Chilpancingo: llamada sin respuesta Milenio

He querido hablar sobre Chilpancingo desde hace varios años y justo hoy que me decido, no puedo.
Llevo horas intentando comunicarme con mi madre y no responde.
La última vez que hablamos fue a las dos de la tarde y ahora son las nueve de la noche.
Mi madre no reside en Chilpancingo, pero vive muy cerca, en Mochitlán, un pequeño pueblo a media hora de la capital guerrerense.
Me encuentro en Tucson, Arizona, y su teléfono celular es nuestro único medio de conexión.
Estoy preocupado porque a esta hora nadie suele salir y mi madre acostumbra a llamarme antes de dormir.
He realizado más de treinta llamadas sin recibir respuesta.
Cuando estudiaba en Chilpancingo, mi trayecto diario incluía un camino lleno de curvas, baches y, en temporada de lluvia, hasta desgajamientos de cerros.
Durante el resto del año, el viaje de Petaquillas a Chilpancingo, a la altura de la Autopista del Sol, estaba frecuentemente interrumpido por marchas, protestas o enfrentamientos entre grupos como maestros, antorchistas, estudiantes y sicarios.
Mi madre siempre me llamaba al salir de la escuela para asegurarse que me dirigía a casa.
Ella siempre ha respondido mis llamadas.
Ha pasado más de una hora y no contesta, así que decidí hablar con sus vecinos.
Solo uno respondió, diciéndome que no ha visto a nadie en su casa y sugiriendo que quizás ella intente comunicarse pronto, aunque yo no estoy tan seguro de ello.
Chilpancingo era habitada por diversos grupos indígenas, principalmente los Yopes y los Tlapanecos.
Estos grupos eran conocidos por su resistencia a las incursiones aztecas, manteniendo un cierto nivel de independencia gracias a la geografía montañosa y difícil de la región.
Tras la conquista, la región de Chilpancingo se convirtió en parte de la ruta comercial entre la Ciudad de México y Acapulco, conocida como el Camino Real.
Este camino era usado para el transporte de bienes, especialmente plata, entre Asia y Europa a través del Galeón de Manila.
Chilpancingo servía como una parada importante para los viajeros y comerciantes, contribuyendo a su desarrollo gradual y a su importancia regional.
Fue en Chilpancingo donde se redactó la primera Constitución Mexicana en 1813 durante el Congreso de Anáhuac, liderado por José María Morelos y Pavón.
Chilpancingo fue el epicentro del movimiento estudiantil en 1960, además fue azotado por el Huracán Paulina en 1997, y ha sido blanco de protestas por la trágica desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, ocurrido en Iguala, en 2014.
Desde Tucson, a más de dos mil kilómetros de distancia, y tras más de sesenta llamadas sin respuesta de mi madre, mi mente viaja a Chilpancingo.
Visualizo las máscaras de los Tlacololeros de San Mateo, la música de viento resonando en el nudo de mi garganta, el azote de los cohetes en el cielo, el olor a cempasúchil en el Día de Muertos, el pan de Chilapa, las picadas y enchiladas del mercado de San Mateo, los escritores arrogantes y los escritores humildes, el dulce frescor del chilate, la Yoli, las calles de la colonia del PRI embellecidas con grafitis de penes, los Avispones, el serpenteante río Huacapa, la Tuna Universitaria practicando en el kiosco del centro, las constantes huelgas en la UAGRO y la SEP.
Recuerdo también el mercado Baltazar R.
Leyva Mancilla, Silverio su majestad imperial, los tamales oreados, la solemne procesión del Pendón, los jueves de pozole, los borrachos que se recuestan junto al monumento a la patria, y los jarritos de barro rebosantes de aguas locas.
Llegando a la medianoche, mi madre finalmente contestó el teléfono.
Me explicó que había olvidado su celular en casa de doña Celia y que prefería llamarme mañana porque estaba muy cansada.
Doña Celia es una señora de ochenta años, quizás un poco más, y es sorda.
Mi madre suele acompañarla durante los rezos fúnebres del pueblo.
No sé cómo explicar lo que siento cuando un amigo, un familiar o mi propia madre no responden a mis mensajes o llamadas.
En Chilpancingo puede pasar de todo; incluso mis tíos me han contado sobre abducciones alienígenas y desapariciones de personas.
Así que por algo hay un astronauta chilpancingueño, Rodolfo Neri, quien volara al espacio en 1985.
Durante esta misión, se convirtió en el primer mexicano y el segundo latinoamericano en viajar al espacio.
Las máscaras de los Tlacololeros son particularmente distintivas y representativas de la danza.
Talladas en madera y pintadas a mano, cada máscara es única y refleja diferentes expresiones y emociones.
Estas máscaras suelen representar rostros humanos o animales, como jaguares o viejos sabios, y están decoradas con colores vivos y detalles en alto relieve que capturan la esencia de cada personaje dentro de la danza.
El uso de la máscara ayuda a transformar al danzante en la encarnación del personaje que representa, permitiendo una mayor expresión de la narrativa cultural.
Aunque mi madre vive en Mochitlán, nuestra vida siempre ha estado arraigada en Chilpancingo, donde las adversidades sociales se convirtieron en el pan dulce que acompañaba nuestro café mañanero.
