No se lo pregunté, pero creo que si “La Tía Coco” volviera a nacer, volvería a tener 100 años.
Y volvería a nacer en la misma familia.
A crecer en el mismo barrio.
A jugar a los mismos juegos.
Asistiría a la misma primaria.
Volvería a estudiar para maestra de escuela.
No se casaría ni tendría hijos.
Se mudaría a trabajar a la Ciudad de México.
Y, sobre todo, volvería a viajar por todo el mundo.
“No estoy arrepentida de mi trayecto por la vida”, suelta “La Tía Socorro” con una lucidez que pasma.
A “La Tía Coco”, con sus 100 años encima, no le duele nada.
Bueno, dice, salvo la rodilla derecha por un golpe que se dio, de esas veces que uno sin querer ¡zaz! y se pegó en la rodilla.
Desde entonces anda con un bastón de aquí para allá y de allá para acá, pero de ahí en fuera.
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nada le duele.
“Pues.
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no me siento.
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digamos.
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por la edad que tengo ya, acabada, inútil.
Al contrario, me siento perfectamente”, me dice La Tía Coco, la voz atiplada, sonora, a las 4:00 del jueves 17 de julio que charlamos en el comedor de la casa de su sobrina María Esther Dávila Fuentes, Mariquis, con mesa y sillas relucientes, cuadros de flores colgando de la pared, y al fondo una ventana por donde se cuela una luz lechosa que alumbra su rostro casi sin arrugas.
“No soy chiquita, no soy viejita todavía, a pesar de que parezco.
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”, se ufana La Tía Coco y se ríe, pero siempre se ríe.
***María del Socorro Fuentes Rodríguez, ha venido a Saltillo, desde la Ciudad de México, en avión, para celebrar sus 36 mil 500 días, cinco mil 200 semanas, mil 200 meses y 100 años de vida, al lado de sus familiares, más de 100, entre sobrinos y sobrinos nietos.
Ah.
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y alguna que otra amiga que como ella ha logrado superar, pero no tanto, la prueba del tiempo.
La verdad es que ya iba para cuatro o cinco años que la maestra Socorro, mejor conocida por su sobrinada como La Tía Coco, no venía para Saltillo, la tierra que la vio nacer un 19 de julio de 1925, hace, nada más y nada menos, que un siglo.
Resulta, me cuenta La Tía Coco, que Jorge García Fuentes, el sobrino que se ha hecho cargo de ella y que vive y que trabaja en la Ciudad de México, le avisó que estaría unos días por Saltillo y la invitó a venir con él.
“Me dice Jorge, mi sobrino, ‘voy a ir a Saltillo’, le digo ‘¿cuándo te vas?’, ‘tal día’, le digo ‘ay, ¿que no puedo irme contigo?, ‘sí, si quieres vamos, pero nada más voy una semana de trabajo’, le digo ‘pues no le hace.
Tú te vas a tu trabajo y yo me voy con algunas de las personas de mi familia y de tu familia.
Ay, pero si ya estoy puesta’”.
Y por eso es que está acá.
Cuando llegó, la ciudad le pareció tan lejana, desconocida, extraña.
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“Créame y soy sincera, ya no conozco Saltillo, les digo ‘oigan, ora sí, por favor, no me dejen sola’, dicen ‘¿por qué?’, ‘porque me pierdo’, ‘cómo que te pierdes’, ‘sí”.
Y les digo ‘oigan no, esto no existía cuando yo vivía aquí ¿Cómo es posible que Saltillo haya cambiado tanto?’”.
Luego que se hubo instalado en la casa de su sobrina Mariquis, sus familiares le anunciaron que habría una reunión en su honor, por lo de sus 100 años.
Cualquier día cumple uno 100 años, que va.
“Me dicen ‘fíjate que vamos a tener una reunión de todos los parientes’, ‘cuáles parientes, - les digo, - ya no los voy a conocer.
.
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’.
