Crónica Gomezpalatina El Siglo de Torreón

La Guerra de Reforma o de los Tres Años, que se desarrolló de 1857 a 1860, arrastró al país a una confrontación sangrienta y sin cuartel entre liberales y conservadores.
Los primeros encabezados por el legítimo Presidente interino Benito Juárez García, quien gobernaba desde Veracruz y los conservadores dirigidos por diferentes personajes que se alternaban en la presidencia, como: Miguel Miramón; Manuel Robles Pezuela; José Ignacio Pavón y de nueva cuenta Miguel Miramón, quien cubrió un segundo período.
En esa situación, nuestra Patria se vio convulsionada por las luchas internas de los liberales a favor de la reforma, la libertad y la república, y como antagonistas, los conservadores, que buscaban la permanencia de las estructuras caducas de la colonia y el dominio de su triple alianza entre la iglesia, la milicia y los terratenientes a fin de continuar imponiendo sus onerosas condiciones a los mexicanos.
Fue en el contexto de ese conflicto, que en diciembre de 1859 el mencionado presidente reaccionario Miramón, otorgó el nombramiento de Comandante y Gobernador Militar de Durango, al aventurero español Domingo Cajén, un mercenario ladino y sanguinario, de doble discurso, quien había sido reclutado años atrás por los conservadores, bajo la protección de ese gobierno se dedicó a combatir a los indios apaches y comanches que asolaban las poblaciones y ranchos del estado de Chihuahua, a quienes derrotó en el paraje de Espíritu Santo, en el Distrito de Camargo y por esas razones se convirtió en una especie de héroe, por lo que fue condecorado por el gobierno reaccionario, para después partir hacia España, retornando a México a finales de 1859.
De inmediato se aplicó a cumplir con las instrucciones de los conservadores e intentó apoderarse de San Juan de Guadalupe, Dgo.
, para lo cual se hacía acompañar de un grupo de cerca de 400 hombres, siendo rechazado por los vecinos sanjuaneños, encabezados por su Jefe Político don Bernardo Saldaña y el Presidente Municipal Lucio García, quienes contaron con el apoyo de la Sección del Ejército Federal de Zacatecas, acantonado en el pueblo de Mazapil bajo el mando del coronel José María Sánchez Román.
La batalla se inició el 27 de diciembre de ese año, y las fuerzas liberales, muy inferiores en número, resultarían vencedoras dos días después.
Dispersándose los conservadores.
Para impulsar la estrategia de apoderarse del Estado de Durango, Domingo Cajén agrupó en torno suyo, a un numeroso contingente de facinerosos, ex presidiarios y asesinos, a los cuales había liberado de cárceles donde se hallaban recluidos, formando parte de ese grupo los temibles delincuentes llamados los Tulises: “el Pájaro Azul, el Gavilán, el Cuitlacoche y otras aves de rapiña a las que el clero a recurrido para que sostengan su causa y le den más brillo diría el coronel Sánchez Román, quien además agregaría: Muchos Pájaros de este curioso cuadro, se baten con una valentía que les haría honor si no fueran bandidos.
Después de la batalla de San Juan de Guadalupe, Domingo Cajén, llamado también condottieri español, mitad bandido mitad jefe militar, envió sus tropas hacia el Álamo de Parras (Viesca) y a la sierra de San Pedro, mientras que él se trasladó a Chihuahua, donde derrotó en Allende a los liberales encabezados por el capitán Octavio López, en la batalla de Talamantes ocurrida el 19 de enero de 1860, dando muestras de excesiva crueldad al exterminar a todos los combatientes, jefes y al propio capitán López, además de destruir pueblos y propiedades bajo sospecha de apoyar a los liberales.
En La Laguna, las fuerzas militares de Domingo Cajén empezaron a ocupar diversas poblaciones, sembrando destrucción, muerte y saqueos, para lo cual contaban con los recursos que les proporcionaba la iglesia y el gobierno conservador, que no escatimaban esfuerzo alguno para mantener su sistema de privilegios.
Pronto lugares como Cuencamé, Nazas, Pedriceña, El Gallo, San Luis de Cordero y otras comunidades de nuestra región se vieron invadidas por los conservadores y grupos de bandidos, lo mismo que la propia capital del Estado, la cual, debido a la gravedad de la situación, fue declarada en estado de sitio, por lo que, José María Patoni, gobernador de la entidad durangueña, emite un manifiesto el 31 de enero de 1860, donde expresa: Mis deberes me impulsan a dirigir personalmente las operaciones de campaña contra los feroces enemigos de la sociedad, y con tal intento marcho a colocarme al frente de las fuerzas del Estado.
