En las calles, congresos y universidades se discute un tema que solía ser principalmente académico, y que ha generado acusaciones de intolerancia y actos de intimidación.
El brutal derramamiento de sangre judía ocurrido el 7 de octubre, seguido del implacable ataque militar israelí contra Gaza, ha puesto sobre el tapete una cuestión delicada en un momento de creciente fanatismo y de juego político interno: ¿es el antisionismo antisemitismo por definición?TE PUEDE INTERESAR: IA es utilizada en China para ‘revivir’ seres queridos que fallecieronEse tema dividió profundamente a los demócratas del Congreso la semana pasada, cuando los líderes republicanos, buscando abrir una brecha entre los judíos estadounidenses y el partido político que apoyan tres cuartas partes de ellos, lo sometieron a votación en la Cámara de Representantes.
Ha sacudido los campus universitarios del país y ha resonado en las calles de las ciudades, donde los manifestantes propalestinos gritan cánticos pidiendo la libertad de Palestina desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo.
También se mencionó en el debate presidencial republicano del 6 de diciembre, cuando Nikki Haley, exgobernadora de Carolina del Sur, dijo: “Si no crees que Israel tiene derecho a existir, eso es antisemita”.
La noche siguiente, al encender la menorá nacional detrás de la Casa Blanca, el esposo de la vicepresidenta Kamala Harris, Doug Emhoff, quien es judío, advirtió: “Cuando los judíos son señalados por sus creencias o su identidad, y cuando Israel es señalado por el odio antijudío, eso es antisemitismo”.
Antes, el sionismo como concepto se entendía con claridad: la creencia de que los judíos, que han soportado persecuciones durante milenios, necesitaban refugio y autodeterminación en la tierra de sus antepasados.
La palabra aún evoca un alegre orgullo entre muchos judíos por el Estado de Israel, que se estableció hace 75 años y se defendió de manera repetida de los ataques de vecinos árabes que pretendían aniquilarlo.
Si hace un siglo el antisionismo significaba oponerse al esfuerzo internacional para establecer un Estado judío en lo que, en ese entonces, era un territorio controlado por los británicos llamado Palestina, ahora insinúa la eliminación de Israel como patria soberana de los judíos.
Según muchos judíos de Israel y de la diáspora, esto es indistinguible del odio a los judíos en general, o antisemitismo.
Sin embargo, algunos críticos de Israel dicen que equiparan el sionismo con un proyecto continuo de expansión del Estado judío.
Ese esfuerzo anima a un gobierno israelí empeñado en quedarse cada vez con más partes de Cisjordania que algunos israelíes, así como Estados Unidos y otras potencias occidentales, habían propuesto como un Estado separado para el pueblo palestino.
Para los críticos de Israel, la expansión de esos asentamientos evoca imágenes de “asentamientos coloniales” y opresores al estilo del apartheid.
Así que para algunos judíos, la respuesta a la pregunta es obvia.
Dicen que, por supuesto que el antisionismo es antisemitismo: alrededor de la mitad de los judíos del mundo viven en Israel, y destruirlo, o acabar con su condición de refugio donde tienen garantizado gobernarse a sí mismos, pondría en peligro a un pueblo que se ha enfrentado la aniquilación una y otra vez.
“No hay debate”, dijo Jonathan Greenblatt, director ejecutivo de la Liga Antidifamación, que define y vigila el antisemitismo desde 1913.
“El antisionismo se basa en un concepto: la negación de derechos a un pueblo”.
Muchos palestinos y sus aliados reaccionan con la misma fiereza: equiparar la oposición a un Estado judío en tierra antaño árabe —o la oposición a su expansión— con intolerancia es silenciar sus aspiraciones nacionales, silenciar la disidencia política y denigrar 75 años de su sufrimiento.
Laila el-Haddad, activista y escritora palestina, lo calificó como un “escalofriante intento de castigar y silenciar las voces críticas con las políticas israelíes”.
Pero tal vez en ningún lugar la cuestión sea más delicada que entre los propios judíos.
Los judíos más jóvenes, de tendencia izquierdista, empapados en la causa del antirracismo y de términos como “colonialismo de asentamiento”, buscan cada vez más una identidad judía centrada más en valores religiosos como la búsqueda de la justicia y la reparación del mundo que en un nacionalismo colectivo vinculado a la tierra de Israel.
Muchos judíos liberales de más edad también han tenido problemas con el giro del gobierno israelí hacia la extrema derecha, pero ven a Israel como la pieza central y garante de la existencia judía en un mundo cada vez más secular.