Sacaron una libreta y me empezaron a decir, ‘¿te acuerdas de fulana?’, ‘sí, ‘¿y de éste?’, ‘sí’, ‘pues ya los invitamos a que vengan para que te saluden’”.
-¿Y de todos los de la libreta se acordó?, le pregunto a La Tía Coco con gran intriga.
-Ay, le digo, pero si ya los estoy viendo.
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***La Tía Coco, había migrado de Saltillo al Defe, donde ya vivía Ernesto, el menor de sus hermanos, como a los 30 años, luego que se graduó de maestra en la Benemérita Escuela Normal de Coahuila, y después de haber dado clase por algún tiempo en algunas primarias de aquí, “la Venustiano Carranza”, recuerda.
Entonces la maestra Socorro solía venir todos los años, durante las vacaciones de Navidad, a pasar las fiestas con su familia, su madre, hermanos, sobrinos.
“Como la mayor parte de mi familia estaba aquí en Saltillo, nomás tenía yo unas vacacioncitas o un tiempo libre en México y ahí vengo, volada, con toda la familia”.
Pero ahora sí que ya tenía tiempo de no venir, insiste La Tía Coco con una claridad de mente que me deja avergonzado ante mi, a veces, flaca memoria.
Y sin duda que, me confiará en otro lugar, en otro momento, María Cirenia García Fuentes, una de sus sobrinas, la persona que más cargada venía con regalos para todos en Navidad, era La Tía Coco.
A La Tía Coco la había deslumbrado tanto la Ciudad de México, en aquellos tiempos Distrito Federal, sus calles, sus altos edificios, sus museos, sus teatros, sus parques, que, de plano, se puso a vivir allá.
“Se me ocurrió ir a México con mi hermano Ernesto que estaba estudiando allá y me gustó y ya le dije ‘oye pues guíame, porque México es muy grande, y yo no conozco, y quiero saber’.
En dos días ya conocía yo México por todos lados, al derecho y al revés.
Empecé a conocer México y más se me olvidó Saltillo”.
La Tía Coco había adquirido una rara adicción por descubrir lugares, que alternaba con el placer de enseñar a nenes, desde el preescolar, hasta el sexto grado de primaria.
Entonces a la maestra Socorro le fascinaba tanto andar y desandar la ciudad, que hacía largas caminatas de tres o cuatro horas desde su apartamento en la Narvarte, a la escuela donde trabajaba, y de regreso.
“Mmm anduve todo México, para qué le cuento.
No me quedó rinconcito que no conociera”, dice La Tía Coco y su rostro se pinta con esa emoción de tiempos idos.
“Mi prima Martha Elia y yo, que somos de la edad, nos íbamos a pasar el mes completito de vacaciones a México, y la tía nos llevaba desde Chapultepec, hasta la Cueva de Amparo Montes, porque ya teníamos 15 años.
Nos paseaba y así como nos llevaba a disfrutar de las cosas infantiles, nos llevaba a que conociéramos algún cabaret.
Ella sabía cómo le hacía, pero nos metía”, me confiará más tarde Cirenia, sobrina de Coco.
Fue por aquella época que a La Tía Coco le entró la ventolera de correr mundo:Rusia, Alemania, Tailandia, Grecia, Egipto, Japón, Jerusalén, Turquía, Leningrado, Estados Unidos, Cuba, Brasil, Perú.
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“Y conocí, no es exageración, pero el mundo entero.
Feliz de la vida viaje y viaje por todo el mundo.
Ay, para qué te voy a decir mentiras, recorrí, no te imaginas, una cantidad de países hermosos.
Le tomé yo cariño a la paseada y entonces ya no me pararon.
Ya fue cuando dije ‘el mundo es muy grande’”.
***La Tía Coco es así:Ni alta ni chaparrita, menudita de cuerpo, aperlada tez, cabello ralo, entrecano, ondulado, ojos vivos, afilada nariz, finos labios, una sonrisa que no se apaga, tiene 100 años y cientos de historias que contar.