Al abandonar el puesto, el general Patoni dejó en su lugar al licenciado Jesús Salas, para poder dedicarse a combatir a los latroreaccionarios, como se les llamaba a los conservadores, y para ello buscaría el apoyo y la coordinación con las fuerzas de los estados de Nuevo León y Coahuila, cuyo gobernador era Santiago Vidaurri, y de Pedro Hinojosa, general en jefe de las fuerzas de Zacatecas del Ejército del Norte, además de las tropas de la Primera Brigada de la Guardia Nacional de Parras, bajo la comandancia del teniente coronel Máximo Campos Navarro.
El creciente poder de Domingo Cajén se había convertido en un peligro para la supervivencia de los gobiernos y las corrientes liberales de Durango y Chihuahua, donde asestó dolorosas derrotas a las tropas republicanas.
Durante los primeros ocho meses de 1860, la violencia se recrudeció, favoreciendo con la victoria, en no pocas ocasiones, a las tropas de Cajén.
En algunos lugares de esos estados, el caudillo era recibido por los grupos conservadores con gran entusiasmo, quienes adornaban las calles y amenizaban la recepción con música y repiques de campanas en las iglesias, sin importar que entre sus huestes participaran los más sanguinarios cabecillas escapados de los presidios, lo que le permitió crear las juntas de Notables y nombrar gobernadores en ambas entidades para que cubrieran sus constantes ausencias.
La presencia de numerosas bandas de forajidos y fuerzas regulares conservadoras se había incrementado en la región, provocando el pánico en poblaciones y haciendas como: Santa Rosa de Lima, San Fernando, Avilés y Mapimí, por lo que fue necesario el envío de tropas liberales para enfrentarlas y reducir sus áreas de influencia, buscando restablecer el orden y reencontrar la vida pacifica para los pobladores laguneros.
Para ese fin, el teniente coronel Máximo Campos Navarro, recibió instrucciones de trasladarse a la frontera con Coahuila, denominación que en ese tiempo utilizaban para referirse a los límites del estado con el de Durango, separados precisamente por el río Nazas.
Campos que era vecino de Parras y cuyo padre Juan Vicente Campos, había sido gobernador Coahuiltejano, recibió a principios de 1859 el nombramiento de jefe de las fuerzas de Parras, en sustitución del teniente coronel Francisco Antonio Aguirre, fue colocado bajo el mando y vigilancia del coronel Ignacio Zaragoza Seguín, por orden de Santiago Vidaurri, gobernador del estado de Nuevo León y Coahuila, como antes se menciona, puesto que existían quejas sobre su conducta y los excesos que había cometido con anterioridad.
Antes de desplazarse a territorio duranguense y decidido a servir y triunfar por la causa liberal, Campos emite un manifiesto para estimular a sus tropas.
El ciudadano Máximo Campos, jefe de la sección de guardia nacional, de Nuevo León y Coahuila, que va a operar sobre Durango a sus subordinados: Compañeros de armas: Nuestros vecinos de Durango sufren los desastres de la guerra civil, tanto más destructora, cuanto por la reacción la sostiene el bandido Cajén.
Nuevo León y Coahuila que han combatido en primera línea por la causa de la libertad, no podía ser indiferente a las desgracias de los durangueños sus hermanos, y mucho menos cuando nos han invitado para que ayudemos a castigar a tanto malvado.
El gobierno del estado me autorizó para organizar fuerzas y marchar con ellas a auxiliar a nuestros vecinos; y al emprender nuestro movimiento hacia esos pueblos amigos, no dudéis que nuestras filas se aumentarán con los patriotas que hoy andan dispersos, y que combatirán al lado de nuestros seiscientos rifles que sabrán castigar a los forajidos, que no sostienen otros principios sino los que conducen al crimen, ni tienen otra patria más que el lugar en donde pueden satisfacer sus instintos de pillaje y destrucción.
Soldados: mostraos, como siempre, sufridos en la campaña, valientes en el combate, humanos en la victoria y en todo dignos del estado que os manda a restablecer el orden constitucional y la paz entre nuestros hermanos los fronterizos de Durango.
