Leo lo que prodigiosamente escribiste, lo que se escribe acerca de ti.
Algo, “alguito”, he escrito también sobre tu obra y tu vida.
Pero, en serio, ¿escribirte?, ¿escribirte a ti, Juana Inés? A ver, ¿decirle no a Alicia*, reina maga del amanecer? ¿Cómo atravesar el espejo y llegar a tus “mil seguidillas”, a tu país de palabras con las que desde las sandalias de niña de Nepantla, de Panoayan, de Amecameca, fuiste de ronda en ronda, llegando al centro de tu poesía?¿Escribir que te imagino entre tus hermanas respondiendo al llamado de tu madre?, ¿y que observo cómo tus manitas de niña toman un libro y sin deletrear —o de-le-tre-an-do— lo vas leyendo? Dices que aprendiste a leer a los tres años, ¿y a escribir también? A mí me parece que escribiste desde antes.
Así nacerías (me parece).
Te veo entrar en la Escuela de Amigas y la maestra, a quien citas agradecida, sonríe cuando te ve llegar de la mano de una de tus hermanas.
En tu mochila llevas tu cuaderno (el borrador de un inventario de la hacienda que usaba tu abuelo) y tus lápices de agua.
¿Qué más llevabas en tu ansia de saber? Me llamo Juana —escribes—.
Mi mamá, Isabel.
Mis hermanas, Josefa y María.
Mis abuelos, Pedro y Beatriz.
Y vas dibujando tu arbolito genealógico con ramas maternas: tío Pedro, tío Blas, tío Juan, tío Miguel, tío Diego, tío Domingo, tío Antonio; tía Beatriz, tía Inés, tía María.
Ellas y ellos son hermanos de Isabel, hijos los once de los primeros Ramírez avecindados en Chalco, región nahua a poco más de veinte leguas de la capital de la Nueva España.
¿Vamos bien, Juanita, Juana Ramírez de Asuaje, Juana Inés de la Cruz?¿Y quiénes serían los familiares de tu padre? ¿Y quién tu padre, a quien nombras en varios de tus documentos? De él —de Pedro de Asuaje y Vargas Machuca— y de su familia sabemos menos.
Nos enteramos de que tu apellido Asuaje viene de Génova (¿sangre italiana también en las venas de tus sonetos?) y llegó a las Canarias, y de estas islas pasaría a las Indias.
¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué es de ti María Ramírez de Vargas, mamá de Antonia Laura Mayuelo (esposa de Damián de Asuaje), abuela de los niños Pedro y Francisco? ¿Sería este Pedro tu padre? ¿Sería más bien tu abuelo? ¿Quién realmente sería ese Pedro del que hasta ahora se tienen pocas señales de su existencia? Lo nombra tu madre, lo nombras tú.
¿Dónde encontrarlo, Juana Inés? Anoto que eres Ramírez por parte de tu abuelo materno Pedro (esposo de Beatriz) y Ramírez también por parte de María Ramírez (hermana de Alonso Ramírez de Vargas), tu bisabuela o tatarabuela paterna (abuela de un Pedro de Asuaje).
Pero volvamos a tu propio linaje, ese que comenzó contigo misma: hija de migrantes, migrante tú misma, literal y metafóricamente de Nepantla.
Y te pregunto, ¿cuándo llegaste a la Ciudad de México? Si bien leemos, tú dices: “cuando vine a Méjico, se admiraban, no tanto del ingenio, cuanto de la memoria y noticias que tenía en edad que parecía que apenas había tenido tiempo para aprender a hablar”.
Y María Luisa Manrique de Lara, ¿se referirá a tu llegada a la Ciudad de México cuando dice: “Recién venida, que sería de catorce años, dejaba aturdidos a todos”? De niña o de menos niña, ¿cómo llegaste a la capital novohispana? Posiblemente por algún camino real, cruzando algún lago, a caballo por trechos, en una trajinera por otros ¡Cuántos detalles en los que aún no podemos precisar! ¿Será necesario o es pura curiosidad? Necesidad, curiosidad, interés por saber de ti, autora de tan portentosa obra en verso, en prosa, en varias lenguas.
Pues, ya estás en la Ciudad de México.
Mayores que tú, conoces a tus primos, los hijos de tu tía María Ramírez y de su esposo, Juan de Mata.
Por cierto, ¿que el esposo de su hija, tu prima Isabel, daría la dote para que profesaras como monja jerónima? Pero aún falta algo de tiempo.