“Cumpliditos los años, porque nada de que me pongo unos poquitos o me quito”, dice Coco.
Es sábado 19 de julio como a las 6:00 de la tarde, y el salón 2 del Club San Isidro, piso salmón, falsos muros grises, donde ya se calienta la fiesta por el centenario de La Tía Socorro, está a reventar de pura sobrinada.
Entrando al salón, sobre una mesa circular de mármol, recibe a la concurrencia el close up, a blanco y negro, con marco plateado, de una muchacha cabello oscuro y ondulado hasta los hombros, cara virginal, redonda, delgadas cejas, mirada seductora, afilada nariz, labios finos y perfil como el de una estrella del cine mundial de los años cuarenta, es la maestra Socorro a sus 17 o 18 años.
“Mírala, qué guapísima, súper bonita.
Era una preciosidad, de veras, Socorro Fuentes”, me dice Cirenia, la hija de la hermana mayor de Coco, que también se llamaba Cirenia y que, por cierto, ya es finada, como todos los hermanos de Socorro.
A la sazón, La Tía Coco vivía en Saltillo y estudiaba en la Normal.
Socorro había tenido una infancia sin sobresaltos, ella dirá que feliz, junto a sus padres Ernesto Fuentes y Maximina Rodríguez, y cuatro hermanos más, tres mujeres, Cirenia, Martha Elia, María Luisa, y un hombre, Ernesto, en la calle de Xicoténcatl, imagino que en una de esas viejas y añosas casas del centro.
“¿A qué jugaba?, a qué no jugaba.
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Siempre fui muy dicharachera.
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lengua suelta.
Jugábamos a todo lo que viniera.
Como éramos chamacas todavía nos sentábamos en el suelo con una pelotita o con una cosita.
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Y cuando crecimos un poco, un poco o un muchito, nos empezaron a gustar los muchachos y teníamos muchos amigos.
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”, recuerdo que me contó La Tía Coco tras su llegada a la ciudad.
Sus padres la habían inscrito en la primaria Anexa a la Normal, y en la Normal se habría quedado hasta que terminó su carrera de profesora.
-¿Y por qué maestra?-No sé, me gustó, se me hacía una cosa muy interesante enseñar a los niños que, en algunas ocasiones, no sabían decir ni cómo se llamaban.
Me jacto de decirle que tuve muy buenos compañeros y compañeras, y maestros.
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ni qué decir.
Pasa el tiempo, es natural, ellos más grandes y todo, empiezan a morirse unos y otros y así.
De pronto, llegaba yo y me decían mis gentes, ‘ya no preguntes por él, ya murió’.
Ay me dolía en el alma y, sí, efectivamente ya me cercioré de que ni modo, se los llevó Dios”.
Entonces La Tía Coco gustaba de pasarse horas y horas en la Alameda, con sus amigos de la escuela.
Esa Alameda de la que atesora, dice, momentos fantásticos.
Cirenia, la sobrina de La Tía Socorro, me jala hasta el fondo del salón, donde hay una mesa mínima y sobre la mesa mínima otra fotografía.
Es La Tía Coco en su graduación de la Normal, prendedor en el cabello, vestido de fiesta abierto hasta el pecho, medallita.
La Tía Coco muy fresca, yo diría que hasta jovial, su rostro una eterna sonrisa.
Quién que la viera, dudaría que fue abanderada y reina de la Benemérita Escuela Normal de Coahuila.
Entonces Tía Coco tenía “así de pretendientes”, me dijo juntando las yemas de los cinco dedos de la mano derecha, como para significar muchos, todos los pretendientes.
“No es que fuera yo bonita o atractiva, no, pero tenía muchos amigos, muchos amigos, y cuando no era uno que me invitaba al cine, otro que me invitaba a paseos.
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“Sí me proponían matrimonio, sí me decían, sí me buscaban, pero les decía yo, ‘no, no, no, primero déjenme conocer el mundo y ya después hablamos’.