“Vivimos en una era cada vez más post-religiosa, y cualquier comunidad judía que se aleje del pueblo judío y de su expresión más articulada de nuestro tiempo —el Estado judío, el Estado de Israel— se está alejando de su propio futuro”, dijo Ammiel Hirsch, rabino principal de la Sinagoga Libre Stephen Wise de Manhattan y fundador de Amplify Israel, que pretende enfatizar el Estado judío en el culto judío.
Para los republicanos, la cuestión es simple y conveniente.
Al plantear el antisionismo en el debate sobre el antisemitismo en medio de la guerra entre Israel y Hamás, se deja de lado la presencia de fanáticos nacionalistas blancos en los márgenes de la coalición republicana —como Nick Fuentes, el neonazi declarado que cenó con Kanye West y el expresidente Donald Trump el año pasado— y, en cambio, se obliga a los demócratas a defender a los manifestantes de Hamás en los márgenes de su propia coalición.
Así que el 5 de diciembre, cuando los líderes del Partido Republicano, liderados por David Kustoff, representante por Tennessee y uno de los dos republicanos judíos de la Cámara, sometieron a votación una resolución que condenaba todas las formas de antisemitismo y afirmaba rotundamente “que el antisionismo es antisemitismo”, entre los 216 republicanos que votaron a favor había dos que han sido acusados de antisemitismo y coqueteos con el nacionalismo blanco: Paul Gosar, representante por Arizona, y Marjorie Taylor Greene, representante por Georgia.
(El único republicano que votó en contra, Thomas Massie, representante por Kentucky, ha sido tachado ahora de antisemita por la Casa Blanca).
Para la comunidad demócrata en general, por el contrario, el debate ha sido doloroso, al enfrentar a unos aliados contra otros, dividiendo a los demócratas judíos más conservadores, que creen firmemente que el antisionismo es antisemita, de los demócratas progresistas, especialmente los demócratas de color, que defienden con la misma firmeza la libertad de criticar a Israel, y dejando un enorme espacio intermedio poco dispuesto a fijar líneas claras.
Trece demócratas votaron no, entre ellos las más feroces críticas de Israel en el Congreso: las representantes Ilhan Omar por Minnesota, Rashida Tlaib por Michigan y Alexandria Ocasio-Cortez por Nueva York.
Noventa y cinco votaron sí, pero 92 demócratas votaron en blanco, entre ellos destacados judíos como Jerrold Nadler de Nueva York, Jamie Raskin de Maryland y Jan Schakowsky de Illinois.
“Amigos, esto no es complicado: LA MAYORÍA del antisionismo —el tipo que pide la destrucción de Israel, negando su derecho a existir— es antisemita.
Este tipo se utiliza para encubrir el odio a los judíos”, escribió Nadler en las redes sociales tras la votación.
“Cierto antisionismo no es eso.
Por lo tanto, es simplemente inexacto llamar antisemita a TODO el antisionismo”.
De hecho, es complicado.
Jonathan Jacoby, director del Nexus Task Force, un grupo de académicos y activistas judíos afiliados al Centro Bard para el Estudio del Odio, dijo que esa organización había batallado con el problema durante varios años, buscando una definición de antisemitismo que captara cuándo el antisionismo pasa de creencia política a intolerancia.
Advirtió que calificar de antisemita cualquier acción política dirigida contra Israel dificulta que los judíos denuncien el antisemitismo real, al tiempo que reprime una conversación honesta sobre el gobierno de Israel y la política de Estados Unidos hacia ese país.
La definición de antisemitismo, tal como está redactada por la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto y adoptada por la Casa Blanca de Donald Trump incluye frases que, según los críticos, reprimen el discurso político, no el de odio: Pero Nexus rechaza tajantemente algunos aspectos de la definición de la alianza, al afirmar que “prestar una atención desproporcionada a Israel y tratarlo de forma diferente a otros países no es prueba prima facie de antisemitismo” y que “la oposición al sionismo y/o a Israel no refleja necesariamente una animadversión específica contra los judíos”.
Yehuda Kurtzer, presidente del Instituto Shalom Hartman, una organización de investigación judía, afirmó que el judaísmo siempre ha contenido elementos de religión y nación, y que la identidad judía ha alternado entre ambos a lo largo de los milenios.
No es sorprendente que ambas corrientes puedan parecer desconcertantes.
Desde el auge de la supremacía blanca violenta que acompañó al movimiento político de Trump, los intelectuales judíos han visto el antisemitismo de derecha “como peligroso para los cuerpos judíos”, continuó Kurtzer.