Por ahora, te mudas al palacio virreinal, donde los Mancera se hacen cargo de ti, ¡y los adornas claro! Cómo quedaron prendados de tu juventud y sabiduría: él te dio fama en Europa (el Padre Calleja lo testimonia), te hizo examinar exitosamente con los sabios novohispanos.
Creo que ya te había preguntado: ¿a él no le dedicaste ningún poema? Creo también que nadie hasta ahora ha reparado en este digamos vacío, si es que lo hubo.
Y a Leonor Carreto, ¡cómo la quisiste! Además del soneto que le habías escrito (“En la vida que siempre tuya fue”), hiciste de tu llanto tres sonetos por su ausencia: “De la beldad de Laura enamorados/ los cielos”, “Bello compuesto en Laura dividido”, “Mueran contigo, Laura, pues moriste”.
Juego de sonetos, que oscilan barrocamente entre la vida y la muerte.
Estabas en San Jerónimo cuando recibiste la noticia de quien estuviste tan cerca en palacio: murió la ex virreina, Leonor, Laura.
Cuéntame, Juana Inés, ¿la acompañabas a todas partes? ¿Estuviste algunas veces con Leonor en el llamado balcón de la virreina? ¿Y de las visitas que llegaban a Palacio, ¿qué me dices? ¿Iban también por ti? No digas que no, seguramente querían conocerte, hablar contigo.
Uno de ellos, nada menos que el Padre Antonio Núñez de Miranda, estaba muy atento en tu formación (¿clases de latín, de las que solamente necesitaste veinte lecciones?) y empezó a hablar contigo sobre las ventajas de recluirte en un convento.
¿En cuál?No te imagino en las arduas tareas de las carmelitas.
Que no sólo ibas a ser “monja corista”, ¿eh? Dejaste ese primer convento, pero no el canto, la música, los antecedentes de tu caracol.
¿Dónde estará ese tratado “informe” del que hablas en un romance? También falta aún tiempo para escribirlo, que en tu caso todo es cuestión de tiempo, aunque poco tiempo tendrás para escribir una vez que te enclaustres en San Jerónimo, pases de novicia a monja profesa: ¡hace 350 años, Sor Juana Inés de la Cruz! Veinticinco años después renovaste tus votos y a los cuatro —pobreza, obediencia, castidad, clausura— añadiste el de la Inmaculada Concepción.
Monja profesa, poeta perfecta.
Ahora que te escribo me deslumbra la abundancia de tus escritos sagrados y profanos escritos durante esos años de plata: sonetos y villancicos, romances y letras, silvas y liras, endechas, redondillas, quintillas, ovillejos, oraciones religiosas, loas, autos sacramentales y comedias; ah, tu portentoso Primero Sueño, tu Crisis sobre un sermón, toda una Carta Athenagórica (llamada así por sabia, por sabiamente teológica), tu Respuesta, tan ilustre, “Muy ilustre señora, mi señora”.
Qué privilegio para quienes muy pronto (desde 1676 hasta 1691) escucharon en la Ciudad de México, en Puebla, en la Antequera, tus villancicos.
Qué sentirías —te pregunto— cuando encerradita en San Jerónimo pensabas que las voces de los coros llenaban las catedrales.
Y qué estarías haciendo cuando una actriz, “una cómica”, presentaba tu Neptuno Alegórico a los nuevos virreyes.
¡Arca de arcos, Juana Inés!En serio, ¿se enojó el Padre Núñez por tanto éxito que tuvo tu Neptuno? ¿Te enojaste tú y te defendiste en una carta de despedida? Años después volvieron a ser confesor y confesada, “no corre en la virtud sino vuela” —dijo de ti, casi al final de sus vidas: de la suya y de la tuya, que fue en 1695—.
Pero falta mucho aún y te digo, Juana Inés, y has de saberlo que desde muy pronto se te llamó Ave Fénix y lo eres y lo serás: Sor Juana Inés de la Cruz nunca muere.
Cuántas escenas nos imaginamos de tu vida unida a tu obra.
Te imagino cuando del cabildo religioso te pidieron que los representaras con ese arco triunfal de noviembre de 1680: un arco que se vio, se leyó en una edición suelta con tu nombre.
Antes y después éste ya aparecía en publicaciones individuales y colectivas: Diego de Rivera te había invitado a las suyas, y lo haría también Carlos de Sigüenza y Góngora.