Como le digo, no quise, porque me sobraron, pero yo contenta hasta la fecha.
En ese tiempo se me fue la vida y ya no me casé, pero tengo muchos amigos”.
Que se le fue la vida, dijo La Tía Coco, 100 años.
.
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nomás.
***En la esquina de la pista de baile un músico vestido para la ocasión, con teclado y bocina itinerantes, hace las veces de orquesta y se revienta, de vez en vez, algún éxito de la Santanera, una balada, una cumbita, pero hasta ahora nadie baila.
De pronto, una voz femenina al micrófono llama, por apellidos, a las familias para que vayan al frente del salón y se tomen la foto del recuerdo con Coco.
Cualquier día cumple uno 100 años, que va.
Pasan.
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.
Al frente del salón hay un arco de globos centelleantes, el happy birthday a manuscrita y el 100 en oro abombado.
Las poses son tumultuarias, al centro del tumulto, La Tía Coco, sentada en una silla, arracadas, labios carmesíes, su sonrisa perenne, la blusa de encajes argénteos.
“Me siento soñada, es tan hermoso, volteo para todos lados y veo puras caras conocidas, gente que hace años no veía y que Dios me ha dado esa oportunidad.
Estoy feliz, quiero agradecerle a Dios por haberme hecho llegar a este momento”, me dice La Tía Coco cuando llego hasta su mesa, entre empujones de la multitud, para registrar sus impresiones.
Y a mí me viene la imagen de La Tía Coco, horas antes de la fiesta, subiendo por las escaleras de la capilla de Nuestra Señora de Fátima, del brazo de otra de sus sobrinas y apoyada en su bastón, después de haber rehuido usar la rampa para discapacitados.
Durante la homilía de la misa de acción de gracias por sus 100, el padre Sergio García Blackaller, otro de sus sobrinos nietos, había elegido recordar a la maestra Socorro cuando se iba a jugar boliche, sus trofeos, la bola “y los zapatillos” con los que andaba haciendo chuzas, luego.
.
.
la tranquilidad de su casa.
“Se ponía a leer, me pasaba buenos libros, creaba un entorno bonito en su casa.
Yo llegaba y ya sabía dónde estaban los chocolates.
A todos nos chiqueaba, sabía cómo hacer que se sintieran a gusto.
La vocación de Coco fue servir en el magisterio, ayudando a muchas generaciones y desde ahí evangelizó.
Tenemos que seguir lo bueno que nos deja”.
Al final de la ceremonia religiosa el tumulto de sobrinos y sobrinos nietos felicitando, abrazando a La Tía Coco, por sus 100 años.
Y al final de la ceremonia religiosa la fotografía tumultuaria, y al centro del tumulto La Tía Coco, de pie, como un roble.
Algunos de sus parientes se habrían quedado con la instantánea de una Tía Coco practicando squash, natación, y con la idea de que, quizá, por eso la maestra Socorro ha durado tanto, 100 años.
.
.
nomás.
Cirenia tiene una opinión de Perogrullo:“Siempre fue una persona muy especial, yo creo que por eso no se casó.
Por eso duró 100 años, porque no tuvo hijos jodones ni maridos fregones”.
***Andando los días, lejos de su terruño, Coco había comenzado a extrañar su ciudad, a su gente, sus amigos, su familia, y en cuanto pudo hacerse de un buen vividero en la capital, La Tía Coco aún no tenía casa y se asistía con unos amigos de Saltillo que estaban por allá, cargó con Maximina, su madre, que había enviudado siendo muy joven.
“Mi mamá se quedó sola nada más con nosotros que estábamos chicos.
Mi hermano Ernesto y yo conseguimos un departamento y nos la llevamos.
Mi mamá no quería salir de Saltillo, naturalmente que la convencimos.
.
.
”.
Aquel atardecer de su arribo a Saltillo, que la conocí en casa de su sobrina Mariquis, volviendo sobre sus pasos a sus años de juventud, la maestra Socorro se había mirado en un salón de clase, dando clase, frente a grupos de hasta 50 chicos.