Entendíamos que cualquier conflicto social o ambiental simplemente se añadía como un aderezo más a nuestra cotidianidad, porque así es como se encuentra la felicidad en la ciudad de los constantes derrumbes.
Nos habituamos a vivir sin luz durante días, encontrando en la pura oscuridad un velo protector que cuidaba de nosotros.
Por la noche no escuchábamos grillos, oíamos a las gallinas saltar de árbol en árbol para escapar de sus depredadores, los perros ladraban a sus propias sombras y, a lo lejos, resonaban los sonidos de motos arrancando a gran velocidad por las calles.
Esa era nuestra música de cuna, que nos arrullaba hasta el amanecer, cuando nos despertaba el aroma de la carne enchilada nos vitalizaba.
Mochitlán es un pueblo pequeño cuyas fiestas patronales capturan la atención completa de sus habitantes.
Mi madre y yo solíamos observar a los pobladores pasear toros con arreglos florales en los cuernos.
Fue entonces cuando comprendí que, para ser embestido por semejantes criaturas, se requiere que nuestra propia herida florezca en el cuerno del toro.
Observábamos cómo todos corrían de un lado a otro, manejando a los toros con cuerdas; parecía que el animal actuaba como un ventrílocuo del ser humano, y su muerte se convertía en una escena teatral.
El sol de las dos y media de la tarde desmentía la idea, tan difundida por el cine y la literatura, de que los vampiros son criaturas nocturnas.
Veíamos cómo los pobladores abrían la garganta del toro con un cuchillo, mientras bebían su sangre en vasos.
Todo esto sucedía al son de música de viento, gritos de borrachos y el aliento agónico del toro.
¿Cómo le digo a mi madre que quiero volver a vivir con ella en Guerrero? Que puedo acostumbrarme a las marchas, al desempleo, huracanes, temblores, alienígenas, vampiros y hasta a los desgajamientos de cerros.
Solo no quiero que muera antes que yo, quiero que mis huesos sirvan para la leña y siga cocinando el mole verde que tanto amo.
Pienso en la ansiedad que tengo por cada vez que no me contesta el teléfono, por todas las veces que tarda en decirme estoy bien, no te preocupes.
Veo a mi madre preparando las tortillas de mano en su comal de barro mientras escucha las noticias:"Un incidente particularmente grave ocurrió este mediodía cuando grupos armados se enfrentaron cerca del mercado R Leyva Mancilla.
Informes preliminares indican que hay varios heridos y lamentablemente, también muertes que lamentar.
Las autoridades aún están tratando de controlar la situación y han instado a todos a permanecer en sus hogares siempre que sea posible.
" El Sur Acapulco.
Mi madre solía decir que encontró la felicidad entre 2010 y 2011, precisamente durante los años más violentos en Guerrero.
Las calles manchadas de sangre formaban parte de un escenario bélico, incluso cuando íbamos a comprar tortillas o visitábamos nuestra pozolería favorita.
Podemos decir que nuestras palabras de amor sobrevivieron a la guerra del narco de Felipe Calderón.
Mochitlán siempre ha sido mi búnker de paz, festividad y lejos de la violencia.
¿Te imaginas mamá que cuando leas esto, volvamos a estar juntos? Quizás veamos Caso cerrado, limpiemos la casa con tus canciones de Chava Flores o volvamos al pasado para crear una navidad con mi padre.
Solo tengo una duda y quiero que me ayudes.
¿Quién está sentado a la derecha del padre cuando yo ya no tengo uno?Pienso en todas las versiones de Chilpancingo que han desfilado ante mis ojos, y en todas ellas, mi madre es la protagonista.
La veo comprando cemitas de piloncillo, tortillas hechas a mano, pasta de mole, pollo y verduras para el caldo tlalpeño y una bolsa de jamaica para preparar agua fresca del día.
Me gustaría que mi madre viera crecer a mis hijos, que probaran tus caldos, chilaquiles, chiles rellenos y supieran que cocinas con el metate de tus pérdidas.
¿Cómo será Chilpancingo en cien años? Quizás los drones sean los que lleven máscaras de danzas, surcando los cielos en una coreografía tecnológica que emula las antiguas tradiciones.
Tal vez las plazas y calles de Chilpancingo se transformen en escenarios donde lo antiguo y lo moderno se fusionen: pantallas digitales desplegando historias de antaño junto a vendedores de arte indígena que utilizan aplicaciones para vender sus creaciones al mundo.
Mientras tanto, drones que se enfrentan en duelos aéreos podrían dejar caer sus restos sobre algún basurero municipal.
A pesar de los avances, pienso que en Chilpancingo no cambiarán sus costumbres ni su burocracia.
Imagino que, incluso en el futuro, el espíritu de mi madre y el mío estarán en alguna fila de banco, perpetuando trámite tras trámite hasta que un ejecutivo o un querubín nos libere.
Chilpancingo es la elegía de un poema oficialista que declama un niño del sexto año de primaria a las dos de la tarde frente a los funcionarios.
No puedo pensar en la ciudad sino pienso en los trámites burocráticos y todos los amigos que me encuentro frente al Bancomer, ver los años en un solo saludo.
Ojalá, mi madre lea esto junto a mí, que sepa que la estoy esperando en su puesto favorito de caldos de chivo.
La esperaré, quizás unas horas, un día o una eternidad, hasta convertirme en una estatua de sal.
AQ