El prestigio de los Estados Unidos Periódico Correo
Son unos cuantos días los que han corrido de la administración Trump en la segunda vuelta y ya estamos sintiendo las turbulencias. El flamante presidente de los Estados Unidos lo mismo invita al señor Milei que amenaza con fijar aranceles a sus socios comerciales. China padece y Europa mira con temor los vientos que se dejan sentir desde Washington, D.C. En Rusia se relamen los bigotes y Ucrania debe estar sudando frío. Lo cierto es que en estos tiempos he visto que el mundo amanece asustado y pendiente de las ideas de la Casa Blanca.
No hay novedades. Ya sabíamos que así es el señor y que, además ahora viene con más poder y menos freno porque ya no hay una segunda elección que lo ponga frente a las urnas. Al contrario de lo que muchos piensan, esta estrategia no es una ganadora. Al principio, las actitudes intimidatorias pueden funcionar. No obstante, no hay mal que dure cien años ni hay quien los aguante. Tanta amenaza, tanto susto lleva a un nivel de incertidumbre que no se podrá sostener sin consecuencias.
El gran juego en el que se está participando tiene el nombre de Prestigio. Es evidente, que el desafío es complicado porque la estima pública de alguien, especialmente de una nación, es un tema delicado. Hace algunos años, negociar con un estadounidense era sinónimo de candor y honestidad. Pactar con Estados Unidos era hablar en serio. Se trataba de una negociación que sería, tal vez dura, pero una vez sellada, se respetaría lo acordado.
Parece que Donald Trump no está de acuerdo con esos antiguos valores que honran sobre los que se edifica el prestigio y está dispuesto a convertir a los Estados Unidos en un espacio en donde se negocia como si estuviéramos en el Viejo Oeste. Y, al principio se buscará capear el temporal y después se buscarán otras alternativas. Nadie confía en un socio que hoy dice una cosa y mañana dice otra. En esa condición, lo que el flamante presidente de Estados Unidos se está jugando no es sólo una mesa de negociación, sino que es el prestigio de su nación.
La reputación se va creando como cuando se construye una edificación. Hay que ir poniendo los ladrillos de uno a uno. El esfuerzo es mucho y un paso en falso puede derrumbar todo. No es tan fácil volver a empezar. Así es la confianza que debe generarse cuando se está frente a un socio. Se trata de la certeza de que aquello que se dijo se va a cumplir a la fe de la letra: no se debe esperar más pero tampoco menos.
Cuando esas bases se contaminan, cuando esos cimientos se dañan y se pierde la confianza, es muy difícil recuperarla. Es como la metáfora del diente de león que es una flor hermosa y algodonada a la que le basta un soplido para que sus pétalos salgan volando por los aires: volverlos a unir es una tarea imposible. Sucede lo que nos narra el sermón de la almohada de plumas.
El sermón nos narra la anécdota de un sacerdote que le da a una persona una penitencia en dos partes. Tomar una almohada, subir al techo y abrirla con un cuchillo, y después de hacerlo, regresar al confesionario. Así lo hizo y luego volvió con el viejo sacerdote tal y como él se lo había indicado.
Ahora… quiero que vuelvas ahí y quiero que recojas todas y cada una de las plumas que se llevó el viento, le dijo el padre. Pero, eso es imposible, no sé a dónde se han ido a parar todas ellas, ya que el viento las ha llevado por todas partes, le dijo la persona pecadora. De la misma forma, recuperar la confianza perdida, reconstruir el prestigio, es casi imposible.
Eso es lo que Donald Trump se está jugando. Lo vemos muy feliz en el techo, con la almohada de plumas en una mano y el cuchillo en la otra. Pero, lo vemos dudoso, está entre que se atreve y no se atreve. Con otros países ya se atrevió. Con Canadá y México se lo está pensando, por lo pronto en el tema de los aranceles ya hay un mes de respiro. Sí, pero si sigue en esa tesitura, pronto se le acabarán las posibilidades de salirse con la suya y dilapidará el presigio de su país.
