdenes a las que no hicieron caso. Parte del ejército resguarda el orden y la compostura para que no se salga de control.

Ante la renuncia del presidente general de todas las batallas, Porfirio Díaz, Francisco León de la Barra ha tomado el mando. Dentro de sus instrucciones precisas por parte del legislativo, fue que convocara a elecciones en breve. Seguramente Francisco Madero será parte importante, algunos de los periódicos lo consideran un fuerte candidato a ser votado.

Ya se han enviado telegramas al mando del presidente informando que el convoy del tren que custodia a Francisco Madero ha tenido magnas recepciones en lugares como Silao e Irapuato, donde miles de personas alzan la voz de libertad y justicia, llenando las plazas y estaciones donde los regalos de animales como gallinas, guajolotes y cerdos demuestran el fervor que se vive.

Con recortes de papelitos blanco, rojo y verde despiden con música cada vez que el tren se detiene, por ello el retraso, pero algunos de quienes vislumbran la zona cuentan que, con la velocidad y los saludos que no cesan por todo el largo del camino, seguramente la locomotora llegará entre medio día y la tarde.

10:00 am, Calle La Paz 6, taller del Mtro. Guadalupe Posada

El calor del taller era una plaga que se pegaba a la piel, un aire pesado y denso que olía a tinta y a madera, penetrando hasta el último rincón de los pulmones. Era un calor que no se iba, ni siquiera con el aire que se colaba por la ventana, llevando el eco del bullicio de la calle. El maestro Guadalupe Posada llevaba semanas tallando la madera con la paciencia de un artesano, una labor que le habían encargado desde arriba, los mismos mandos del presidente León de la Barra. Su gubia, fina y precisa, danzaba sobre la plancha de madera, dando vida a las figuras de la gente que se amontonaba.

Y mientras trabajaba, las palabras de un sonsonete popular resonaban en su cabeza, un corrido que ya se cantaba en cada esquina de la ciudad: «Entra Madero por Buenavista, con su brillante caballería. La infantería pasa lista, con otro cuerpo de artillería. Muchos carruajes se precipitan de los ricachos de la nación; pero es más bello cuando se juntan obreros nobles de corazón.»

Cada estrofa, cada verso, le daba más fuerza a su trazo. No era solo un panfleto, era el alma del pueblo impresa en papel. El júbilo de la ciudad entera se metía en el taller, en cada uno de los hombres que trabajaban con él, y se convertía en un fervor que se veía en la prisa por terminar la pieza. La ciudad entera vibraba, como si el piso no estuviera pisando tierra, sino el corazón que latía con el pulso de la esperanza. El taller entero se movía con ese ritmo, con la promesa de una nueva era.

12:27 pm

Desde la ventana de su vagón Pullman, Francisco Madero observaba el mar de gente que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. No eran solo personas, eran almas unidas en un solo grito, en una sola esperanza. A lo largo de todo el camino, en los patios de rieles y en los andenes de la estación La Colonia, los gritos de júbilo y los vítores se alzaban, llenando el aire de una energía que hacía vibrar el corazón. La gran locomotora, consciente de su preciosa carga, bajaba la velocidad como si temiera romper el hechizo de ese momento. El maquinista, sorprendido, solo podía mirar la marea humana, atestiguando la hazaña que Madero había logrado: unir a todo un pueblo.

A su lado, su hermosa Amira luchaba por contener la emoción que le nublaba la mirada. El largo y sinuoso camino que los había llevado hasta la capital por fin llegaba a su fin. Aunque el mundo la veía como una simple acompañante, su secretaria de confianza, su corazón le decía otra cosa. La fuerza y delicadeza de su alma noble se habían relegado a la sombra, pero cada instante a su lado era un tesoro. Aun en la vorágine de ese viaje, había momentos en los que sus almas se encontraban, en los que la distancia entre ellos se desvanecía. Le dolía que, una vez alcanzada la victoria, ella se convirtiera en solo una más en el círculo de sus allegados, y no la compañera que su corazón anhelaba ser.