A vuestro lado encontraréis en toda circunstancia al que se honra con ser vuestro jefe y amigo.
Máximo Campos.
Parras 24 de marzo de 1860.
El enfrentamiento con las fuerzas conservadoras de Domingo Cajén se suscitó el día 11 de abril de 1860, y el escenario principal de la contienda fue la hacienda de Santa Rosa de Lima (hoy Gómez Palacio), propiedad de don Juan Ignacio Jiménez, pero el conflicto se extendió hasta la hacienda de San Fernando (hoy Lerdo), cuyo propietario era el terrateniente Juan Nepomuceno Flores.
La batalla de Santa Rosa de Lima es descrita en el parte de guerra que el teniente coronel Máximo Campos Navarro envía a la superioridad, desde la Peña, en la municipalidad de Viesca, (actualmente ubicada a 50 kilómetros de esa población, por la carretera que sale de ese lugar con rumbo a Parras).
Ejército del Norte Sección de Operaciones sobre Durango Consecuente con lo que ofrecí a B.
S.
en mi comunicación de fecha 12 del corriente relativo a la acción del día anterior, doy el siguiente parte circunstanciado.
La acción habida entre estas fuerzas y las que comandan los famosos bandidos españoles, Domingo Cajén, con el cargo de gobernador del estado de Durango, Francisco Nuño, José María Andara, Jorge Morúa y los presidiarios Eutimio Serrato, Sigarroa, Pasillas, Pájaro Verde, el célebre alicante y demás ladrones que componen aquella gavilla, que según las declaraciones de los prisioneros y las de algunas personas veraces que los contaron, ascendía a cuatrocientos ochenta hombres, y tuvo lugar en la loma más inmediata al puente de la hacienda de Santa Rosa.
La circunstancia de estar nuestra caballada en un estado miserable a causa de la seca tan fuerte, la falta de pastura y, sobre todo, de las grandes jornadas y continuos movimientos que ha tenido que hacer, dio margen a que el enemigo, que traía caballada muy superior a la nuestra, sorprendiera a los exploradores que tenía apostados a una distancia de veinticinco leguas para observar sus movimientos; de manera que cuando tuve el primer aviso, ya estaba envuelto el escuadrón del comandante D.
Anacleto Morales, que estaba situado en la hacienda de San Fernando, la cual queda al sur, y desviada tres cuartos de legua de la de Santa Rosa.
En tan críticos momentos de confusión y sorpresa apenas me dieron tiempo para montar la compañía de caballería, rifleros de Parras, y alistar el batallón ligero de la misma, con cuya fuerza salí inmediatamente en auxilio del señor Morales, a quien encontré cerca de la loma batiéndose en retirada y pereciendo en el transcurso de éste encuentro, el alférez don Felipe Luna y dos soldados.
A mi llegada con la tropa que me acompañaba, tuve un reñido combate; y por la velocidad con que emprendí mi marcha, consiguió el enemigo cortarme los carros y mulas que los conducían.
Este inesperado suceso colocó mi fuerza en la situación más crítica y tuve momentos de creerlo todo perdido; pero afortunadamente y mediante un esfuerzo que hizo al efecto la caballería, se consiguió salvarlos de las garras de los facciosos, mismos que huyeron en un completo desorden.
A las tres de la tarde mandé situar la caballería con una pieza en el llano, para ver si por medio de una escaramuza, lograba sacarlos del interior de San Fernando, lo que se logró sin mucho trabajo, trabándose una tenaz lucha entre ambas fuerzas, que duró hasta las oraciones de la noche, y en ese intervalo sufrimos tres cargas, que con valor resistieron nuestros valientes cuanto sufridos soldados.
Como en el último ataque sufrió el enemigo un fuego tan vivo y se les hicieron tantos muertos, entró el desorden en sus filas, dando por resultado su completa y total derrota, pues huyó en dispersión por distintos rumbos.
Dios y libertad, hacienda de la Peña, abril 14 de 1860.
Máximo Campos.
La batalla de Santa Rosa de Lima (hoy Gómez Palacio) fue una de las muchas en que se enfrentarían los conservadores y liberales el año de 1860 en todo el norte del país, antes de que los últimos, lograran el triunfo definitivo y se reestableciera el orden constitucional y el gobierno legítimo, con el ingreso del presidente Juárez a la capital de la república el 11 de enero de 1861.
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