La masacre de la sinagoga de Pittsburgh de 2018, que acabó con 11 vidas judías, fue perpetrada por un adherente a la teoría del “gran reemplazo”, una ficción conspirativa diseñada para crear odio racial al sostener que los judíos están importando personas negras y marrones para suplantar a los estadounidenses blancos.
En medio de esa catástrofe, el antisemitismo de izquierda, impulsado por los opositores al Estado judío, se consideraba más académico, una amenaza para la identidad judía, pero no para la seguridad de los judíos, dijo.
Pero Kurtzer dijo que esas distinciones desaparecieron con la masacre de unos 1200 israelíes judíos en octubre, porque las acciones de Hamás eran el resultado final de negar el derecho de Israel a existir.
“El 7 de octubre debería tener el efecto de decir que el odio absoluto al judaísmo por nuestras reivindicaciones nacionales es violento y legitima la violencia”, afirmó.
En otras palabras, el antisionismo virulento y el antisemitismo virulento se cruzan en última instancia, en una dirección muy mala para los judíos.
Sin embargo, a los demócratas les preocupa que el debate esté difuminando la línea que separa el discurso político del discurso de odio.
Los tibetanos que presionan para liberarse de los chinos son considerados poco serios o incluso repudiables en Pekín, del mismo modo que los activistas nativos estadounidenses que exigen recuperar partes de Estados Unidos podrían serlo para los propietarios de esas tierras.
Pero, ¿son intolerantes?Omar dijo que la resolución republicana a la que se opuso “confunde la crítica al gobierno israelí con el antisemitismo” y “pinta a los críticos del gobierno israelí como antisemitas”.
Para los jóvenes activistas judíos de grupos de izquierda como IfNotNow y Jewish Voice for Peace, que a su vez han sido acusados de antisemitismo, la búsqueda de una identidad judía no arraigada en la tierra no ha sido complicada.
Los judíos, al fin y al cabo, sobrevivieron sin Estado durante casi 2000 años después de que los romanos destruyeran el Segundo Templo de Jerusalén y dispersaran a los habitantes de la Tierra Santa por los cuatro puntos cardinales.
Eva Borgwardt, de 27 años, directora política de IfNotNow, dijo que se graduó de la secundaria queriendo ser rabina.
Ahora habla de un renacimiento de la identidad judía en Estados Unidos, de una granja de pollos “diaspórica”, de estudios talmúdicos queer y de un judaísmo basado en las buenas obras, lo que incluye asegurar la igualdad de derechos y la protección de los palestinos.
“Para los judíos que cuestionan el sionismo, se trata de proteger los derechos de una minoría frente a un Estado decidido a eliminarla”, dijo.
“¿Qué puede haber más judío que eso?”.
Greenblatt, de la Liga Antidifamación, reaccionó con indignación a ese argumento.
“Por favor, no me digan que mi abuelo, cuya familia entera fue incinerada en Auschwitz, quería volver a la diáspora”, dijo.
A lo que los judíos más jóvenes y de izquierda podrían responder preguntándose qué significa incluso dar a entender que la política estadounidense debería centrarse en garantizar un refugio seguro para los judíos en el extranjero cuando la Primera Enmienda garantiza que Estados Unidos es ese refugio seguro.
En todo esto, es palpable una división generacional.
Los judíos de mayor edad vivieron las tribulaciones y los triunfos del principio del Estado judío.
Los judíos de mediana edad recuerdan la esperanza de una paz que reconociera las aspiraciones legítimas de los pueblos judío y palestino, plasmada en los acuerdos de Oslo de la década de 1990, y un proceso diplomático que se buscó decididamente hasta los primeros años del siglo XXI.
Los jóvenes judíos que se han unido a los manifestantes propalestinos en los dos últimos meses solo conocen un Israel al que ven como poderoso, violento contra los palestinos y gobernado por dirigentes de derecha.
“Yo nací después de que los acuerdos de Oslo habían fracasado”, dijo Borgwardt.
“Nunca he conocido ningún tipo de esperanza real en un sionismo que no exija la ocupación, el apartheid y la opresión de los palestinos para cumplir la identidad del Estado judío”.
La prevalencia de este punto de vista tiene muy preocupados a judíos reconocidos y rabinos importantes.
Etiquetar de antisemitas a los judíos que cuestionan la centralidad del sionismo no hará nada para evitar que abandonen el judaísmo por completo, dijo Schakowsky, una congresista veterana.
“Creo que hay un desprecio por los judíos estadounidenses activos y comprometidos que piensan que no solo se trata de que Israel exista”, dijo, “sino de que Israel exista en un contexto que incluya a los palestinos”.
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