Junto a ellos, fieles en la odisea, viajaban José María Pino Suárez, el acaudalado comerciante, y Roque Estrada, el escritor que con mano firme llenaba su bitácora. Ellos, testigos de la aventura, eran los guardianes de la historia. Roque, con su pluma, se encargaba de que la odisea del joven de Parras quedara plasmada en un libro, para que la posteridad supiera del viaje de un hombre que, con su fe, había movido montañas.

12:30 pm

Julio Ayala era una persona de difícil parecer, impetuoso, lleno de ganas de ser escuchado. Para unos cuantos era solo un loco vecino que amaba la música, pero tenía en la mente algo claro: ¡Hacer la primera narración en fonógrafo de Madero! Nadie lo había hecho, sería él quien lo realizaría. Uno de los retos a tomar en cuenta fue cómo le haría para que se escuchara en la grabación la voz de Madero. Necesita estar cerca o de plano, tener que entrevistarlo, para ello se dio a la tarea de primero ensayar cómo grabar las voces en el aparato. Raudo ideó que se lo llevaría en sus brazos, así que realizó un pequeño aparato que le ayudaba a cargarlo. Con ingenio sabía que podía hacerse de todo el evento a tan solo unas cuantas cuadras.

Hizo por cargar todo el parapeto que ideó y logró caminar hacia la estación del tren de la calle de Sullivan, justo por donde se prevé. Para las 11:15 de la mañana, pensando que ya era el tren lo que se avecinaba, comenzó a grabar: “… -Si eso dice mamón blando que dirá biscocho duro, que desde las cuatro de la mañana, hora en que comenzó el temblor estoy sin alimento. -Pero no le hace mi jefe, todo por ver a Madero, hoy todo México se queda sin comer. -Oiga, amigo, y cuántos clubs habrá. -Pues desde aquí hasta Palacio está lleno de gente y lo más bonito que no hay ni un tecolote hijo de la manchada alegre por todita la ciudad.

Pues según se yo, anoche estaban apuntados ciento veintidós club, sin contar con las sociedades mutualistas. Pues eso es muy valedor. Lo que es horita sí que somos libres y soberanos. Clarinete vale. Unos decían que sí, otros decían que no y el día que llegó Madero hasta la tierra tembló. -Oiga, amigo, no me pise tan fuerte. -No le hace, mañana pone. -¿Pone? Ya le pondré la mano en la carota. -Orden, señores, orden y nos amanecemos. -Porque es que este amigo de todo se indigesta. -¿Se indigesta? Yo no sé con qué. Sólo con el viento, porque lo que son los arvejones se están meneando en la cazuelota, pero no en mi estómago, mi vale. -Mire, mire amigo, ya el sol vendió la casa, si no le gusta estar aquí a tirar en juste a encaramarse en las estatuas de Colón y el caballito de Troya que le están trepando hasta en las orejotas…” se escucha en la primera grabación.

Aproximadamente a las 12:33 de la tarde ya, después de tantos ajetreos, la locomotora de la Compañía Constructora Mexicana, jalando ocho vagones de los llamados Pullman, hace su arribo, pitando fuertemente. Las personas con sus vítores solo dicen una cosa: “…¡Madero, Madero…Madero!…” Julio Ayala alcanza a grabar todo el sonido completo de vítores y el clímax de la llegada: “… Señores, las doce y diez. Eso sí es el tren. Es el tren… es el tren (se escucha un largo pitido) Viva Madero, Madero, Madero, Madero… Viva, Madero,” una multitud de aproximadamente miles de voces hacen rugir el sitio. La grabación de Julio Ayala continúa con algunos abruptos de lo prudente que es. El disco que obtuvo lo llenó de entusiasmo ¡Era la primera vez que grababa a tal magnitud!

Continuará…

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