El antídoto a la muerte lenta Excelsior

Por: Sofia Cherem Haiat*Hace un tiempo, durante una conversación con una amiga comenzaba a suscitarse la misma controversia con la que prácticamente me encuentro todos los días en mi línea de trabajo profesional, pero en esta ocasión, me sorprendió la dureza con la que ella me respondía.
Hablábamos sobre los derechos humanos de las personas privadas de su libertad y ella, argumentaba que por su condición de supuestos criminales, no deberían tener el privilegio de que sus derechos básicos sean protegidos.
“¿Agua?, ¿no merecen tener acceso a agua de calidad?”, le preguntaba.
“Para nada.
Ni agua sucia”, respondía ella.
“¿Cómo van a sobrevivir?”.
Mi curiosidad era real, quería comprender cuál era su idea.
“Lo que aguanten, muerte lenta”.
Me quedé helada.
Teoría, hipótesis, historias, supuestos, datos verídicos, legislaciones y los principios de los derechos humanos fueron todos parte de la conversación: “¿Finalmente es la ley!”, exclamé recurriendo al último recurso que me pareció razonable, a lo que ella respondió: “La ley no sirve de nada”.
Su respuesta me dio todo el entendimiento que yo buscaba: la sociedad está enojada, quiere venganza, no paz, y se nos olvida que las personas privadas de su libertad son parte de la ecuación, no están exentas.
¿Cómo esperamos que la reinserción de las personas privadas de libertad sea exitosa si las deshumanizamos? ¿Dónde está la salida de este círculo vicioso?Hablemos de leyes.
Hablemos de derechos básicos.
Las condiciones de algunas prisiones y el acceso a derechos básicos para llevar una vida digna, son deplorables.
El permanecer en prisión sin acceso a derechos como la dignidad, una defensa digna, un debido proceso, entre otras, dificulta el propósito principal del encarcelamiento: la reinserción social exitosa y, por ende, la no reincidencia.
Y es que, los derechos humanos sí juegan un papel fundamental en la lucha por la construcción de la paz, sí allanan el camino para un mundo más compasivo, uno menos punitivo.
Si le quita peso al lado de la balanza que busca castigo y venganza y se lo pasa a la justicia, a la reestructuración del tejido social, a encontrar la responsabilidad social de los que deben estar aislados de la sociedad y también de los que no.
Lamentablemente, la realidad cuenta otra historia.
Las cárceles están llenas de injusticia, venganza, olvido, invisibilidad.
La reclusión sigue siendo el camino más recorrido de la justicia penal en México, aun cuando se han probado métodos que tienen mucha más eficacia en otros países donde la reincidencia ha bajado y la reinserción ha sido más eficaz.
La situación se torna más oscura: los datos muestran que casi la mitad de la población carcelaria está en espera de una sentencia, es decir, no ha sido probada su responsabilidad en el delito y aun así pasan décadas en la cárcel.
Es una clara violación al derecho humano de la presunción de inocencia.
La prisión preventiva es un arma de doble filo, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha hecho un llamado al Estado mexicano para modificar esta medida.
Debemos de replantear el sistema de justicia que tenemos en México, buscar dónde están las problemáticas, atender las áreas de oportunidad, empezando por la garantía de los derechos humanos.
Comencemos reflexionando por qué las condiciones de encarcelamiento deben garantizar la seguridad y la protección de los derechos humanos y cómo esto nos beneficia a todos y no solamente a las personas que se encuentran en conflicto con la ley, también en la parte positiva de las leyes, donde podemos ejercer mejores caminos hacia una vida más digna.
Pensemos a los derechos humanos como el antídoto a un sistema de justicia que le falta mucho por recorrer, como la vacuna que puede comenzar a erradicar abusos de poder, tratos inhumanos, crueles o degradantes, tortura y toda una serie de violaciones a los derechos de los seres humanos.
Sí, pareciera que para que esto suceda, nos faltan siglos y más siglos, pero la realidad es que todo empieza con una persona.
Una persona que denuncia, una persona que busca un cambio, una persona que hace una pequeña acción para el cambio y así se hace una cadena.
La buena noticia es que la cadena ya comenzó.
Falta que se sigan uniendo personas que busquen esparcir la  compasión, la tolerancia, el cambio y la justicia.
El cambio empieza en cada uno de nosotros y si empezamos hoy, puede que podamos verlo.
 *Licenciada en Relaciones Internacionales y maestra  en Derechos Humanos  Columnista: Columnista Invitado NacionalImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0