Y participabas en certámenes poéticos y ganabas.
No sé cómo te dabas tiempo de hacer tanto y bien entre tus tareas de religiosa que fueron aumentando, entre rezos y ocupaciones, entre tus quehaceres económicos (con las letras, los números, las precisiones matemáticas y las poéticas), tus compromisos sociales, intelectuales, políticos.
Famosa extramuros.
Los personajes que llegaban a la Nueva España querían conocerte y se daban un día para ir a San Jerónimo a saludarte.
Fue lo que hizo Manuel Fernández de Santa Cruz, la futura trinitaria Sor Filotea de la Cruz.
Interesante seudónimo que te copió tu “de la Cruz”.
Pero aún para esos años que te visitó (“quien, desde que la besó, muchos años á la mano”) faltaba tiempo en que llegaría el día en que las dos “de la Cruz” intercambiaran correspondencia relacionada con la Carta Athenagórica de la que escribió el prólogo, que fue a fines de 1690.
Ahora estamos en los años ochenta.
¿Te acuerdas Juana Inés? Los virreyes de la Laguna te visitaban.
Qué hallazgo leer lo que en una carta dice de ti María Luisa Manrique a su prima, la duquesa de Aveiro: “Pues otra cosa de gusto que la visita de una monja que hay en san Jerónimo que es rara mujer no la hay [.
.
.
] Yo suelo ir allá algunas veces que es muy buen rato y gastamos muchas en hablar de ti porque te tiene grandísima inclinación por las noticias con que hasta ese gusto tengo yo ese día”.
Creo que no supiste de esta carta en la que se habla de ti.
Esa “rara mujer” eres tú.
¿Lo sabías? Por cierto, qué conversaciones habrán tenido María Luisa y tú: casi de la misma edad, con los mismos intereses literarios.
¿Comentarían que, entre sus antecesores, además de españoles, habría tal vez italianos? ¿Los habría? Cuánta fineza poética le regalaste, a ella, a su marido, a su hijo, pero sobre todo a ella.
La originalidad de la loa en las huertas donde María Luisa y sus amigas fueron de “pasadía” es única en cuanto al espacio de la representación teatral nada oficial, entre flores naturales con personajes reales: María Luisa y las damas de palacio.
Ellas se divertían y tú también, imaginándolas mientras atendías en San Jerónimo a los de afuera, a lo de afuera que entraba por el torno del convento y a lo que cotidianamente ocurría en la comunidad de las jerónimas.
Pero, ¿qué te digo, Juana Inés, si todo esto lo sabes mejor que nadie? Creo que quiero darte a entender que algo conozco de ti y que mucho me interesa, y que te leo, ¿quién no te lee?, y busco entre tus líneas más indicios de tu época, de tus relaciones, del acto íntimo de tu creación.
Qué modelo de amistad entre María Luisa y tú, sellado cuando de la “Lámina sirva el cielo al retrato”, se imprimieron tus versos: “sílabas las estrellas compongan”.
El sello de la amistad lo puso ella cuando apareció en Madrid Inundación Castálida, primer libro de una ristra de publicaciones que siguen y siguen circulando de ambos lados del Atlántico.
¿Lo sabías, Juana Inés? Ese libro de 1689, ¡cuánto 9 por celebrar en este 2019!, fue el primero de tantas ediciones y reediciones de tus obras antiguas.
Eso de antiguas lo decimos nosotros.
Tu lo viviste en tu presente, ese presente que es pasado, que es futuro.
Tus publicaciones te pusieron en la mira: después de Inundación, tus Poemas de 1690, y Soror Juana Inés de la Cruz aquí y allá, en varias ciudades de España, en Portugal.
Tu genio e ingenio, Juana Inés, aquella niña de Nepantla, de Panoayan, de Amecameca, la joven de la capital de la Nueva España, la monja poeta de San Jerónimo de México, fue el motor, la nave, el destino de tus letras.
Ya en la Nueva España tus escritos habían sido publicados en ediciones sueltas y en obras colectivas.
Nadie se pronunciaba en contra de ellas, que “una herejía contra el arte no la castiga el Santo Oficio, sino los discretos con risa y los críticos con censura”.
Todo lo contrario.
Pero qué tal cuando Manuel Fernández de Santa Cruz publicó en Puebla la Carta Athenagórica a fines de 1690.