Fueron tiempos duros, difíciles, confesó.
“Te dicen, ‘nombre, te va a ir retebién son unos cuantos niños’.
No, no crea, es bastante difícil, duro, cuando uno apenas salió de la Normal.
Ya cuando me fui a México tenía algo de experiencia con los niños.
Muchos chamaquitos tuve, desde los niños más chiquitos, los de primer año que no saben nada y muy traviesos, muy difíciles, pero gracias a Dios pude muy bien con el grupo y al siguiente año me cambiaron de primero a otro grupo con niños más grandes y así, hasta que recorrí de primero a sexto.
Así es que ya después cogí práctica y muy bien, muy a gusto, muy contenta.
No le queda a uno más que trabajar.
Duré allá todo el tiempo de maestra de primaria”.
-Era usted regañona, ¿no?-No precisamente regañona, muy exigente.
En la escuela cuando los niños hacían algo les decían “te mando con la maestra Socorro”, y pronto se componían, “no, no, con ella no, con ella no”.
Muy estricta, eso sí, me jacto de decirlo y no se me quita lo exigente.
Yo lo hacía por su bien, de que algo aprendieran.
“Es increíble su fortaleza.
Es bondadosa, pero es de carácter.
Yo creo que eso la ha sostenido también”, dirá Cirenia García, su sobrina.
Por las tardes, después de lidiar con medio centenar de chiquillos, Socorro, quien había ganado fama entre sus compañeros profesores y sus alumnos de ser una maestra de dulce, pero exigente carácter, todavía se buscó un trabajo en una compañía constructora.
En ese tiempo La Tía Coco conoció a Ruth, una alemana guía de turistas que le invitó a viajar por lugares del mundo, de los que La Tía Coco apenas y había escuchado hablar o mirado en las páginas de los libros de texto.
“Inmediatamente dije ‘sí, ¿cómo es?, ¿qué se necesita?, desde luego, - le dije -, yo creo que mucho dinero.
.
.
’, dice mi amiga ‘no, usted no se tiene que preocuparse por el dinero, aquí puede viajar y después de que viaje va pagando su viaje.
.
.
’”.
Y con el dinero que juntaba durante el año, cosecha de su sueldo de maestra de escuela y empleada de una constructora, Socorro se fue a recorrer el mundo.
“Sí, recorrí mucho mundo, vacaciones, vámonos.
Y como teníamos los dos meses completos de vacaciones, esos dos meses nos la pasábamos siempre viajando, viajando, viajando.
Muchos países, unos muy hermosos, otros muy feos, de todo hubo.
Teníamos una guía magnífica, una persona alemana que mis respetos.
Desgraciadamente ya murió, cómo la lloro todavía.
.
.
Pero empecé y cuando empecé ya no paré, ya seguí, seguí, seguí, y cada lugar o parte que conocía, más ganas me daban de seguir conociendo.
Ya empecé a ver que había otro mundo y juntaba y juntaba y juntaba todo el año y entonces.
.
.
vámonos”, me platicó La Tía Coco.
Y yo me resistía a creer que estuviera hablando con una mujer de un siglo.
Una mujer que recita de memoria hechos, nombre de calles, países, amigos, parientes, escuelas, maestros que tuvo en clase cuando apenas era una párvula.
“Yo apreciaba y quería mucho al maestro, ¿cómo se llamaba este maestro?, Carlos Espinoza, me parecía un maestro muy agradable y muy buen maestro, y así como él, de esa misma época, había varios”.
Al regreso de sus viajes por el mundo, La Tía Coco se solazaba en compartir con sus sobrinos las maravillas de las que había sido testigo.
“Lo contenta que se ponía cada vez que salía de viaje.
Cuando regresaba traía sus fotografías, sus recuerdos, los compartía con nosotros.
