Proliferan en nuestro tiempo los gobiernos populistas, cuyas políticas van encaminadas a destruir los cimientos liberales de las democracias para transformar así a sus naciones en democracias iliberales.
Sus representantes buscan con ello imponer su dominio vertical y autoritario con expectativas de conservar ese poder omnímodo por siempre.
Viktor Orbán en Hungría es un ejemplo claro de ello, como también lo ha sido el presidente turco Recep Tayyip Erdogan.
El reconocido analista de CNN, Fareed Zakaria lo plantea con claridad: “Esta es la innovación en la democracia iliberal.
Presidentes electos y primeros ministros usan a sus mayorías para pasar leyes que les dan sustanciales ventajas estructurales sobre sus oponentes… Necesitamos un nuevo vocabulario para describir este fenómeno.
¿Son esas elecciones libres? Técnicamente sí, pero son también profundamente injustas”.
Sin duda eso es lo que ha pasado en Turquía a lo largo de las dos décadas de gobiernos encabezados por Erdogan.
Por tanto, podría suponerse que mediante el uso de todo el aparato del Estado para triunfar, difícilmente habría otro destino posible para Turquía, más que la inevitable continuación del “erdoganismo”, a la manera en que ocurrió con el castrismo en Cuba, el somozismo en Nicaragua o el estalinismo en la URSS, por citar tan sólo unos cuantos ejemplos.
Sin embargo, a pocas horas de la celebración de la jornada electoral en segunda vuelta en Turquía, asoma una modesta esperanza de que las cosas podrían resultar distintas debido a una serie de factores que se han conjuntado para dar la pelea a la dictadura desde la oposición.
En los comicios de hace dos semanas ni el presidente Erdogan ni su principal rival, Kemal Kilicdaroglu, consiguieron ganar más del 50% de los votos.
El presidente obtuvo 49.
5%, y su competidor, 44.
8%, mientras que el restante 5% le correspondió a un tercer contendiente, Sinan Ogan, a la cabeza de un pequeño partido de derecha extrema.
El arrastre de Kilicdaroglu se explica por su condición de candidato de unidad, ya que fue elegido por acuerdo entre varios partidos políticos conscientes de que competir por separado le ponía en charola de plata el triunfo a Erdogan.
Los pronósticos para la segunda vuelta de mañana habían estado favoreciendo al presidente debido a su ventaja de casi cinco puntos en la elección pasada, por lo que hasta hace pocos días se pensaba que retendría la conducción del país, no obstante la descomposición de su democracia a partir de las políticas populistas y represoras ejercidas bajo su mando.
Políticas que a lo largo de más de dos décadas fueron socavando numerosas libertades a nombre del combate a la subversión, y que en los últimos años se han caracterizado también por un torpe manejo de la economía, con consecuencias graves para la calidad de vida de su ciudadanía.
La captura de la Suprema Corte del país por Erdogan —maniobra propia de los gobernantes populistas para acabar con el sistema de pesos y contrapesos— ha dado al traste con el sistema de justicia, imponiendo la arbitrariedad y el deterioro del Estado de derecho.
Los terremotos del 6 de febrero pasado que dejaron cerca de 50 mil muertos, acompañados de la lenta respuesta del gobierno ante la catástrofe, además de las acusaciones de corrupción a funcionarios gubernamentales, que no acataron las normas de seguridad exigidas para construir viviendas a prueba de sismos, acabaron por golpear la popularidad presidencial.
Diversos estudios recientes reportan que las tres grandes preocupaciones de los turcos son la economía, la justicia y los refugiados.
Estos últimos, cerca de tres millones de sirios que huyeron de la guerra civil en su país, son percibidos por la mayoría de los turcos como la raíz de muchos de sus problemas, por lo que la repatriación de ellos aparece como tema central en las campañas.
Difícil aventurar cuáles serán los resultados, pero es interesante que en estos últimos días hayan aparecido datos que ponen en duda la inexorabilidad del triunfo de Erdogan.
En una encuesta realizada entre el 19 y el 23 de mayo por Al-Monitor y Premise Data, un empate virtual apareció como el resultado más probable, con 40% para el actual presidente y 39% para su rival, con 15% de los encuestados declarándose aún indecisos.
Entre los seguidores del partido de Sinan Ogan, ya desaparecido de la boleta, la encuesta marca una división en dos mitades entre quienes votarán por uno o el otro.
La moneda está así en el aire, y ciertamente un triunfo de la oposición significaría una bocanada de aire fresco para el pueblo turco, y un mensaje para las sociedades bajo la sombra de gobiernos populistas en el sentido de que el poder arrogante y arbitrario de los caudillos no durará por siempre.
Columnista: Esther ShabotImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0