No bien empezaba el año (o a lo mejor a fines de ese mismo año, que tú has de saber más que nadie) cuando el Soldado se enojó y publicó una invectiva en tu contra.
Tuvo varias repercusiones, pocas, pero las tuvo: ofensas contra ti, defensas a favor de ti.
Y mientras tanto, seguías tan ocupada como si nada en San Jerónimo.
Bien sabías que “no puede estar sin púas que la puncen quien está en lo alto […] ¡Oh, infeliz altura, expuesta a tantos riesgos!”Como que transcurrían dos historias al mismo tiempo, como dos estructuras.
Así me parece, Juana Inés, lo que en aquellos días estabas viviendo.
¿Así fue? De día con tus “amadas hermanas” trabajando, rezando, conviviendo en la cocina, en los interiores de San Jerónimo: risas, cuchicheos, oraciones, conversaciones, silencio.
Y de noche, como hiciste con Primero Sueño, escribiendo tu Respuesta.
No hay mal que por bien no venga.
Lo que nos hubiéramos perdido si no le hubieses contestado con una carta a quien se hizo pasar como monja trinitaria, esa contundente Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz, publicada en Madrid cinco años después de haber ascendido tú a donde desde ahora nos lees, si es que nos lees (eso quisiera creer).
¿Y qué crees que pensamos del escrito que originó tu Respuesta? Con el prólogo de Sor Filotea, la propia Carta Athenagórica de 1690, tu tratado teológico: femenino, de mano de mujer, eso sí que son finezas.
¡Ay, Sor Juana Inés de la Cruz! ¡Cómo no te iba a sacar su lanza contra ti el Soldado! Pero, ¿es que no te había leído antes? ¿Él y sus secuaces no leyeron tus Letras a San Bernardo de 1690 escritas antes que la Crisis sobre un sermón, bautizada como Carta Athenagorica? Y tú, como si nada allá en San Jerónimo, como si nada en cuanto a esta situación.
¿Llevarías la música por dentro?, ¿te tranquilizaría Fernández de Santa Cruz al decirte que no contestaras al Soldado, seudónimo el suyo igual que el de los otros (Caravina, Dominga), escondidos en sobrenombres?Ese año de 1691 seguías (corrígeme si no) intramuros, ocupada en tu cotidianidad conventual; hacia afuera, de escritora, de prestamista y, al mismo tiempo, sentías la muerte de tu hermana María (ya tres años antes había muerto tu madre).
Con la resignación de tu parte, estabas llena de ocupaciones y quehaceres, afectos invisibles, “miles” de contradicciones.
¡Medallón de protección! Capas de acero para poder con todo lo que estaba pasando, ¿o no? Y seguías escribiendo por encargo, por cuenta propia.
A un año de la aprobación de la Athenagórica por parte de Santa Cruz, se cantaron en Oaxaca tus villancicos, los dedicados a Santa Catarina: “Víctor, víctor, Catarina / que con su ciencia divina / los sabios ha convencido, / y victoriosa ha salido / –con su ciencia soberana– / de la arrogancia profana”.
Tan intelectuales y feministas.
Casi cerraba el año de 1691, habías pasado por el trago amargo de los días de la publicación de tu Carta Athenagórica, ¿verdad? Y seguías activa en lo público y lo privado, en esas dos esferas en las que te supiste mover, actuar, triunfar, sonreír, fingir: “Finjamos que soy feliz,/ triste pensamiento, un rato”.
Todavía en 1692 solicitaste comprar una celda y el Arzobispo de México autorizó la compra.
¿Necesitabas más espacio para ti, para tus libros? Allí seguirías escribiendo.
¿Sólo de noche? ¿En cuánto tiempo (antes de 1692, sí) escribiste “un papelillo que llaman El Sueño”? Qué sorprendida habrás visto pasar la sombra fugitiva, y exclamar “el mundo iluminado y yo despierta”.
En medio de tantas labores y faenas, ¿cuánto tiempo dedicabas a la lectura, esa viciosa virtud que te acompañó desde los tres años? Tu celda, entre las bibliotecas más completas de la Ciudad de México; tus libros, apuntados por ti, marcadas las hojas, dobladas, con marcas de posesión, de ser leídos, reescritos, transformados en tu escritura.
Por cierto, Juana Inés: ¿comprabas libros? ¿Te los regalaban, los adquirías por intercambio? Un capítulo que se nos hace importante es precisamente el relativo a tus libros.
