El trino del afilador, y el silbido del camotero.
El crujir de las paredes en un temblor.
La voz del señor que vende "mieeel de colmeeena".
El increíble profesor Zovek en la televisión; el cine Metropolitán, la propaganda electoral de Echeverría, el Halconazo.
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los sonidos e imágenes evocadoras del dolor del México de los setenta, son el lienzo sobre el que Alfonso Cuarón dibuja la historia de Cleo en Roma, su más reciente y aclamada película.
Roma relata un año en la vida de una familia de clase media que habita en la colonia del mismo nombre en los años setenta, desde el punto de vista de Cleo (Yalitza Aparicio), su trabajadora doméstica.
Mientras Sofía (Marina de Tavira) lidia con los vestigios de un matrimonio roto, Cleo cuida de los hijos de Sofía y su ausente esposo, al tiempo en que ella atraviesa circunstancias personales difíciles.
Todo esto pasa mientras en el país se gesta uno de sus momentos más trágicos: la Matanza del jueves de Corpus, también conocida como Halconazo, en la que decenas de estudiantes perdieron la vida a manos de grupos paramilitares conocidos como halcones, durante una manifestación.
El problema al hablar de Roma es que es una película con muchas dualidades: Sí, en ella Alfonso Cuarón expone sus memorias e intimidad, pero también se distancia de sus personajes, no los romantiza.
Expone cómo es el machismo y el clasismo imperante adentro y afuera de su propia casa.
En Roma, no hay plano que sugiera la imposición de un discurso, sino más bien la exposición de un sinnúmero de elementos que nos hacen pensar en la mexicanidad: en la repetición de nuestra historia colectiva, en la situación desigual de las mujeres indígenas, en la invisibilización del trabajo doméstico, en la seguridad social, en la influencia del espectáculo en las decisiones políticas, en las diferencias de clase.
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Roma es documento y es ficción; es local, pero universal; íntima y colectiva; antropológica y verosímil (la reconstrucción de interiores y exteriores de los espacios de la ciudad en los setenta es escrupulosa e impresionante), pero también melodrámatica.
Quizá estas características tan contrastantes son las que dotan a Roma de su particularidad y del encanto con el que embelesó a la crítica extranjera y mexicana.
Queda, además de lo mencionado, la reflexión del enorme poder que habita en la mente y el corazón femenino.
Queda el paralelismo de dos mujeres que aunque opuestas, son exactamente iguales.
Cleo y Sofía se hermanan, a pesar de todas sus diferencias, las une la vehemencia con la que enfrentan la irresponsabilidad de los hombres.
"Estamos solas, no importa lo que te digan, siempre estamos solas", le dice Sofía a Cleo mientras una canción de Lupita Dalessio se apaga poco a poco en la radio.
Estamos solas, pero también acompañadas.
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