La caravana de los niños centroamericanos Frontera.info

Ashley a sus 7 años decidió ser corredora profesional.
Lo decidió al correr y caminar en la caravana migrante de Centroamérica, la cual inició hace más de un mes y la llevó a atravesar Honduras, El Salvador y Guatemala para llegar a Tijuana.
La niña es una de los cientos de menores de edad que acompañan a sus madres para llegar a Estados Unidos, en donde buscan una vida libre de la violencia y de las amenazas de las pandillas conocidas como las “Maras”.
“De Estados Unidos me han dicho que es bonito.
Allá quiero estudiar, quiero ser deportista y correr como las campeonas.
Quiero ir allá a visitar a mi familia, a mi abuela, tía y a mis primos, porque no los conozco”, platicó la menor.
Ayer caminó unos 30 kilómetros de Tecate para llegar al albergue instalado en la Unidad de Deportiva Benito Juárez, ubicado en la Zona Norte de Tijuana, en donde Ashley junto con su mamá descansaban sus pies, que ya presentaban ampollas.
El miedo Rosa María, madre de la menor, con cansancio relató que en Honduras las menores de edad corren peligro, pues las pandillas las obligan a convertirse en sus novias y en caso de negarse las secuestran y se adueñan de sus hogares.
“Uno denuncia y a los siguientes días llegan a querer matar a uno, por eso mejor sale uno huyendo del país”, lamentó.
Al igual que Rosa María, las madres de Centroamérica desean proteger a sus hijos de la violencia, pobreza y eso solo lo pueden conseguir en Estados Unidos, dijeron.
“Honduras es un país hermoso, pero dadas las circunstancias que está la falta de empleo, inseguridad, la canasta básica con altos precios, nos hemos visto obligados a salir del país para buscar una vida mejor para nuestros hijos”, dijo Jessica, quien cuidaba a una niña de nueve meses y a otra de 7 años.
El hambrePor su parte, Melki Salinas dijo que la parte más difícil de los 30 días de la travesía de Centroamérica hacia el País fueron los últimos tres.
“Desde hace tres días no habíamos comido, yo me podía aguantar, pero mis hijos no.
El llorar, el no tenerlos cómo calmar me partían mi alma, pero no podíamos hacer nada más”.
Durante un recorrido en el albergue de la Unidad Deportiva Benito Juárez vimos que las madres empezaron a buscar trabajo en las casas aledañas, ya sea barriendo las banquetas o limpiando los patios a cambio de un poco de dinero o comida.
Asimismo, vimos que asociaciones civiles de Tijuana y Estados Unidos repartieron comida y ropa a todos los migrantes, a quienes solo les pidieron comportarse y guardar el orden.
Por su parte, las autoridades encargadas del albergue comentaron que todavía hay mil 200 espacios para recibir a más personas centroamericanas, por lo que no tienen contemplado abrir un lugar más para los siguientes grupos de la caravana.