El padre Lombeida que te acompañó “desde siempre” testó que tenía libros que tú le habías dado para vender.
Que le quedaban otros y que se los daría al arzobispo Aguiar y Seixas, lo mismo que el dinero recabado en la venta de ejemplares de tu biblioteca.
Meses antes, tú ya te habías ausentado de este mundo.
Sabemos que el arzobispo pedía dinero a todos para obras de caridad a favor de los pobres y menesterosos.
Acudió a muchos: les pidió, les exigió, les quitó.
Pudo hacer lo mismo contigo.
Pero, me pregunto, si tenías dinero (y vaya que lo tenías), ¿por qué en lugar de dinero diste tus libros? Podría (yo) interpretar que ofreciste lo que más querías.
Ya no fue el cabello, ya no fue el queso, fueron los libros.
Un sacrificio verdadero.
¿Empezabas a despedirte del mundo, del que al entrar al convento ya te habías despedido? Compraste una celda en 1692 y digamos pronto te deshiciste de tus libros.
¡Qué contradicción!Ese mismo año de 1692 apareció en Sevilla el Segundo volumen de tu obra.
Lo recibiste, lo agradeciste: “¿De dónde a mí tanto elogio’ / ¿De dónde a mí encomio tanto? / ¿Tanto pudo la distancia / añadir a mi retrato”? No terminaste de agradecer, el romance quedó trunco, inacabado, pero por suerte se rescató en tu Fama y Obras Pósthumas de 1700.
Y hemos podido recuperar varios de tus inéditos, como tus Enigmas datados el mismo año de tu muerte —1695—.
Excepcional hallazgo el de mi colega Enrique Martínez López en Lisboa.
Qué cuadernito el de esosEnigmasdedicados a las Monjas de la Casa del Placer de Portugal.
Librito de oración profana y poética, de preguntas y posibles respuestas.
Solicitado por mujeres, dedicado a mujeres, aprobado y prologado por mujeres, escrito por una mujer, por ti: ¡Sor Juana Inés de la Cruz! Mencioné el año de tu muerte, 1695: domingo 17 de abril de 1695.
Pero ¿muerta tú? ¿Muerta Sor Juana Inés cuando el domingo 24 de febrero de 2019 se festejaron los 350 años de su profesión como monja jerónima, 356 años el lunes 24 de febrero de 2025 y este jueves 17 de abril de 2025 la leemos una y otra vez? 330 años después, su figura multidimensional sigue trascendiendo.
¡Qué duda cabe! Estás entre nosotros: —Sor Juana, originaria —Sor Juana, mestiza —Sor Juana, criolla —Sor Juana, novohispana —Sor Juana, mexicana —Sor Juana, chicana —Sor Juana en su siglo, en el nuestro, en los siglos…Una carta a Sor Juana Inés de la Cruz nos pidió la autora de Sor Juana’s Second Dream.
Sería en primer lugar de agradecimiento: por la petición, aunque desafiante sí.
¿Una carta para quien en este género fue “la cartera” por antonomasia, por la calidad y la cantidad de misivas que con su firma salían de San Jerónimo? Más que una carta, lo mío son apuntes para una carta con signos de asombro al pensar que su destinataria no sólo se dedicó a leer y a escribir, sino que fue práctica, fue teórica, fue política, economista, contadora, teóloga, cronista, enciclopédica, autora de todos los géneros de época, de textos sagrados y profanos.
Que fue hija y madre de sus libros.
Que dejó huellas desde sus días aquí en la tierra, que luchó por el entendimiento y la libertad, por una “descasada” y por víctimas de sus tiempos; que habló de salud, de enfermedad, de hambre en la abundancia, que habló de mujeres y hombres sabios (y le habló a los necios también) y fue irónica y con sentido del humor; que privilegió a los “nobles mexicanos”, que probó las “mágicas infusiones de los indios herbolarios” de nuestra patria, concilió culturas, y que desde muy pronto fue reconocida como musa, fénix, “rara mujer” (dicho por otra mujer), rara avis in terra (se dijo en España), trasatlántica, neplantera, borradora de fronteras, salud de los poetas, estrella de sus versos: Sor Juana Inés de la Cruz.
Domicilio: Fuente del Parnaso, antes de dar con El Divino Narciso.
Preguntar por la Décima Musa, Fénix de México.
*Alicia Gaspar de Alba,Sor Juana"s Second Dream (University of New Mexico Press 1999)AQ
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