Nos platicaba sobre lo que había visto, lo que había conocido, qué tanto había aprendido de las culturas extranjeras, de los países”, me dice Jorge García, su sobrino, de vuelta al festejo en el San Isidro.
Cirenia vivió así la época viajera de La Tía Socorro:“Estábamos esperando que llegara La Tía Coco, porque nos traía un regalito a todos, que la pañoletita, que la diadema”.
***A las afueras del salón entrevisto a Socorro Fuentes Mata, sobrina y ahijada que, dice, acompañó sus viajes.
“Más porque yo era la ahijada de bautismo.
Hubo muchos viajes que hicimos juntas, desde mis 15 años.
Viajamos a Cancún, a Los Cabos, ella siempre fue viajera por todas partes del mundo, pero también de la República Mexicana.
Siempre muy alegre, en los viajes era la que ponía el ambiente, bailadora.
.
.
“En su casa tenía una muñequita, una matryoshka, de cuando fue a Rusia entonces nos encantaba ir porque era estar saque y saque los juguetitos, y que te traía los aretitos, la crucecita, el reloj.
.
.
Siempre pensaba en todos los demás, pero yo que era la ahijada pues.
.
.
”.
La Tía Coco, dice su ahijada Socorro, con 100 años encima es la mujer crítica y analítica de siempre.
“Un suceso que tú lo platicas lo va reflexionando.
A ella le puedes regalar libros, le puedes contar de películas.
Yo creo que la cabeza es lo más importante que ella ha mantenido bien.
Está muy lúcida, no se le va una”.
-¿Te gustaría vivir 100 años?-Ay no, no tantos, yo creo que 80 y ya.
Alejandro Sánchez, otro de los sobrinos, conservaría desde su niñez el recuerdo de una Tía Coco paciente, consentidora.
“En mi niñez fui una persona algo complicada, tremenda de carácter.
Gracias a ella me salvé de muchas regañadas de mi mamá, porque ella me protegió mucho a mí.
Una persona muy bonita, muy agradable”.
-¿Qué le deseas?-Me gustaría que cumpliera otros 100, que estuviera más tiempo con nosotros.
***Es un martes tempestuoso, como a las 5:00.
“Pasa el tiempo, no cabe duda”, oigo que dice la maestra Coco.
En la sala de la casa del sobrino Ramiro García Fuentes, sillones esponjosos, mesita al centro, alfombra de cuadros, lamparita de luz amarilla en la esquina, flores, de fondo el close up a blanco y negro de la muchacha cara de ángel que ya he visto en otras ocasiones, “La Tía Coco” repasa en el álbum de fotografías digital de una computadora, sus 100 años de vida:La maestra Socorro de niña, con sus padres.
Con su abuela, la mamá de su papá.
“Y con los niños más chiquitos, ya todos murieron.
.
.
”, dice Socorro, la emoción en el rostro.
La Tía Coco con Cineria, su hermana mayor, a los 15 años.
Socorro con sus compañeros de escuela, el día que se recibió de la Normal.
“Ay mira ésta.
.
.
la de cuando me recibí.
Entonces había muerto mi papá y andaba yo de luto, toda de negro.
Esta soy yo”.
La maestra Socorro 75 años después, cuando cumplió 75 años de egresada de la Normal, y la Normal le dio una mención especial por haber sido la única sobreviviente de aquella generación.
La maestra Socorro con César, su antiguo novio, el día que se graduó de ingeniero en la Escuela de Agricultura, y ella fue su dama de graduación.
Ahora recuerdo que, durante la fiesta, Cirenia me había contado de un novio que, en su tierna juventud, tuvo La Tía Coco.
Le digo a Coco que me platique de él.
Su respuesta es una carcajada pícara y estentórea.
“Dile ‘siguiente foto, ya también se murió’”, suelta Cirenia Cárdenas García, Cirenia tercera, la joven sobrina nieta de Coco, hija de Cirenia segunda, hija de Cirenia primera, la hermana mayor de Socorro.
“Él estaba en Agricultura y venía cada ocho días que los dejaban salir y pues.
.
.
duramos un tiempecito, mientras terminó la carrera.
Se fue a su casa con sus padres a San Luis Potosí, allá vivían ellos en ese entonces.
Él se quedó allá, andaba consiguiendo un trabajo apenas y eso fue tiempo para separarnos y empezar yo con exigencias, porque yo era muy exigente, es que estaba chica”, recuerda la maestra Socorro como si hubiera sido ayer.
-¿Por qué exigente?-Yo quería que él no se fuera de aquí de Saltillo, pero pues pasa el tiempo, se fue, se encontró otra muchacha guapa también y se casaron y dije “ya no, hasta ahí”.
Y ya.
-¿Pelaban?-Tanto como eso no.
No, nada más pleitos de que no vienes y no cumples y no.
.
.
-¿Iban a tomar la nieve?-Los domingos a la Plaza de Armas, a la vuelta y vuelta.
.
.
“Y a la Acuña”, interviene Jorge García, que ha estado siguiendo la plática.
-¿Se iban a bailar a la Acuña?, pregunto a La Tía Coco.
-Ah sí, no perdíamos la bailada, dice y se ríe.
***Coco pulsa con el dedo índice la tecla de avance en la laptop de su sobrina nieta Cirenia, y aparecen en secuencia las instantáneas de sus viajes:La maestra Socorro en Roma, en Hawái, en Hong Kong, en Cuba, en Brasil, en Perú, en Disneyland, en Ámsterdam.
En Jerusalén, en Grecia, en Egipto, montada sobre un camello.
No se lo pregunté, y me quedé con la duda de si habría aprendido a hablar algún idioma, inglés, alemán, no sé.
.
.
Su sobrino nieto Alejandro Espinosa Fuentes, con quien charlé en el festejo, dijo que no sabía, pero.
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.
“Creo que se da a entender porque habla el idioma de la cordialidad, de la felicidad.
Siempre se ha entendido con personas muy diversas, pero yo creo que por el lenguaje de la amistad y de la comprensión”.
-Y extraña Saltillo, ¿no?, pregunto a Socorro.
-Ah no, de Saltillo extraño siempre, constantemente hago comparaciones con las compañeras que no conocen Saltillo.
-¿Cómo es tener 100 años?-Estoy contenta con Dios, agradecida y todo, porque digo, pues qué más me puede dar Dios que no me haya dado ya, claro, poniendo yo de mi parte, he salido adelante y aquí me tiene.
-¿Cuántos años más querría vivir?-El tiempo pasa y no sabemos hasta dónde Dios nos tiene reservado-Usted se va a ir al cielo, ¿sí?-Eso espero, que Dios me reciba allá.
Bueno lo que Dios quiera, porque sí soy muy católica.
Rumbo al ocaso me despido de La Tía Coco.
Hoy es la penúltima tarde que la maestra pasará en Saltillo antes de retornar a su añorada Ciudad de México.
“Ya se nos acabó el tiempo.
A ver si en mi próxima venida, otra vez, otras fotos, con un cambio.
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¿Cómo ve?”.
Dice Coco y yo me quedo pensando que ojalá y para entonces me alcance la vida.
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Total, cualquier día cumple uno 100 años, que va.
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Este es un jugador especial de fútbol de los lunes por la noche para la segunda semana de la temporada de la NFL 2025, cuando los Houston Texans (0-1) organizaron Tampa Bay Buccaneers (1-0) a las 7 pm, luego Las Vegas Raiders (1-0) organizaron la carga de Los Ángeles (1-0) a las 10 pm ET. …
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Para el cierre de la semana dos, la NFL nos trae una doble cartelera, y en el primer partido los Buccaneers de Tampa Bay visitan a los Texans en Houston. El mercado de las apuestas ha estado coqueteando entre -3 y -2.5 para los locales, ajustando a través del tiempo los momios entre -110 y -120. El total de puntos se ha mantenido constante en 42.5
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